¿Para quién se eleva?

¿Para quién se eleva el cáliz y la patena en el per ipsum?

Flash litúrgico publicado en Liturgia y Espiritualidad.

En alguna ocasión el sacerdote, llevado por un arrebato de fervor eucarístico hacia la asamblea, cuando llega la conclusión de la plegaria eucarística, toma el pan consagrado en una mano y en la otra el cáliz, y así mismo los eleva mientras dice la doxología final. Haciéndolo así, queda claro que la intención del ministro es que el pueblo vuelva a ver el pan eucarístico, y esta vez junto al cáliz, uno en cada mano.

¿Esta forma de proceder responde a la verdad del momento? Negative. Nuestra amiga la Institutio nos dice que la doxología final de la anáfora "expresa la glorificación De Dios" (núm. 79, h). O sea que, como dice el texto del misal, el pan y vino consagrados se elevan, lo cual significa hacia Dios Padre (no dice que se muestran) porque es al Padre a quien se dirige toda oración litúrgica y, de modo especial, la mayor de todas las oraciones litúrgicas: la plegaria eucarística. Aquí, pues, no se trata de presentar ante la asamblea las especies sagradas (ello se hizo después de la consagración), sino presentar a Dios Padre el don -que Él nos ha entregado para nuestra salvación- de su mismo Hijo Jesucristo.

Es por ello que, la misma Institutio, cuando describe el cómo del rito en cuestión afirma: "Al final de la plegaria eucarística, el sacerdote, tomando la patena con la hostia y el cáliz y elevando ambos, pronuncia él solo la doxología: Por Cristo. Al concluir, el pueblo aclama: Amén. Después el sacerdote pone la patena y el cáliz sobre el corporal" (núm. 151).

Notemos que claramente se dice que el sacerdote toma la patena (no el pan). Y que lo eleva junto al cáliz dirigiéndose, sin lugar a duda, "a ti, Dios Padre omnipotente en la unidad del Espíritu Santo...".

Por tanto es un error sacar de la patena la hostia y elevarla a la vista de los fieles en este preciso momento. Porque la cuestión es que, como fruto de la oración eucarística, tributamos todo honor y toda gloria al Padre con el Espíritu Santo por el don de Cristo, con, y en Él, en una misma oblación. De esta manera, toda la asamblea se ve arrebatada hacia lo alto gracias a la acción redentora de nuestro Salvador, que en el sacramento se ha realizado de nuevo en nuestro ahora y aquí. ¡A que es precioso! Si es que por poco que exprimamos las rúbricas... el zumo que sacamos es pura agua viva del Santo Espíritu. Amén.


Jaume González Padrós

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