Narciso-Jesús Lorenzo
Artículo publicado en Liturgia y Espiritualidad 48 (2017)
Artículo publicado en Liturgia y Espiritualidad 48 (2017)
La recepción de esta
tercera edición del Misal Romano está resultado bastante cordial entre las
generaciones más jóvenes del clero, también entre los sacerdotes más ancianos,
y en un buen sector de los de mediana edad. No obstante, a algunos les resulta
un libro adusto, porque dicen que es caro, que es pesado, que es clerical, que
no se entiende y que viene impuesto. Entre el resto del pueblo de Dios, como
cada vez hay más grupos de liturgia, a religiosas y laicos, más y mejor
formados, les este sirviendo como oportunidad para ahondar en la renovación
litúrgica y en el crecimiento espiritual.
1-Una
oportunidad para redescubrir el misal como libro de oración
La recepción del libro reclama, no sólo una actitud de
obediencia canónica, que acepta lo dispuesto, ante todo requiere el
redescubrimiento de su virtus, de su
potencial interior, por el hecho de ser un libro sacramental. Es decir: un
libro para poder celebrar el “Sacramento de nuestro fe” en el que se actualiza
la “Obra de nuestra Redención” (cfr. SC 2). El origen del misal está en
aquellos volúmenes que nos retrotraen a los siglos IV al VII, a la época de grandes
papas, como León Magno (+461), Gelasio (+496), Vigilio (+555) o Gregorio Magno
(+604), cuando se compilan y se sistematizan las oraciones presidenciales de la
misa, y que recibían el nombre de sacramentarium.
Por tanto estamos ante un libro de oración para celebrar la Eucaristía, oración
de todos, “de todos y cada uno”, en respuesta a la invitación: Oremos.
¡Qué paradoja! Aún recuerdan algunos, y hemos visto en tantas fotografías, a
esas personas que portaban su misalito manual para “asistir” a la Santa Misa,
rezando en la propia lengua y privadamente la eucología latina. Con todas sus
limitaciones, el misal era para los fieles un libro de oración, aunque en aquel
momento no existiera un verdadero diálogo entre el ministro y la asamblea; lo
que no era óbice, para que los fieles, sobre todo desde Meditor Dei, se comprendieran co-ofreciendo con el sacerdote, y por
su medio, la oblación eucarística (cfr. SC 48). Testigo de ello es el Canon
Romano cuando dice: pro quibus tibi
offerimus: vel qui tibi offerunt- te
ofrecemos y ellos mismos te ofrecen. Mientras que ahora, ocurre que en la
conciencia de la mayoría, no sólo se ha perdido el elemento medular del
sacrificio eucarístico, sino que la misma misa y el mismo misal parecen que
poco, o nada, tuvieran que ver con el hecho de rezar. Los fieles se han
convertido en la misa, más en oyentes de oraciones, que en orantes; con lo cual
el misal se ha clericalizado por falta de una auténtica recepción espiritual
del libro. Pero la problemática es más profunda, porque, además, se ha
desdibujado su identidad y su dinámica oracional, para convertirlo en un libro
para leer fórmulas, más o menos respetadas y comprendidas. De cómo el misal
sea libro de oración, y de su significación teológica nos vamos a ocupar
sucintamente a lo largo de este artículo.
2-La
identidad de la oración cristiana y en particular de la oración litúrgica
Es necesario indagar sobre la crisis de la oración para redescubrir la
naturaleza del mismo misal. En primer lugar podríamos afirmar que la
perspectiva de la oración se ha perdido bastante en la liturgia, por varias
razones. Una de ellas, determinante, es la de una comprensión casi
exclusivamente “administrativa” del actuar litúrgico. Incluso la palabra culto se ha vuelto extraña, la dimensión
ascendente está muy ausente. Se prefieren terminologías, correctas sí, pero no
ajenas a visiones, algunas veces, parciales del ministerio litúrgico y de la
misma celebración, como cuando se favorece el término presidente al de
sacerdote. La referencia paulina de “administradores de los misterios de Dios”
(1 Co 4,1) ha sido leída prestando más atención al primer término, al de
“administradores”, que al segundo, “de los misterios de Dios”. Con lo que el
“yo te”, tan identificatorio en la mentalidad latina, ha sido apropiado en
demasía por parte del ministro, que no es otro, que representante del que lo
posee en verdadera propiedad, y que puede decir: “yo te”, porque es “Yo soy”
(cfr. Jn 8,28). La misma cita paulina apunta el ser servidores de Cristo antes de ser administradores, y como tales,
perseverar en la oración (cfr. Co 4,2), porque tal ministerio no existe fuera
de él o sin él (cfr. Jn 15,5), que lo ejercita, en la historia y en la gloria
de un modo orante (cfr. Hb 7,25). Por ello, el rol orante del celebrante es
primordial, prioritario y precede cualquier acción. Está destinado a inducir e
integrar a todos, a hacer realidad la monición eucarística: Orad hermanos, para que este sacrificio mío
y vuestro sea agradable a Dios Padre todopoderoso.
