La Liturgia en san Isidoro de Sevilla (II)

Creemos que el autor de estas Escrituras es el Espíritu Santo

San Isidoro de Sevilla, en su obra De Ecclesiasticis Officiis, podríamos decir que dedica tres capítulos a la Sagrada Escritura. En el capítulo X trata de las Lecturas, en el XI de los libros de los testamentos y en el XII de los escritores de los libros sagrados.
Según él, la recitación pública de las lecturas es una antigua institución judía, ya que éstos, en días determinados leen en las sinagogas los libros de la ley y los profetas.
El Santo Doctor señala que la finalidad de la Lectura es la de «edificar a los que leen»; por tanto, todos han de cantar cuando se cantan los salmos y todos han de guardar silencio cuando se lee una lectura.
Parece resonar, aunque nuestro Santo no lo mencione, el «Silentium facite» al decir que el diácono advierte claramente que se haga silencio para que haya unidad mientras se cantan los salmos o se leen las lecturas.
No sabemos, tras leer estos tres capítulos, si algún signo acompañaba la proclamación de las Lecturas, pero lo que sí sabemos es que, si uno llegaba cuando se estaba proclamando una Lectura, tenía que hacer «la señal de la cruz en su frente», tras haber adorado un momento al Señor.
En el capítulo XI, al tratar de las Escrituras Santas dice que éstas constan de la ley de la antigua, dada a los judíos por medio de Moisés y los profetas, y la de la nueva alianza, dada por el mismo Hijo de Dios y por sus apóstoles.
Usando la imagen del árbol, dice que la primera son las raíces mientras que la segunda son los primeras; una era el pedagogo para los niños y la otra el perfecto magisterio de vida para los adultos. En aquélla se prometía la fecundidad de la tierra para los que la trabajaran mientras que en ésta, la buena noticia, «se atribuye el reino celestial a los que viven por la gracia que proviene de la fe».
El Obispo hispalense continúa haciendo un elenco de los libros de la ley antigua, un total de 45 libros, divididos en: 1.- Libros de la ley [5]: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio; 2.- Libros históricos [16]: Josué, Jueces, Rut, Reyes (4), Paralipómenos (2), Esdras (2), Tobías, Ester, Judit, Macabeos (2); 3.- Libros proféticos [16]: Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel, más «los libros de los doce profetas». 4.- Libros poéticos [8]: Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Sabiduría, Eclesiástico y Lamentaciones de Jeremías».
El elenco de los de la nueva lo forman 27 libros: 1.- Evangelios [4]: Mateo, Marcos, Lucas y Juan; 2.- Cartas del Apóstol Pablo [14]; 3.-Cartas Católicas [7]: Santiago, Pedro y Judas; 4.- Hechos de los Apóstoles. 5.- Apocalipsis de san Juan: «rúbrica de todos estos libros… revelación de Jesucristo».
Señala Isidoro que el número total de libros hace referencia a los 72 ancianos que Moisés escogió para profetizar y a los discípulos que Jesús envió a predicar. Además, dado que «eran setenta y dos las lenguas que se habían difundido en nuestro mundo, el Espíritu proveyó que existieran tantos libros como naciones», para que, conociendo la Escritura, alcancen la gracia de la fe.
En el capítulo XII se ocupa de los escritores de los libros sagrados. Dada la extensión y complejidad de dicho capítulo, a continuación sólo haremos mención de lo más destacado.
Al tratar de los escritores del antiguo testamento dice así: Moisés es el autor del Pentateuco; el Salterio fue escrito por diez profetas; Salomón escribió el libro de los Proverbios, Eclesiástes y Cantar de los Cantares. Señala que Esdras dejó fijado en 22 los libros para que la ley tuviese tantos libros como letras el alefato.
Después de Esdras viene la traducción griega de los 72 traductores bajo Ptolomeo, rey de Egipto. Dicha traducción, dice Isidoro, fue hecha en setenta días, siendo el resultado que todos habían traducido lo mismo, por inspiración del Espíritu Santo. Tras la citada edición vinieron las traducciones, en esta ocasión del hebreo al griego, de Aquila, Teodosio, Símaco y Orígenes. El mismo san Agustín decía que los traductores eran innumerables (cf. De doctrina christiana, lib. II, c. XI).
Continúa san Isidoro citando la traducción del hebreo al latín llevada a cabo por san Jerónimo, usada por «todas las Iglesias de cualquier lugar, porque da gran veracidad a las frases y las palabras que usa son nítidas».
Sobre el libro de la Sabiduría se dice que puede probarse la autoría de Salomón y, además, que da un testimonio muy grande sobre Cristo, razón por la cual, dice el doctor hispalense, estos lo suprimieron de los volúmenes proféticos y prohibieron a los suyos de leerlo.
El libro del Eclesiástico se atribuye a Jesús Ben-Sirá aunque, según el autor, algunos latinos lo atribuyen a Salomón por la semejanza en el estilo literario. Por lo que respecta a los libros de Judit, Tobías o Macabeos de desconocen los respectivos autores.
Y llegamos al nuevo testamento. Los evangelios fueron escritos por cada uno de los cuatro evangelistas, todos en griego excepto Mateo que lo escribió en hebreo. Pablo escribió las cartas que llevan su nombre: nueve dirigidas a siete iglesias y las restantes dirigidas a sus discípulos Timoteo, Tito y Filemón.
Ya en aquel entonces presentaba dificultades la autoría de la carta a los hebreos a causa de las divergencias literarias con los demás escritos paulinos; el autor del De Ecclesiasticis Officiis dice al respecto: «algunos son del parecer que la escribió Bernabé y otros que fue escrita por Clemente».
Con respecto al resto de cartas católicas se señala que Pedro escribió dos cartas, aunque alguno cree que la segunda no se le puede atribuir; Santiago escribió una, aunque algunos piensan que se escribió usando el nombre de dicho apóstol y Juan escribió tres, aunque algunos piensan que solo es suya la primera.
Continúa diciendo que Judas escribió la que lleva su nombre y Lucas los Hechos de los Apóstoles «de acuerdo con lo que había escuchado y visto». Y, al referirse al último de los libros del nuevo testamento, es decir, al Apocalipsis, dice que su autor es Juan, el cual lo escribió desterrado en la isla de Patmos.
Merece especial atención las palabras con las que concluye este duodécimo capítulo sobre la inspiración divina de la escritura que, dada su importancia, cito textualmente a continuación: «Estos son los escritores de los libros sagrados, que hablan por inspiración divina y nos dan a conocer, para nuestra enseñanza, los preceptos celestiales. No obstante, creemos que el autor de estas Escrituras es el Espíritu Santo. Él fue quien escribió y quien dictó a sus profetas lo que debían escribir».

Salvador Aguilera López


Nota: para la versión española del De Ecclesiasticis Officiis hemos hecho uso de la traducción publicada por el Centro de Pastoral Litúrgica en Los Oficios Eclesiásticos. San Isidoro. Cuadernos Phase 200, Barcelona 2011, pp. 20-26.