El diácono en el Ceremonial de los Obispos (III).

La Liturgia eucarística.

145. Los diáconos y acólitos colocan en el altar el corporal, el purificador, el cáliz y el Misal...
Los diáconos o el mismo Obispo reciben las ofrendas de los fieles en un lugar adecuado. Los diáconos llevan el pan y el vino al altar, lo demás a un lugar apropiado, preparado con anterioridad.

Aunque no sea lo habitual, el diácono puede recibir también las ofrendas. Sería bueno que antes de la celebración se pusieran de acuerdo el obispo y el diácono sobre quién recibe las ofrendas.

146. El Obispo va al altar, deja la mitra, recibe del diácono la patena con pan...
147. Entre tanto, el diácono vierte vino y un poco de agua en el cáliz, diciendo en secreto el agua unida al vino." Después el Obispo presenta el cáliz...

Aquí observamos una discrepancia con lo que solemos ver. La práctica común es prepararlo todo para limitarse a presentar la patena y el cáliz al obispo. La razón es el "espíritu de prisa", por denominarlo de alguna manera, que se suele tener en estos momentos. Echar agua en el cáliz forma parte integral de la presentación del cáliz. No es un momento "previo". La unión del agua al vino fue defendida como un rito casi sustancial por los Padres de la Iglesia. Si hay varios cálices este rito se hace complejo, pues mientras se disponen el que preside no suele esperar y hace la oración "Bendito seas, Señor...". Aunque presente un solo cáliz por razones de simplicidad, en realidad presenta al Padre todos los cálices con vino, por lo que debería esperar no sólo a que se eche agua en todos los cálices, sino también en que todos estén dispuestos sobre el corporal.

149. ...Terminada esta incensación,   todos se ponen de pie, el diácono desde un lado del altar inciensa  al Obispo, el cual está de pie y sin mitra; luego a los concelebrantes  y después al pueblo.
150. ... El Obispo se lava y se seca las manos. Si es necesario uno de los diáconos toma el anillo del Obispo.

La disposición de los innumerables concelebrantes que suelen estar en las misas estacionales, muchos de ellos "confundidos" con el pueblo (ocupando bancos en la nave de la iglesia) hace difícil incensarlos a todos de forma armónica y diferenciada respecto al pueblo. Conviene recordar aquí el número 96: "El diácono inciensa a todos los concelebrantes al mismo tiempo". Con la restitución -o ampliación, si contamos la concelebración el día de la ordenación antes del Vaticano II- de la concelebración eucarística se ha producido una consecuente falta de comprensión sobre su sentido. Esto no es de extrañar, teniendo en cuenta su ausencia durante siglos. Los concelebrantes forman un "cuerpo" único. Aunque algunos no pudieran llevar todas las vestiduras de su orden u otros puedan llevar alguna insignia por privilegio, todos son iguales. La presencia de obispos concelebrantes no cambia esto y la rúbrica no los incluye deliberadamente. El obispo concelebrante sólo se diferencia de los demás en cuanto al embolismo específico que debe pronunciar en la Plegaria eucarística.

152. ... el  Obispo, con las manos extendidas, canta o dice la oración sobre las ofrendas. Al final el pueblo aclama: Amén.
153. Después el diácono toma el solideo del Obispo y lo entrega al ministro. Los concelebrantes se acercan al altar y están de pie cerca de él, de tal manera que no impidan el desarrollo de los ritos y que la acción sagrada pueda ser mirada atentamente por los fieles.
Los diáconos están detrás de los concelebrantes, para que cuando sea necesario, uno de ellos sirva en lo referente al cáliz o al misal. Ninguno permanezca entre el Obispo y los concelebrantes, o entre éstos y el altar.

Esto se puede interpretar también de otros "ministros", por ejemplo el maestro de ceremonias. Si los diáconos están detrás de los concelebrantes, los ceremonieros no pueden estar delante o entre concelebrante y obispo. Hay que subrayar también lo que dice sobre que los diáconos son los que sirven en lo referente al misal. No el maestro de ceremonias o un concelebrante.

155. ...Uno de los diáconos coloca el incienso en el incensario y en cada  una de las elevaciones inciensa la hostia y el cáliz.
Los diáconos permanecen de rodillas desde la epíclesis hasta la elevación del cáliz.
Después de la consagración el diácono, si se juzga conveniente, vuelve a cubrir el cáliz y el copón.
158. Para la doxología final de la Plegaria Eucarística, el diácono, de pie al lado del Obispo, tiene elevado el cáliz, mientras el Obispo eleva la patena con la hostia, hasta que el pueblo haya respondido Amén.