Pero a ello hemos de añadir, también, otras problemáticas instaladas en la
conciencia y en la vida de muchos cristianos, incluso de los mismos sacerdotes,
como el de una percpección privativa, subjetiva emotivista, e intimista de la
oración, tantas veces justificada desde una interpretación reductiva de ese
“entrar en lo secreto” (cfr. Mt 6.6). Y que no está en ningún modo justificada
evangélicamente, porque la oración cristiana va dirigida, no a Dios, sino a
Dios que es Padre, Padre nuestro (cfr. Mt 6, 9)[1].
Otro gravísimo problema, al que se enfrentó la reforma litúrgica, en
concreto en las sucesivas ediciones de los libros litúrgicos, es el relativo a
los textos eucológicos, desde su traducción a su recepción. La legítima demanda,
atendida por el Concilio, de poder escuchar la Palabra de Dios proclamada en la
propia lengua, y la de poder rezar las oraciones de la litúrgica, también, en
la propia lengua, ha llevado a equivocados planteamientos, como que la
oraciones deban ser plenamente comprendidas, centradas en las circunstancias
particulares del grupo, y ser utilizadas por todos, con el riesgo de desdibujar
su naturaleza teológica y eclesial, pues van dirigidas a Dios, no a los fieles,
y son de la Iglesia, de la totalidad de sus miembros, que las reza de forma
“orgánica” y ministerial. En el corto espacio de un artículo no podemos
responder con amplitud a cada una de estas objeciones, no obstante, sí diremos
algo:
2.1-La oración es más que un
actividad intelectual
El que las oraciones puedan ser comprendidas tienen como principal objetivo,
no un ejercicio exclusivamente intelectual, sino favorecer una auténtica
participación espiritual en la liturgia, en el que la mente concuerde con los
labios y con el corazón[2].
2.2-Fidelidad a las palabras
recibidas
Que el leguaje sea comprensible, algo a lo que hay que aspirar ciertamente,
es algo que va más allá del empleo de unas u otras palabras; encierra en muchos
casos la tentación de hacer una selección o discriminación temática, que afecta
a la fe, y que corre el riesgo de hacer realidad el proverbio italiano: traduttore, traditore. En los años
setenta, conceptos, por ejemplo, como oblación o sacrificio, extraños ya para aquella
cultura y para la nuestra, empezaron a quedar “fuera de circulación”,
permaneciendo casi recluidos en las ediciones típicas latinas, aún siendo
vertebradores de la experiencia de fe cristiana. En éste, como en otros casos,
se reclamaba a las instancias competentes, que fueran sustituidos, no solo
conceptos, sino fórmulas enteras o, simplemente, se reemplazaban
arbitrariamente por composiciones particulares[3].
Esta editio tertia del misal romano ha
querido, precisamente, superar la tentación de las traducciones
interpretativas. Siendo lo más fiel posible al texto original procura con ello,
no sólo no alejarse del hombre actual (de si muy distanciado de cualquier
experiencia transcendente), sino reintroducirlo en un caudal espiritual fresco,
vivo, ininterrumpido, que no lo empobrece intelectualmente, sino que lo
enriquece espiritualmente, más aún en medio de la llamada “cultura liquida”. Se
trata, pues, de ofrecer un “producto” auténtico, no un sucedáneo, sino algo
genuino. Nos sitúa ante una verdadera “ecología eucológica”[4].
