Continuamos considerando las funciones del diácono en el Ceremonial de los Obispos como lo hicimos en otro post. Ahora es el turno de la Parte II: La misa.
122. Conviene que haya por lo menos tres diáconos, que sean verdaderamente tales, uno que sirva al Evangelio y al altar, y otros dos que asistan al Obispo. Si son varios distribúyanse entre sí los diversos ministerios, y por lo menos uno de ellos preocúpese de la participación activa de los fieles.
Si no pueden ser verdaderos diáconos entonces es conveniente que su ministerio lo cumplan los presbíteros, los cuales vestidos con sus vestiduras sacerdotales, concelebren con el Obispo, aunque deban celebrar otra Misa por el bien pastoral de los fieles.
Con expresiones como "que sean verdaderamente tales" y la prescripción de que los presbíteros concelebrantes que suplan el ministerio de los diáconos con vestiduras sacerdotales se evidencia un cambio de mentalidad establecido después del Vaticano II: el que es presbítero debe vestir las vestiduras propias de su orden.
125. Cosas que hay que preparar:
...
para el Obispo: palangana, jarra con agua y toalla; amito, alba, cíngulo, cruz pectoral, estola, dalmática, casulla (palio, para el metropolitano) , solideo, mitra, anillo, báculo;
para los diáconos: amitos, albas, cíngulos, estolas, dalmáticas;
Este número concreta el 56, donde se prescribe el uso de dalmática por el obispo en las celebraciones solemnes. En todas las misas estacionales el obispo debe usar dalmática bajo la casulla (según el n. 120, son: las mayores solemnidades del año litúrgico, en la misa de consagración del crisma, el Jueves Santo en la Cena del Señor, el día del patrono, el día natalicio del obispo, en grandes reuniones del pueblo cristiano y en la visita pastoral). ¿Por qué? No porque el obispo haya sido ordenado de diácono antes de ser obispo. Esta explicación es insuficiente: yendo hasta sus últimas consecuencias, esta explicación justificaría su uso por los presbíteros. La razón propia es que el obispo posee la plenitud del grado del orden y por ello viste la casulla (orden presbíteral) y la dalmática (orden diaconal). En la celebración de la misa según el misal de 1962 lleva también la tunicela (orden sub-diaconal). Además, la dalmática tiene un sentido especial para el obispo: en su origen fue un ornamento episcopal que después usaron los diáconos por su creciente fama y poder en la Iglesia antigua. Por esta misma razón se prescribe a los diáconos, tal y como comentábamos en el post anterior a la hora de hablar del uso habitual de la dalmática por el diácono.
126. Después de que haya sido recibido el Obispo, según se indicó antes (n. 79), éste, ayudado por los diáconos asistentes y otros ministros, los cuales ya tienen puestas las vestiduras litúrgicas antes de que él llegue, deja en el "secretarium" la capa o la muceta, y según el caso, también el roquete, se lava las manos y se reviste con amito, alba, cruz pectoral, estola, dalmática y casulla.
Después uno de los dos diáconos coloca la mitra al Obispo. Pero si es Arzobispo, antes de recibir la mitra, el primer diácono le coloca el palio.
Entre tanto los presbíteros concelebrantes y los otros diáconos, que no sirven al Obispo, se ponen sus vestiduras.
127. Cuando ya todos están preparados, se acerca el acólito turiferario, uno de los diáconos le presenta la naveta al Obispo, el cual pone incienso en el incensario y lo bendice con el signo de la cruz. Luego recibe el báculo, que le presenta el ministro. Uno de los diáconos toma el Evangeliario, que lleva cerrado y con reverencia en la procesión de entrada.
Los diáconos ponen las insignias al obispo. También le presentan la naveta. Otro diácono lleva el evangeliario.
128. Mientras se canta el canto de entrada, se hace la procesión desde el "secretarium" hacia el presbiterio. Se ordena de esta manera:
- el turiferario con el incensario humeante;
- un acólito que lleva la cruz, con la imagen del crucifijo puesta en la parte anterior; va entre siete, o por lo menos dos acólitos que llevan candeleros con velas encendidas;
el clero de dos en dos; el diácono que lleva el Evangeliario; los otros diáconos, si los hay, de dos en dos; los presbíteros concelebrantes, de dos en dos; el Obispo, que va solo, lleva la mitra y el báculo pastoral en la mano izquierda, mientras bendice con la derecha: un poco detrás del Obispo, dos diáconos asistentes; por último los ministros del libro, de la mitra y del báculo. Si la procesión pasa delante de la capilla del Santísimo Sacramento, no se detiene ni se hace genuflexión.
En el anterior número hemos visto que los diáconos pueden desempeñar labores diaconales: desde poner una insignia episcopal hasta presentar una naveta. Del mismo modo, en la procesión de entrada el diácono, según su función, puede estar en un lugar u otro. El diácono con el evangeliario encabeza a los miembros de su orden, que tienen precedencia sobre el clero no concelebrante. En este sentido, el diácono es un "concelebrante" sui generis. Pero los asistentes van un poco detrás del obispo. En la procesión de entrada se ve con claridad que la toda misa estacional requiere tres diáconos. En las diócesis con poco clero -o pocos seminaristas- en los que puede que haya uno o ningún diácono transitorio, es necesario que haya por lo menos tres diáconos permanentes para que todas las misas estacionales se puedan celebrar de forma adecuada como lo transmiten estas normas del Ceremonial.
