De un tiempo a esta parte puede uno contemplar un hecho
realmente curioso. A la enorme súper mega inclinación hacia el culto
eucarístico fuera de la misa que se respira en ciertos ambientes católicos muy,
pero que muy devotos, ahora se añade un proceder curioso. Consiste en lo
siguiente.
Ya no basta con hacer lo que dice el Ritual en cuestión. Que
primero se tenga la misa y, después de la oración de poscomunión, omitidos los
ritos de despedida, el pan consagrado en la citada celebración se coloque
dentro de la custodia y, esta, claro, sobre los mismos corporales del altar,
donde han descansado los santos dones, para la gran plegaria de acción de
gracias y consagración. Así de natural, así de ajustado a la realidad
sacramental.
Pues no. Ahora, para la exposición del Santísimo, se
necesita montaje luminotécnico, como si del escenario para un concierto se
tratara. Se ha puesto de moda enfocar, con luces eléctricas, situadas
estratégicamente, a la Eucaristía dentro de la custodia, para que su blancura
quede resaltada. Como si el Santísimo fuese una star de la canción. Solo
faltaría decir, antes de empezar, aquello de: «Focos, cámaras, ¡acción!»
¿Qué se pretende con este efectismo? ¿Verdaderamente
pensamos que esta es una forma pedagógica de educar en la adoración a los
jóvenes de nuestras comunidades? Ellos, precisamente por tener una fe en
formación, necesitan contemplar las realidades en su estado más auténtico.
Necesitan madurar desde la verdad, sin montajes ni maquillajes a la moda. Deben
aprender, entre otras cosas, que la belleza de la Eucaristía se impone por sí
misma, y que ante ella solo se precisa un gran deseo de amor de Dios y un
espíritu sincero de abnegación.
No recurramos al neón o al led para mostrar la luz de Cristo
en la presencia real de la Eucaristía. ¡Esto despista! ¡No ilumina, simplemente
deslumbra! Eduquemos –eso sí– la mirada de los bautizados, para que puedan
captar la luminosidad de la verdad del Señor en la humildad de sus sacramentos.
Jaume González Padrós