2.3-Las oraciones del misal al servicio de la
celebración del Misterio Pascual
El que las oraciones no estén redactadas únicamente en función de las
“solas” necesidades o expectativas de los que rezan, permite a la liturgia
celebrar el Misterio Pascual de Jesucristo. En la eucología la necesidad
particular de cada uno, como la necesidad de agua de la samaritana (cfr. Jn 4,7),
se torna oportunidad para saciar una sed más profunda (cfr. Jn 4,14). La
oración litúrgica al confesar y contemplar el misterio de Cristo, suplicando su
acción, conlleva que sólo en Jesucristo el ser humano encuentra respuesta, y la
necesaria salvación en las circunstancias variables de cada momento de la
historia. Por ello, las plegarias no pueden menos que expresar esta fe y esta obra
de salvación, pues dice la Escritura: En
ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los
hombres, en el cual podamos ser salvados (Hch 4,12). En la liturgia, en concreto en sus
plegarias, la Iglesia suplica que se haga realidad, “por amor de Dios”, el que todo lo que Cristo vivió… podamos vivirlo en Él y que Él lo viva en nosotros. Palabras del
Catecismo en el n. 521 que continúa diciendo: Estamos llamados a no ser más que una sola cosa con Él; nos hace
comulgar, en cuanto miembros de su Cuerpo, en lo que Él vivió en su carne por
nosotros y como modelo nuestro. Por tanto, no pueden quedar los contenidos
de las plegarias a merced de interpretaciones, gustos, sensibilidades, incluso
prejuicios ideológicos o teológicos, menos aún ser reemplazados por otras
demandas. Debe darse una perfecta armonía y sinergia entre la lex orandi, la lex credendi y la lex vivendi. La eucología de la liturgia es la
lengua materna que se nos da desde el día de nuestro nuevo nacimiento, el día en
que injertados en Cristo participamos de su situación existencial, de sus
sentimientos (cfr. Fi 2,5), en una palabra, de su filiación, participando de su
Espíritu (Ga 4,6a), que nos lleva a decir: ¡Abba!
(cfr. Ga 4,6b) en todas y de cada una de las fórmulas litúrgicas. Y, como todas
las lenguas, este idioma materno es común y es personal, y tiene como finalidad
la comunicación. No puede variar su gramática, su fonética, su morfología, pues
entonces dejaría de ser un idioma, una forma de comunicación. Decía Benedicto
XVI: nosotros siempre
necesitamos también el apoyo de esas plegarias en las que ha tomado forma el
encuentro con Dios de toda la Iglesia, y de cada persona dentro de ella[5]. Más aún, esta lengua emplea un
lenguaje no verbal, pues siempre forma parte de una acción, de un actuar, de un
obrar divino-humano. Por eso la liturgia es llamada desde muy antiguo opus, opus nostrae redemptionis exercitum[6],
porque Cristo sigue, no sólo hablando, sino actuando siempre. Lo dicho “en
aquel tiempo” sigue siendo válido hoy, Mi
Padre sigue actuando, yo también actúo (Jn 5,17). Variar este lenguaje
poli-fónico puede romper la comunicación con el resto de los que lo han
recibido como herencia, incluso con el mismo Dios, porque Dios puede
soberanamente dejar de escuchar, aunque
multipliquéis las oraciones, no os escucharé (Is 1,15)[7].
2.4-Oraciones rezadas de
un modo “polifónico” y “sinfónico”
Ciertamente deben ser rezadas por todos, pero no de la misma
manera. Permítasenos, traer aquí eso tan habitual para poder entendernos, poder
comunicarnos, de: “no hablar todos a la vez”. La liturgia fenomenológicamente
es un hecho de comunicación y tiene diversos interlocutores. No sólo se
establece un diálogo entre un grupo y sus dirigentes, se da una comunicación
para la comunión, entre la asamblea, con sus ministros, y Dios “Triuno”.
Esto requiere articular que la comunicación sea de “todos y de cada uno” de un
modo personal, comunitario, ministerial y sacramental. Porque los cristianos
formamos un cuerpo, por tanto una comunión de miembros con distintas funciones.
