Banquete en la catacumba de los Santos Marcelino y Pedro de Roma |
Estas comidas tienen su origen en la religiosidad pagana y judía. Por eso, los cristianos practicaban esta clase de comidas, fuera de la Eucaristía, pero con un sentido de prolongación eucarística para confraternizar y, así, vivir con un gesto expresivo, lo que celebraron en la Eucaristía.
San Pablo en 1Cor 2 habla de una cena que precedía a la Eucaristía, intuyéndose perfectamente estos ágapes. También hay ciertos testimonios en la Didajé (cap. 9-10) y en la Tradición Apostólica de Hipólito en el siglo III (núms. 25-26). En estos documentos se describen unas comidas muy bien preparadas con oraciones y participación comunitaria; pero dejan claro que no son celebraciones eucarísticas propiamente dichas.
Parece ser que hacia el siglo V dejaron de existir, o al menos, ya no se encuentran testimonios. Pero sí han quedado reminiscencias a lo largo de los siglos y en la época actual, como por ejemplo, las cenas del Jueves Santo (acaecidas en el norte de África, según san Agustín), los gestos benéficos unidos a la comida fraterna, los refrigerios realizados después de los funerales (costumbres que han permanecido en ciertos países anglosajones) y la reunión comunitaria para un picoteo o refrescos realizados después de las celebraciones de la misa del Gallo o de la Vigilia Pascual, o de la celebración de algún otro sacramento.
Adolfo Lucas Maqueda
Publicado en Liturgia y Espiritualidad (2016).