Un flash litúrgico de Jaume González, publicado en abril en Liturgia y espiritualidad, y que toca el tema del "lugar" de la homilía. Y con el buen humor que le caracteriza:
Sabíamos que existía la misa solemne,
la misa cantada, la misa rezada... pero de un tiempo a esta parte, y también
gracias a los oficios expertísimos de Mefistófeles (algún día tendré que hablar
más largamente de este siniestro personaje), ahora tenemos otro tipo de
celebración: la inalámbrica. Aunque, a decir verdad, lo que queda más afectado
por esta infestación es el momento litúrgico de la homilía.
Sí, sí... he dicho bien: el
momento litúrgico de la homilía. Porque ella no es un paréntesis dentro de la
gran celebración sacramental, sino que forma parte de la misma con todos los
derechos y obligaciones. Nos lo recordó el Vaticano II (¿se acuerdan de él? Sí...
hombre... ese Concilio Ecuménico que trató de reformar y promover la sagrada
liturgia desde lo hondo y con substancia. Bueno, quizás un poco más tarde les vuelva
a la memoria). Sigamos. Pues este gran sínodo nos recordó que la homilía es
parte de la misma liturgia (cf. SC 52) y estimuló a los pastores a tenerla en
gran aprecio.
Pues, dado que forma parte del rito,
estaremos todos de acuerdo que su forma debe estar también en sintonía ritual
con todo el conjunto celebrativo. Eso no ocurre si, por ejemplo, usando del
famoso micrófono inalámbrico (o sin él cuando no es necesario), el homileta no
se sujeta a los espacios celebrativos que enmarcan su acción, y empieza a
pasearse por el presbiterio o en medio de la asamblea como si fuese el
presentador de un programa televisivo, o un predicador de alguna congregación protestante
(los cuales no pronuncian homilías sino sermones. Cosa distinta. Elemental
querido Watson).
Si lo hace así, está claro que el
lenguaje no verbal está diciendo: ¡heme aquí! ¡Soy el rey del mambo! ¡Aquí
estoy y este es mi minuto estelar! Sí, ya sé, ya sé que nunca se le pasaría por
la cabeza a un buen sacerdote pensar eso... Pero no olvidemos que una cosa es
lo que podemos saber teóricamente y otra muy distinta lo que nuestro lenguaje
no verbal puede indicar. ¡Ojo al dato!
Nuestra amiga la Institutio del misal
afirma que la homilía se pronuncia en la sede (la opción primera y mejor en
todos los sentidos) o en el ambón, o en otro lugar idóneo (cf. IGMR 136). Fijémonos
que, incluso en esta tercera posibilidad, habla de lugar, es decir, un espacio
que sea adecuado para comunicar con la asamblea que participa. No da el más
mínimo pie a interpretar que tener la homilía andando arriba y abajo como un
peripatético sea algo legítimo. Y si repasamos la tradición celebrativa de
nuestro rito, evidentemente nos damos cuenta de que esta situación nunca ha
sido una realidad presente.
Estarse quietecito en la sede o
en el ambón (aunque esta segunda opción no sea tan expresiva), o en un lugar
adecuado, en forma humilde, cercana a la asamblea, con buena audición y visión,
sin grandes gesticulaciones que distraigan del comentario, sino las justas para
apoyarlo, es la forma más idónea para representar sacramentalmente al Maestro, que,
para hablar a las multitudes y a sus discípulos, se sentaba y, así, al mismo
nivel, casi con un tú a tú, les hablaba... y le escuchaban porque la suya era
una palabra «con autoridad».
Jaume González