Cuando el conjunto, el grupo, se deja congregar por Dios se vuelve asamblea
santa, emerge su identidad más profunda,
la de ser cuerpo de Cristo, vosotros sois
el cuerpo de Cristo (1Co 12,27). Y los dirigentes revelan, también, su
identidad como ministros, expresión sacramental del que está en ellos “re-presentado”,
de modo que se haga realidad aquello de que el
que a vosotros escucha a mí me escucha (Lc 10,16), y poder, así, realizar el
memorial del Señor de un modo re-presentativo, in persona Christi.
2.5-Atentos a la tentación del escepticismo
También hemos de constatar, con tristeza, un mal de fondo que podríamos calificar
de “escepticismo ajaciano”, que nos instala en una situación de falsa piedad,
como la del rey Ajad: no pediré, no
tentaré al Señor (Is 7,12), y que refleja un convencimiento enmascarado de
que la oración y la liturgia sirven para muy poco, o para nada. De ahí que una (la
oración) se convierta para algunos en una terapia de relajación, y la otra (la
liturgia) se travista en espectáculo circense de comunidades
“autoreferenciales” que celebran lo suyo.
2.6-La oraciones del
misal nuestra lengua materna para dirigirnos a Dios
Es una obviedad, muchas veces poco obvia, que la
liturgia es oración dirigida a Dios. Desde la herencia veterotestamentaria
reflejada en el suba mi oración como
incienso en tu presencia (Sal 141,2), deteniéndonos, ante todo, en el
ejemplo de Jesús que dice: Padre yo sé
que tú siempre me escuchas (Jn 11,42), atendiendo a la exhortación del
Apóstol: orad en toda ocasión (Ef
6,18), y concluyendo en la convicción formulada en aquellos primeros concilios
africanos, la oración siempre está dirigida al Padre, ad Patrem, como destinatario último. Pero, a veces pareciera que el
interés no estuviera en el destinatario, sino en la asamblea para que, ante
todo, entienda lo que se dice, más que en que la plegaria pueda “atravesar el
cielo”, porque es una oración auténtica, porque ha pasado del oído al corazón,
un corazón levantado hacia el Señor. La liturgia puede convertirse en una
vulgar performance, incluso dejar de ser religiosa, porque no religa, ya que
sus palabras se vuelven huecas, porque se leen, pero no se rezan. La mencionada monición: Orad, hermanos debería estar puesta a la entrada de todos los
templos, y pronunciarse al comenzar cada celebración litúrgica, como hacemos al
comenzar el Oficio Divino con este responsorio: Señor, ábreme los labios. Y
mi boca proclamará tu alabanza. Cuando entendemos la liturgia como la
Iglesia en oración[8],
cuando el misal es de hecho el libro de oración de la Iglesia, se cumplirá lo
prometido por Jesús: No seréis
vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros
(Mt 10,20).
3-¿Quién reza con el
Misal?
El concilio Vaticano II afirmó algo absolutamente
capital, escuchémoslo de nuevo: Realmente,
en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los
hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la
Iglesia, que invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre Eterno (SC
7). Es curioso, la asociación, asimilación progresiva y pascual a Cristo, se
expresa en la oración, invoca a su Señor.
Pero ¿cómo acontece todo esto? porque lo que observamos es a un grupo y un
dirigente que rezan siguiendo un libro. Al rezar, más que con el misal, al
rezar el misal, que es un conjunto estructurado de plegarias, éste, por el
Espíritu Santo, se convierte en instrumento de un dinamismo orante místico, es
decir: el dinamismo de unas voces que se dejan oír en esas plegarias y que
introducen en el Mysterium Fidei.
Detengámonos, aunque sea someramente, en esas voces que resuenan en el sacramentario.