129. ... El Evangeliario se coloca sobre el altar.
Sobre el altar, no sobre el ambón.
131. Cuando el Obispo llega al altar, entrega al ministro el báculo pastoral, y dejada la mitra, junto con los diáconos y los otros ministros que lo acompañan, hace profunda reverencia al altar. En seguida sube al altar y, a una con los diáconos, lo besa. Después, si es necesario, el acólito pone de nuevo incienso en el incensario y el Obispo, acompañado por los dos diáconos, inciensa el altar y la cruz.
133. El Obispo recibe del diácono el aspersorio, se rocía a sí mismo y a los concelebrantes, a los ministros, al clero y al pueblo y, según las circunstancias, recorre la iglesia acompañado por los diáconos. Entre tanto se canta el canto que acompaña a la aspersión.
136. Los diáconos y los demás ministros se sientan según la disposición del presbiterio, pero de tal manera que se note la diferencia de grado con los presbíteros.
En estos números se muestra la labor asistencial de los dos diáconos. ¿Dónde se sienta el diácono? Esto se desprende del hecho de que los diáconos asistentes siempre acompañan al obispo. Por tanto, se sientan cerca de él. Esto también se concluye de los números 171/a, 172 y 174 de la Ordenación General del Misal Romano.
140. Sigue el Aleluya u otro canto, según las exigencias del tiempo litúrgico. Al iniciarse el Aleluya todos se ponen de pie, menos el Obispo.
Se acerca el turiferario y uno de los diáconos le presenta la naveta. El Obispo pone incienso y lo bendice sin decir nada.
El diácono que va a proclamar el Evangelio, se inclina profundamente ante el Obispo, pide la bendición en voz baja, diciendo: Padre, dame tu bendición. El Obispo lo bendice, diciendo: El Señor esté en tu corazón. El diácono se signa con el signo de la cruz y responde: Amén.
Entonces el Obispo, dejada la mitra, se levanta.
El diácono se acerca al altar y allí van también el turiferario con el incensario humeante, y los acólitos con los cirios encendidos. El diácono hace inclinación al altar y toma reverentemente el Evangeliario, y omitida la reverencia al altar, llevando solemnemente el libro, se dirige al ambón, precedido por el turiferario y los acólitos con cirios.
141. En el ambón, el diácono, teniendo las manos juntas, saluda al pueblo. Al decir las palabras Lectura del santo Evangelio, signa el libro y luego se signa a sí mismo, en la frente, la boca y el pecho, lo cual hacen todos los demás. Entonces el Obispo recibe el báculo. El diácono inciensa el libro y proclama el Evangelio, estando todos de pie y vueltos hacia el diácono, como de costumbre. Terminado el Evangelio, el diácono lleva el libro al Obispo para que lo bese. Este dice en secreto: Por la lectura de este Evangelio; o también el mismo diácono besa el Evangeliario, diciendo en secreto la misma fórmula.
Por último, el diácono y los ministros regresan a sus sitios.
El Evangeliario se lleva a la credencia u otro lugar apropiado.
144. Terminado el Credo, el Obispo de pie en la cátedra, con las manos juntas, invita con la monición a los fieles a participar en la oración universal.
Después uno de los diáconos o el cantor o lector u otro, desde el ambón o desde otro lugar apropiado, dice las intenciones, y el pueblo participa según le corresponde. Por último el Obispo, con las manos extendidas, concluye las preces con la oración.
En la Liturgia de la palabra llegamos ciertamente al clímax del ministerio diaconal. Pide la bendición para leer el evangelio. En el rito ambrosiano, todos los lectores la piden para poder acercarse al ambón a leer. El diácono se signa cuando es bendecido por el obispo. Esta es la actitud "natural" del bautizado y del ordenado cuando es bendecido por el obispo. La omisión de la indicación de signarse cuando se habla de la bendición final de la misa no quiere significar que estuviera suprimida esta acción. Así lo han interpretado algunos, que se limitan a inclinarse. Las omisiones en las rúbricas no significan, necesariamente, la ausencia de signos que la tradición litúrgica ha expresado siempre. El diácono ejemplifica aquí la actitud fundamental ante una bendición. Sobre el beso del evangeliario y la proclamación con las manos juntas, véase el comentario en el post anterior.
También el diácono lee los "dípticos" o intenciones de la Oración universal. En presencia de un diácono ningún otro ministro debe adjudicarse esta función. Junto con la proclamación del evangelio, la súplica es una de las características fundamentales del ministerio diaconal. En la liturgia hispano-mozárabe esto se ve con claridad en cada misa. En el rito romano esto queda en cierto modo reducido a las súplicas propias del Viernes Santo.