¿Homilías inalámbricas?


Sabíamos que existía la misa solemne, la misa cantada, la misa rezada... pero de un tiempo a esta parte, y también gracias a los oficios expertísimos de Mefistófeles (algún día tendré que hablar más largamente de este siniestro personaje), ahora tenemos otro tipo de celebración: la inalámbrica. Aunque, a decir verdad, lo que queda más afectado por esta infestación es el momento litúrgico de la homilía.

Sí, sí... he dicho bien: el momento litúrgico de la homilía. Porque ella no es un paréntesis dentro de la gran celebración sacramental, sino que forma parte de la misma con todos los derechos y obligaciones. Nos lo recordó el Vaticano II (¿se acuerdan de él? Sí... hombre... ese Concilio Ecuménico que trató de reformar y promover la sagrada liturgia desde lo hondo y con substancia. Bueno, quizás un poco más tarde les vuelva a la memoria). Sigamos. Pues este gran sínodo nos recordó que la homilía es parte de la misma liturgia (cf. SC 52) y estimuló a los pastores a tenerla en gran aprecio.

Pues, dado que forma parte del rito, estaremos todos de acuerdo que su forma debe estar también en sintonía ritual con todo el conjunto celebrativo. Eso no ocurre si, por ejemplo, usando del famoso micrófono inalámbrico (o sin él cuando no es necesario), el homileta no se sujeta a los espacios celebrativos que enmarcan su acción, y empieza a pasearse por el presbiterio o en medio de la asamblea como si fuese el presentador de un programa televisivo, o un predicador de alguna congregación protestante (los cuales no pronuncian homilías sino sermones. Cosa distinta. Elemental querido Watson).

Si lo hace así, está claro que el lenguaje no verbal está diciendo: ¡heme aquí! ¡Soy el rey del mambo! ¡Aquí estoy y este es mi minuto estelar! Sí, ya sé, ya sé que nunca se le pasaría por la cabeza a un buen sacerdote pensar eso... Pero no olvidemos que una cosa es lo que podemos saber teóricamente y otra muy distinta lo que nuestro lenguaje no verbal puede indicar. ¡Ojo al dato!

Nuestra amiga la Institutio del misal afirma que la homilía se pronuncia en la sede (la opción primera y mejor en todos los sentidos) o en el ambón, o en otro lugar idóneo (cf. IGMR 136). Fijémonos que, incluso en esta tercera posibilidad, habla de lugar, es decir, un espacio que sea adecuado para comunicar con la asamblea que participa. No da el más mínimo pie a interpretar que tener la homilía andando arriba y abajo como un peripatético sea algo legítimo. Y si repasamos la tradición celebrativa de nuestro rito, evidentemente nos damos cuenta de que esta situación nunca ha sido una realidad presente.

Estarse quietecito en la sede o en el ambón (aunque esta segunda opción no sea tan expresiva), o en un lugar adecuado, en forma humilde, cercana a la asamblea, con buena audición y visión, sin grandes gesticulaciones que distraigan del comentario, sino las justas para apoyarlo, es la forma más idónea para representar sacramentalmente al Maestro, que, para hablar a las multitudes y a sus discípulos, se sentaba y, así, al mismo nivel, casi con un tú a tú, les hablaba... y le escuchaban porque la suya era una palabra «con autoridad».

Los espacios litúrgicos forman parte de la celebración y son elocuentes. Prescindir de ellos es hacer más opaca la acción ritual y una dificultad para la verdadera participación. Aunque a veces pueda parecer lo contrario. ¡Atentos... que el demonio es muy listo!

Jaume González Padrós

Publicado en Liturgia y Espiritualidad 44 (2013) 259-260.



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