3.1-Las distintas voces
de la liturgia
En la liturgia, en concreto en el misal, podemos y
debemos apreciar distintas voces. Lo
expresan los diálogos introductorios de las anáforas; por ejemplo en la
introducción al sanctus de la
plegaria II que dice: Con los ángeles y
todos los santos, proclamamos tu gloria diciendo a una sola voz. Esta
polifonía y sinfonía, con intervenciones individuales y de conjunto, son obra,
siempre, del Espíritu Santo, que “atrae” hasta nosotros a Cristo y actualiza
continuamente nuestra vinculación a él, para ser en él una única voz, a quien vosotros oye, a mi oye (Lc
10,16). Dice el libro del Apocalipsis: el
Espíritu y la esposa dicen: Ven. Y el que oiga, diga: Ven. Y el que tenga sed,
venga; y el que desee, que tome el don del agua de la vida (22,17). Este suplicar no es,
pues, un proceder mágico o mecánico, de ahí que el mismo texto, después de
mencionar a la Iglesia, se fije en la ineludible participación personal, y
hable de: quien tenga sed, y de: quien lo desee. Se trata de una
necesaria sinergia entre “el todos y cada uno”, que activa y posibilita el
Espíritu, y que requiere la concordia de todos, y las disposiciones personales
de cada uno. Algo que se señala en cada colecta o postcommunio, donde antes de
que el ministro pronuncie la plegaria, invita a cada uno diciendo: oremos.
Aunque la voz que escuchemos en tantos momentos sea la voz del ministro, y
en otras ocasiones la de la asamblea, quien “lleva la voz cantante” en la
liturgia es, ante todo, Cristo[9].
No se trata de una voz entre otras, sino de la voz en la que todos nos
identificamos, pues todo acontece en una comunión personal y comunitaria con
él, como lo formula la conclusión de todas las anáforas romanas: per ipsum, et cum ipso, et in ipso. Doxología
que revela, no solamente la identidad de la oración o quehacer litúrgico, sino,
por extensión, la entera existencia de los creyentes, convertida en un culto
espiritual (cfr. Rm 12,1).
3.2-La oración en la existencia de
Jesús
Es necesario que penetremos en esta oración de Jesús. Estamos acostumbrados
a contemplar la oración histórica de Cristo como modelo y maestro nuestro (cfr.
Lc 11,1).
La oración ha acompañado su existencia terrena pero, además, es expresión de
comunión e intercesión ante el Padre en su existir glorioso (presentada, en
ambos casos, por la Carta a los hebreos en clave sacerdotal-sacrificial). Este como permanece para siempre posee un
sacerdocio que no pasará. Y por eso puede también perpetuamente salvar a los
que por su medio se acercan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder
por ellos (Hb 7,24-25). Esta oración es una oración memorial y escatológica, y
podemos acceder y participar en ella, en su tiempo y su eternidad (cfr. Fi 2,5),
a través de la celebración de los santos misterios.
3.4-La oración
oblativa de Cristo
La oración de Jesús es siempre, en el tiempo y sobre el
tiempo, oración oblativa, es decir: manifestación de su identificación plena
con la voluntad salvífica del Padre (cfr. Jn 4,34). Pero, tras la Ascensión, por
el misterio de Pentecostés, esta oración se proyecta sobre la historia. Cristo,
al hacernos partícipes de su condición filial, nos hace capaces de dirigirnos a
Dios como Abba (cfr. Ga 4,6). La misma Escritura presenta esta
participación en la oración de Cristo, como algo que acontece en liturgia, bien
sea de las Horas, bien la liturgia eucarística, incluso en la oración
indivicual, en estos términos: Así, pues,
ofrezcamos a Dios sin cesar por medio de él, un sacrificio de alabanza, es decir
el fruto de unos labios que bendicen su nombre (Hb 13,15).
4-¿Cómo “aparece” Cristo en las
plegarias del misal?
La voz de Jesús, por lo general, se escucha en tercera persona, en cuanto asume,
autentifica y se identifica con la oración de su Iglesia, pero también, en
cuanto es su principal contenido anamnético y motivo doxológico[10].
En este dinamismo orante, en algún momento, irrumpe en primera persona, como ocurre
en el relato de la institución recogido en el corazón de las anáforas. En ellas
es muy interesante apreciar la transición de la voz del ministro, a la voz de
Cristo, algo que transciende lo redaccional para expresar la actualidad de un
acontecimiento, como una “transverberación”, en el que la voz del representante
y del representando se identifican. El que hasta este momento “hablaba” en
tercera persona, de repente lo hace en primera y dice: Esto es mi Cuerpo. El Señor
se deja sentir en primera persona, sin dejar de estar haciendo suyas las voces
de todos: sus ministros y sus asambleas, formando una única vox. Precioso y preciso el resumen de
este ocurrir teológico-místico, lo ofrece Pablo VI, citando a San Agustín, en
la constitución apostólica Laudis
Canticum al hablar de la Liturgia de las Horas, y con más razón aplicable a
la oración eucarística: Es necesario,
pues, que, mientras celebramos el Oficio (la Eucaristía), reconozcamos en Cristo nuestras propias
voces y reconozcamos también su voz en nosotros (cfr. S. Agustín, Comentarios
sobre los salmos, 85, 1).