La doxología acaba con el Amén del pueblo. Tanto el cáliz como la patena se mantienen elevados hasta ese momento.

161. ... Si se cree oportuno, uno de los diáconos, dirigiéndose a la asamblea, hace la invitación para la paz con estas palabras: Daos fraternalmente la paz.
El Obispo da la paz al menos a los dos concelebrantes más cercanos a él, después al primero de los diáconos.

La paz a los que están realmente más cercanos y luego a los diáconos, que están cerca pero no tanto.

163. Dicha en secreto la oración antes de la Comunión, el  Obispo hace genuflexión y toma la patena. Los concelebrantes uno  a uno se acercan al Obispo, hacen genuflexión, y de él reciben  reverentemente el Cuerpo de Cristo, y teniéndolo con la mano  derecha, y colocando la izquierda debajo, se retiran a sus lugares.  Sin embargo, los concelebrantes pueden permanecer en sus  lugares y recibir allí mismo el Cuerpo de Cristo.
Luego el Obispo toma la hostia, la sostiene un poco elevada sobre la patena, y, dirigiéndose a la asamblea, dice: Este es el Cordero de Dios, y prosigue con los concelebrantes y el pueblo diciendo: Señor, no soy digno.
Mientras el Obispo comulga el Cuerpo de Cristo, se inicia el canto de Comunión.
164. El Obispo, una vez que bebió la Sangre de Cristo, entrega  el cáliz a uno de los diáconos y distribuye la Comunión a los diáconos y también a los fieles.
Los concelebrantes se acercan al altar  y  beben la Sangre, que los diáconos les presentan. Estos limpian el cáliz con el purificador,  después de la Comunión de cada uno de los concelebrantes.
165. Acabada la Comunión, uno de los diáconos bebe la Sangre  que hubiere, lleva el cáliz a la credencia y allí, en seguida, o  después de la Misa, lo purifica y arregla. El otro diácono, o uno de  los concelebrantes, si hubieren quedado hostias consagradas, las  lleva al tabernáculo, y en la credencia purifica la patena o el copón  sobre el cáliz, antes de que éste sea purificado.

Nuevamente nos encontramos con diferencias entre lo que solemos ver y lo que está mandado. Si hacemos caso al número 163, habría que dar el cuerpo de Cristo -o que suban al altar y recibirlo de manos del obispo- a todos los concelebrantes. Este dato ya nos indica que el número de concelebrantes pensado en el Ceremonial de los Obispos no debería ser muy amplio. Con respecto al número 164, los diáconos comulgan después que el obispo, que les da la comunión. Observamos aquí otra diferencia entre lo que se ve y lo que se manda: lo habitual es ver que el cáliz descansa sobre el altar y los mismos concelebrantes beben de él. Sin embargo, aquí se manda que el cáliz sea presentado a los concelebrantes por los diáconos.
Los números 163 y 164 nos transmiten una manera de comulgar de los concelebrantes que es distinta de la que estamos acostumbrados a ver. La razón de esto está en el n. 246 de la OGMR, que entre los modos que presenta para que los concelebrantes comulguen del cáliz -en concreto la forma "a)"- da la posibilidad de que los concelebrantes se acerquen al altar. No obstante, la forma de comulgar en la misa estacional, según nos la presenta el Ceremonial, es la "b)" del n. 246 de la OGMR.

169. Uno de los diáconos puede invitar a todos diciendo: Inclinaos para recibir la bendición, o algo similar.
170. Dada la bendición uno de los diáconos despide al pueblo, diciendo: Podéis ir en paz;  y todos responden: Demos gracias a Dios.
Después el Obispo besa el altar, como de costumbre, y le hace la debida reverencia. También los concelebrantes y todos los que están en el presbiterio, saludan el altar, como al principio, y regresan procesionalmente al "secretarium", en el mismo orden en que vinieron.

Aquí notamos una ausencia. El obispo besa el altar. Los concelebrantes no. ¿Y los diáconos? Este "vacío legal" se resuelve desde el n. 186 de la OGMR, donde dice que el diácono "juntamente con el sacerdote, venera el altar besándolo, y haciendo una profunda reverencia, se retira en el mismo orden en que había llegado".

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