La palabra Aleluya, de origen hebreo (hallelu-Jah), es una alabanza a Dios que generaciones y generaciones de creyentes han proclamado al leer la Palabra de Dios, en las celebraciones litúrgicas y en las asambleas, siempre en un clima de gozo, de alegría y festividad. En las Sagradas Escrituras sale infinidad de veces en los libros del Antiguo Testamento y del Nuevo Testamento, sobre todo, en los Salmos y en el Apocalipsis.
En la liturgia, se canta antes del Evangelio; en Pascua se añaden dos "Aleluyas" con el "Podéis ir en paz"; algunas antífonas que encabezan los Salmos finalizan con un Aleluya, cuando se reza la Liturgia de las Horas, al igual que al comenzar el oficio divino con el "Gloria al Padre" se prolonga esta oración con el Aleluya, menos en tiempo de Cuaresma.
El momento culmen y privilegiado de Aleluya es la Vigilia Pascual en la que se canta con toda solemnidad después de cuarenta días de ausencia. Antiguamente, antes de comenzar la Cuaresma, se despedía el Aleluya con un rito especial.
También las asambleas carismáticas y otras reuniones de grupos eclesiales alaban a Dios con "Aleluyas".
El Aleluya (sobre todo en torno a la Palabra de Dios) tiene un tono marcadamente pascual, de ahí que se indique de una forma especial para los domingos y días festivos. Al ser una aclamación gozosa y de júbilo debe cantarse siempre por todo el pueblo. Si no se canta y solo se recita, diciendo simplemente aleluya, pierde todo su sentido. Y es que tiene por sí mismo el valor de rito o de acto (OLM 23). Normalmente, lo acompaña un versículo, que de no cantarse, se omite. Dicho versículo, al igual que el Aleluya, introducen y preparan la proclamación del evangelio. De ahí que la asamblea se levante a su canto.
Por tanto, en la liturgia, el Aleluya tiene un carácter de aclamación jubilosa y comunitaria que nos remite a la Pascua recordando las maravillas realizas por Dios en el pasado, y nos hace pregustar el futuro de los cantos apocalípticos.
En la liturgia, se canta antes del Evangelio; en Pascua se añaden dos "Aleluyas" con el "Podéis ir en paz"; algunas antífonas que encabezan los Salmos finalizan con un Aleluya, cuando se reza la Liturgia de las Horas, al igual que al comenzar el oficio divino con el "Gloria al Padre" se prolonga esta oración con el Aleluya, menos en tiempo de Cuaresma.
El momento culmen y privilegiado de Aleluya es la Vigilia Pascual en la que se canta con toda solemnidad después de cuarenta días de ausencia. Antiguamente, antes de comenzar la Cuaresma, se despedía el Aleluya con un rito especial.
También las asambleas carismáticas y otras reuniones de grupos eclesiales alaban a Dios con "Aleluyas".
El Aleluya (sobre todo en torno a la Palabra de Dios) tiene un tono marcadamente pascual, de ahí que se indique de una forma especial para los domingos y días festivos. Al ser una aclamación gozosa y de júbilo debe cantarse siempre por todo el pueblo. Si no se canta y solo se recita, diciendo simplemente aleluya, pierde todo su sentido. Y es que tiene por sí mismo el valor de rito o de acto (OLM 23). Normalmente, lo acompaña un versículo, que de no cantarse, se omite. Dicho versículo, al igual que el Aleluya, introducen y preparan la proclamación del evangelio. De ahí que la asamblea se levante a su canto.
Por tanto, en la liturgia, el Aleluya tiene un carácter de aclamación jubilosa y comunitaria que nos remite a la Pascua recordando las maravillas realizas por Dios en el pasado, y nos hace pregustar el futuro de los cantos apocalípticos.
Adolfo Lucas Maqueda
Publicado en Liturgia y Espiritualidad (2016).