5-La oración de
la Iglesia en el Misal
Volvamos a la extraordinaria síntesis agustiniana sobre la oración sacerdotal
de Cristo:
Ora
por nosotros, como sacerdote nuestro; ora en nosotros, como cabeza nuestra;
recibe nuestra oración, como nuestro Dios (Ibid.). La voz de Jesús en la liturgia no
es una voz exclusiva, ni excluyente, es una voz inclusiva, pues Cristo, por su
encarnación, no se entiende aislado o aislable de su cuerpo eclesial, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno individualmente un miembro
de él (1Co
12,27). Frente a
una compresión protestante de la economía de la salvación que excluye cualquier
colaboración, la tradición apostólica confiesa que la voz de Cristo se
identifica, por el Espíritu Santo, en las voces de la Iglesia, que no sólo
alaban[11],
sino que interceden[12].
Ciertamente esta identificación aparece diversificada, como bien señala la
liturgia apocalíptica, distinguiendo entre los que adoran a Dios: los
veinticuatro ancianos, los cuatro seres vivientes, innumerables ángeles y las
criaturas todas del cielo y de la tierra (cfr. Ap 5); de igual manera ocurre en
la liturgia terrena de modo coral y ministerial sucesivamente. Esta
identificación es, además, progresiva, pues, en nuestro itinerario terreno, no
estamos exentos de disonancias y distonías: de ahí que el comienzo de la
participación en la liturgia (de las horas) venga introducido siempre por la
súplica: Señor, ábreme los labios, y mi
boca proclamará tu alabanza (Sal 50,17).
Nos hallamos, por tanto, en la celebración litúrgica, sobre todo en la
misa, ante una polifonía, que es una sinfonía, porque hay una plena sintonía
entre Cristo, su ministro y su Iglesia. De esta doctrina se hace eco la misma
eucología, en el caso de la liturgia romana, en el protocolo introductorio al sanctus, especialmente en la tercera
edición del misal, donde leemos por ejemplo: Por eso, Señor, nosotros, llenos de alegría, te aclamamos con los
ángeles y todos los santos[13].
Atendiendo y entendiendo estas dimensiones, se desvanecen los debates
superficiales de aquellos que quieren que la liturgia sea expresión de
comunidades cerradas en sí mismas, como dice el Papa Francisco, autorreferenciales,
preocupadas por sí mismas, atentas más a sus prevenciones ideológicas y
prejuicios teológicos que enfocadas y abiertas a la acción del Espíritu, hasta extrañarse,
incluso, de que la liturgia tenga como principal objetivo lo que pide primera
intercesión de la anáfora III: que Él nos
transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad, junto con tus
elegidos. Por tanto, la oración litúrgica de la Iglesia, la oración según
el misal, siempre pronunciando un Abba
radical, se abre a una vida filial y fraterna que espera su consumación
escatológica.
5.1-El misal es la oración anamnética de
la iglesia, en alabanza y adoración
El misal en su conjunto, estructurado en plegarias y
ritos al servicio de la celebración eucarística del Misterio Pascual, es una
respuesta orante de adoración, laudatoria y doxológica a la Palabra de Dios, e
inspirada en la misma Palabra de Dios[14]. La entraña más íntima de
la oración cristiana es la de ser respuesta a la Palabra, Palabra de Dios que
en último término no es otra que Cristo, testificado, eso sí, por las
Escrituras (cfr. Jn 5,39), y que se vuelve presencia personal en cada
celebración litúrgica (cfr. SC 7). Esta respuesta es una respuesta de
adoración, de acción de gracias y alabanza anamnética por las Mirabilia Dei. Es un proceder heredado
de Israel que se sabe elegido y reconoce la soberanía de Dios y su acción
salvadora. De forma sumaria lo encontramos en estas pocas palabras de Jesús en
la última cena: Dio gracias (cfr. Lc
22,19). Pero ese Dio gracias precede,
inseparablemente unido, al tomó el pan.
