Por qué usar cíngulo.

Los clérigos y demás ministros que intervienen en las acciones litúrgicas, cuando llevan alba, deben usar una vestidura llamada cíngulo. Antes del misal de 1970 esta prescrito siempre, ahora si el alba queda ajustada al cuerpo, se puede prescindir de él. Así dice la OGMR:

n. 119: "Todos los que se revisten con alba, usarán cíngulo y amito, a no ser que por la forma del alba no se requieran".

n. 336: "La vestidura sagrada para todos los ministros ordenados e instituidos, de cualquier grado, es el alba, que debe ser atada a la cintura con el cíngulo, a no ser que esté hecha de tal manera que se adapte al cuerpo aun sin él".

El misal actual, quizás queriendo huir de un significado alegórico tardío, concibe estas vestiduras desde un punto de vista práctico. Las albas que no necesitan cíngulo son las muy estrechas o, mirando al ministro, las que le quedan ajustadas por su amplitud de cintura. Las albas llamadas "cogullas", amplias por definición y que en otro lugar decíamos que no parecían las más adecuadas para la liturgia, deben llevar siempre cíngulo.
Pero esta mirada funcional no fue la única que subsistía en el cristianismo que vio nacer el cíngulo como vestidura litúrgica. El significado "espiritual" tardío está vinculado a una concepción científica pre-moderna, que veía en los riñones la sede de la líbido. Por esta razón, hasta nuestros días el cíngulo se vinculó en Occidente con la castidad. Algunos que mantienen esta mentalidad, seguramente por la recitación de la oración para revestir este ornamento, suelen pensar que los que no lo llevan, sea la causa que sea, lo hacen por poco aprecio a esta virtud. Hay que decir que el sentido espiritual primigenio no tiene que ver con esa virtud. Si así lo fuera la OGMR no propondría una normativa meramente práctica, y los ministros no célibes nunca deberían llevarlo.
El sentido espiritual primero tiene que ver con una antropología litúrgica concreta. El ceñirse era en el Antiguo Testamento -y en el mundo antiguo según las regiones- algo propio de los esclavos o de la clase trabajadora en general. También se exigía para realizar actividades que así lo exigieran, como por ejemplo los soldados en la guerra. En el Antiguo Testamento vemos una primera alusión en este sentido en la cena pascual:

"Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano" (Ex 12, 11).

También en el Antiguo Testamento el ceñirse está vinculado a una acción sacerdotal. Así en la investidura de los sacerdotes y el comienzo del culto en el libro del Levítico:
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"Le impuso a Aarón la túnica y se la ciñó con la banda" (Lv 8, 7).

En el Nuevo Testamento recoge el sentido de ser un accesorio propio de los esclavos:

"Jesús, sabiendo que el Padre había entregado todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido" (Jn 13, 3-5).

La profecía del martirio de Pedro hace referencia a otro sentido del ceñirse, que es aceptar dicho martirio, además de aludir a la costumbre de ceñirse de la juventud, seguramente referida a la vida activa de los jóvenes:

"En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro de ceñirá y te llevará adonde no quieras" (Jn 21, 18).
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También en los evangelios, en san Juan el Bautista, entre sus costumbres, aparece el ceñirse con un accesorio concreto, que será luego imitado por los monjes cristianos:

"Juan llevaba un vestido de pelo de camello con un ceñidor de cuero a la cintura" (Mc 1, 8).

A este respecto, san Juan Crisóstomo comenta:

"Mas ¿por qué -me diréis- usaba de ceñidor del vestido?... Así vestía Elías, así cada uno de aquellos antiguos santos, no sólo porque estaban en actividad continua, ora de camino, ora en otra cualquiera obra necesaria; sino también porque pisoteaban todo ornato de sus personas y se abrazaban con todo género de asperezas" (Homilía sobre el Evangelio de Mateo, 10, 4s).

Después de ver el trasfondo bíblico, podemos comprender mejor por qué la Iglesia a través de los siglos ha conservado esa vestidura. Si la liturgia es etimológicamente "acción en favor del pueblo", parece lógico que los que intervienen en ella revestidos estén ceñidos. También en la liturgia somos siervos del Señor y de la Iglesia. Del primero porque realizamos la tradición que viene del mismo Cristo, como dice san Pablo: "Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido" (1 Cor 11, 23). De la Iglesia porque, aunque seamos sacerdotes, no podemos cambiar nada en la liturgia: "Por lo mismo, nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa propia en la Liturgia" (SC 22 §3.)

Adolfo Ivorra