A una etapa donde
algunos ministros celebraban casi mostrando un aburridísimo rigor mortis, ahora, en ciertas
celebraciones sacras, especialmente solemnes, los ministros –por lo general acólitos
bien preparados por clérigos celosos– en su caminar por el presbiterio, gastan
un exceso de ejercicios cervicales y abdominales que no nos extrañaría que, de ello,
saliese también la salud afectada. ¡Ni tanto ni tan calvo!
Hay que aplaudir el
sentido de reverencia que ha crecido en nuestros santuarios, particularmente en
los sacerdotes jóvenes y seminaristas. Quien escribe este Flash, recuerda haber
visto a un presbítero celebrar la misa con los brazos cruzados sobre el pecho,
sin despegarlos más que para tomar el pan y el cáliz. ¡Un portento de
expresividad! También, hace ya muchos años, escuchó este mismo fotógrafo de la realidad
litúrgica, criticar un comportamiento similar durante un cursillo al bueno de
don Alberto Iniesta, a la sazón obispo auxiliar de Madrid. O sea que hemos avanzado
para bien, sin lugar a dudas.
Sin embargo, ojo
con el famoso péndulo que nos lleva de un extremo a otro. El equilibrio es lo ideal
–y debe ser lo real– y este equilibrio nos lo transportan ni más ni menos que
los libros litúrgicos.
En los números
274 y 275 de la Institutio del misal
se nos habla de las genuflexiones e inclinaciones. ¡Lean, lean!
Digamos,
finalmente, que los ministros actuales harían bien en distinguir entre un desplazamiento
por el presbiterio por razones de funcionalidad, y un desplazamiento ritual. O
sea, que si debemos pasar por delante del altar –a quien corresponde inclinación
profunda siempre y no solo inclinación de cabeza– para dar un aviso a alguien,
encender una luz, conectar un micro, etc., vayamos a ello sin ceremonia, por el
camino más breve y sin más. Pero, si paso por delante del altar en un acto
ritual, yendo a proclamar el evangelio, llevando unas ofrendas, en camino para proclamar
la palabra de Dios, etc., entonces sí que encaja el gesto de reverencia
prescrito al altar.
Inclinarse a cada
paso no es lo correcto en una celebración litúrgica; obrando así se devalúa el signo
y se fatiga a la asamblea. El sentido litúrgico se potencia si a las
celebraciones le añadimos buenas dosis de sentido común. ¡No lo olvidemos!
Jaume González Padrós
[Rev. "Liturgia y Espiritualidad" 8-9 (2014)
551-552]