Dar gracias o bendecir para Jesús es algo más que un agradecimiento oral, se
trata de la ofrenda de su propia persona, la vida como experiencia filial, la
existencia en obediencia desde el primer instante de su vida humana (cfr. Hb
10,7). El contenido de la acción gracias tiene a Cristo por protagonista, como
ya apuntáramos más arriba, en un doble sentido: en cuanto enumeración de hechos
(sólo hay que dar un repaso a los prefacios)[15], pero también en cuanto
agente, sacerdote o pontífice, ora por
nosotros como sacerdote nuestro (ibid.). La Iglesia canta las maravillas de
Dios obradas en la Pascua de Cristo con la misma voz de Cristo, confesando, en
primer lugar: el designio salvífico del Padre, Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha
bendecido en la persona de Cristo (Ef 1,3). Y en segundo lugar: el deseo de
Jesús de que los suyos estén con él, en este mundo y en el futuro, donde estoy yo esté también mi servidor
(Jn 12,26), y, volveré y os llevaré
conmigo (Jn 14,3). Por lo cual, está
más que justificado el que las anáforas romanas se expresen en estos o
parecidos términos: En verdad es justo y
necesario es nuestro deber y salvación darte gracias, siempre y en todo lugar.
5.2-El Misal es siempre
una respuesta orante suplicante
Todas las plegarias del misal responden al binomio
ananmético-doxológico y epiclético-deprecativo. En todas sus oraciones la
súplica forma parte del contenido y ocupa el segundo lugar. Un segundo lugar
desde un punto de vista redaccional, pero también desde un punto de vista
teológico. La súplica viene mediada siempre por Cristo. Todas las oraciones
concluyen requiriendo esta mediación del Hijo, por Jesucristo, nuestro Señor (cfr. Jn 14,13), mediación, no sólo
instrumental, sino que es su propia finalidad, su objetivo último: la vida en
Cristo, para mí la vida es Cristo (Fi
1,21). Estas súplicas forman parte de la paráclesis del Espíritu Santo, según
lo dispuesto por Cristo, conforme a la economía trinitaria (cfr. Jn 16,7). Por
ello la primera petición a Dios será invariablemente la de pedir el Espíritu
Santo, así lo señala san Lucas, vuestro
Padre dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan (11,13). Y la principal
súplica tendrá siempre forma de epíclesis, las demás son, como ocurre con las
intercesiones de las anáforas romanas, un desarrollo epiclético. Señalemos,
sólo como ejemplo, la epíclesis de comunión de la plegaría eucarística II: Te pedimos humildemente, que el Espíritu
Santo congregue en la unidad a
cuantos participamos del Cuerpo y de la Sangre de Cristo. Esta súplica
viene a ser como el paradigma de todo lo suplicado en la eucología. Sin esta
acción pneumática es imposible “atraer” a Cristo, y por tanto una vida en
comunión con él (cfr. Ap 22, 17).
Conclusión
Esta tercera edición del Misal es un
eslabón más de la tradición eucológica romana, expresión de la oración de la
Iglesia que ora en el Espíritu Santo para que el Señor “vuelva” (cfr, Ap 22,17),
y podamos permanecer y avanzar en su itinerario escatológico (cfr. Jn 14,3) por
la celebración del Misterio Pascual en la liturgia, sobre todo en la Eucaristía
(cfr. 1Co 11,26). Es necesario, pues, que superemos comprensiones
reduccionistas como el intelectualismo y el intervencionismo que parece
bloquear cualquier forma de oración en la que no intervengan oralmente la
totalidad de los miembros. La oración, en la liturgia, es la oración de la
Iglesia, que se expresa en la asamblea, pero que la transciende, prolongada en la
asamblea eterna (cfr. Hb 12,22). Esta oración “de todos y cada uno”, aun cuando
sea pronunciada por alguno, tiene como portavoz de todos a Jesucristo, que se
proyecta sacramentalmente de un modo ministerial en aquellos habilitados para
ser icono representativo suyo. El principal reto que se nos plantea es
descubrir que el misal es un libro de oración al servicio de la celebración del
Misterio Pascual, para ello es necesario que nos volvamos conscientes de estar
integrados en un dinamismo místico de oración que nos introduce en la oración
de una Iglesia que, unida a su divino Esposo, forma una única vox con la que dirigirse al Padre.
