Antes de entrar en materia, para nuestros lectores menos metidos en modernidades, aclarar que el frisbee es un plato o disco volador que se lanza con la mano, ya sea recreativa como deportivamente. Son generalmente plásticos, de 20 a 25 centímetros de diámetro, y tienen el borde redondeado. Se diseñan aerodinámicamente para que vuelen con un movimiento circular y puedan ser fácilmente recogidos a mano. Seguro que, en alguna ocasión, hemos visto como algunos jóvenes con ánimo hacían volar uno de ellos en la playa o en el campo.
Pues bueno, vayamos a nuestro interrogante: la mitra episcopal, ¿es un frisbee? ¿Qué te parece, ilustrado lector del Flash? ¿Que no? ¿Te parece que no es lo mismo? ¡Bravo! ¡Has acertado! Efectivamente, una mitra es una mitra, o sea, una insignia episcopal, que se entrega con toda solemnidad el día de la ordenación diciendo: «Recibe la mitra, brille en ti el resplandor de la santidad, para que, cuando aparezca el Príncipe de los pastores, merezcas recibir la corona de gloria que no se marchita». ¡Qué precioso!
Si es así –¡que lo es!– ¿no debería traducirse esto en un trato, de la insignia en cuestión, muy decoroso? Un ministro que tenga cuidado de ella (incluso con velo humeral si es posible), y no que, cuando el obispo la quita de su cabeza, la entregue al primero que tiene a su lado, quien, a la vez, la pasa o un diácono, el cual a medio camino de no se sabe dónde, la da a un acólito, que, claro está, no sabe qué hacer con ella, y la deja –en el mejor de los casos– en la primera silla que encuentra libre. En fin… que casi casi… como un frisbee.
O peor, pues el fotógrafo de este Flash ha visto, incluso, mitras que acabaron su recorrido apoyadas en el suelo al lado de alguien, que te miran tristonas como diciendo: «Pero si yo estoy hecha para la cabeza y no para los pies…». Pobrecita.
Ya solo nos falta que una casa –romana, claro– de arredi sacri, de objetos religiosos, con algún especialista en márquetin, muy espabilado él, saque al escaparate una mitra con diseño aerodinámico, y las veamos volar por el presbiterio… a ver si alcanzan su lugar… solitas.
¡Qué tiempos los nuestros!
Jaume González Padrós
[Rev. Liturgia y Espiritualidad 6-7 (2013) 395-396]