La respuesta a esta pregunta sólo vamos a encontrarla si hacemos una lectura atenta de los libros litúrgicos, en especial del que aquí tiene competencia plena: la Institutio General del Misal Romano.
Este texto dice con claridad meridiana que "los fieles se arrodillarán durante la consagración", y acto seguido añade: "a no ser que se lo impida la falta de salud, o la estrechez del lugar, el gran número de personas reunidas u otra causa razonable" (n. 43). O sea que, en línea de principio, lo más propio es arrodillarse durante la consagración de los dones. Sin embargo, puede haber causas que lo impidan o que no permitan hacerlo sin grave incomodidad.
De aquí sacamos una consecuencia interesante: arrodillarse o no, es una decisión que no pertenece al capricho del individuo, sino que viene determinada, en el primer caso por la normativa litúrgica, y en el segundo por las circunstancias, previstas también por aquella. No se puede, pues, adulterar un gesto litúrgico empapándolo de ideología humana, ajena al sentido de la fe, sin violentar el sentido y el objetivo de la acción litúrgica. Tengámoslo presente.
Pero la cosa no acaba aquí. ¿Qué hacer si unos pueden arrodillarse y otros no en una asamblea? ¿Hay que consentir a esta variedad? ¿Existe alguna alternativa? El n. 42 del documento citado, expone que "la actitud uniforme del cuerpo, observada por todos los que participan en la celebración, es signo de unidad de los miembros de la comunidad cristiana reunida para la celebración litúrgica: en efecto, manifesta y a la vez fomenta la unanimidad de pensamiento y de espíritu de los participantes".
Pero esta unanimidad será difícil de conseguirla a veces, cuando la asamblea es muy numerosa, pero no lo será tanto si es más reducida: en cualquier caso, no debemos olvidar que el mismo Misal nos recuerda que debemos privilegiar la concordia de los gestos, ya que en ellos se significa algo precioso, como es la misma comunión de pensamiento y de espíritu. Así, pues, si en esta línea, tenemos una asamblea que no se arrodilla porque a no pocos de sus miembros se lo impide la artrosis (por decir algo), y quiere salvaguardar la actitud uniforme del cuerpo de que hemos hablado, el n. 43 de la Institutio nos informa que esta asamblea deberá expresar su adoración a la presencia real y substancial de Cristo en el pan y el vino eucaristizados, "con una inclinación profunda de la cabeza, mientras el sacerdote hace la genuflexión después de la consagración", gesto éste que es una novedad de la última edición del documento citado.
Porque arrodillarse durante la consagración quiere subrayar este espíritu de adoración que debe empapar toda la celebración eucarística. ¡Cuánto más en el momento cumbre de la plegaria eucarística! Efectivamente, este gesto no tiene exclusivamente un significado penitencial, como algunos creen. En la Sagrada Escritura, en 55 ocasiones aparece el gesto de arrodillarse en relación a la oración, y oración de adoración la mayor parte de las veces; de éstas, 29 (más de la mitad) son del Nuevo Testamento, la mayoría de las cuales refieren a personas que se arrodillan ante Jesús para pedirle algo y/o ara adorarlo en su condición de Hijo de Dios. El mismo Cristo, según Lc 22, 41, se arrodilló en Getsemaní para orar a su Padre. O sea que, arrodillarse en oración adorante en la presencia del Señor es algo de lo más normal y en sintonía clara con la Sagrada Escritura y la Tradición litúrgica. Por eso, los libros litúrgicos lo incluyen entre los gestos y actitudes del cuerpo, en la gran oración eucarística.
Jaume González Padrós
[Rev. "Liturgia y Espiritualidad" n.3 (2005) 155-156]