Narciso-Jesús Lorenzo.
Profesor del Bienio de
Liturgia de San Dámaso.
Profesor de Liturgia del
Estudio Teológico Agustiniano de Valladolid.
[1] A este respecto Benedicto
XVI en su obra: Jesús de Nazaret, Madrid 2000, 161-162,
enseñaba: La oración no ha de ser una
exhibición ante los hombres; requiere esa discreción que es esencial en una
relación de amor… El amor de Dios por cada uno de nosotros es totalmente
personal y lleva en sí ese misterio de lo que es único y no se puede divulgar
ante los hombres. Esta discreción esencial de la oración no excluye la
dimensión comunitaria: el mismo Padrenuestro es una oración en primera persona
del plural, y sólo entrando a formar parte del «nosotros» de los hijos de Dios
podemos traspasar los límites de este mundo y elevarnos hasta Dios. No
obstante, este «nosotros» reaviva lo más íntimo de mí persona; al rezar,
siempre han de compenetrarse el aspecto exclusivamente personal y el
comunitario.
[2] Es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada Liturgia con recta
disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz y colaboren con
la gracia divina, para no recibirla en vano (SC 11), como dijera San Benito:
mens concordet voci.
[3] Creando algo así como un
misal alternativo, por ejemplo publicaciones como: J. G. Galdeano, Eucaristía
doméstica y por grupos, Madrid 1971.
[4] La instrucción Liturgiam Authenticam, precisamente vino
a promover unas traducciones más fieles al texto y menos interpretativas en la
que leemos: El Rito Romano, como todas
las demás grandes familias litúrgicas de la Iglesia Católica, posee un estilo y
una estructura propios, que deben ser respetados en cuanto es posible, también
en las traducciones. En este sentido, la Instrucción renueva las
indicaciones de anteriores documentos pontificios, para que se tenga en la
traducción de los textos litúrgicos, un criterio de fidelidad y exactitud en la
traducción del texto Latino a la lengua vernácula y no un puro ejercicio de la
creatividad, teniendo en cuenta la debida consideración a la manera particular
de expresarse que tiene cada lengua.
[5] Continua diciendo Benedicto
XVI: En
las fórmulas de oración que han surgido primero de la fe de Israel y después de
la fe de los que oran como miembros de la Iglesia, aprendemos a conocer a Dios
y a conocernos a nosotros mismos (Ibid. 164).
[6] GeV 170, también en Ve
93.
[7] La eucología, en sentido
amplio la misma liturgia, es un idioma, una lengua, unas palabras que se vuelven
nuestras, formada por palabras de la Escritura y las plegarias de la Iglesia.
Este es nuestro idioma materno, no lo confeccionamos nosotros, lo hacemos
propio y nos expresamos en él. Suplicando siempre que el Señor ponga sus
palabras en nuestros labios: -Señor,
enséñanos a orar… cuando oréis decid… (Lc 11,1-2)
[8] Expresión que consagrara el gran teólogo
liturgista A. G. Martirmort, en su obra más conocida: L'Église en prière (Paris, 1961).
[9] Los hombres
sólo pueden entablar una comunicación con Dios en virtud del encuentro, de la
sinergia entre lo humano y lo divino que hace posible únicamente Jesucristo,
por su Encarnación y su misterio pascual. El es único Mediador (“corporativo”) (1Tim
2,5). Él es la “voz” y el “portavoz”. En el relato de la resurrección de Lázaro,
Jesús mismo lo escenifica: Padre, yo sé
que tú siempre me escuchas (Jn 11,42; cfr. Jn 1,1; Lc 10,16).
[10] Magnífica síntesis
anamnético-doxológica nos ofrece el prefacio III de difuntos. Anámnesis: Porque él es la salvación del mundo, la vida
de los hombres, la resurrección de los muertos. Doxología: Por él los coros de los ángeles adoran tu
gloria eternamente gozosos en tu presencia. Permítenos asociarnos a sus voces
cantando con ellos tu alabanza.
[11]Como en la anáfora IV, donde
rezamos: Te alabamos, Padre santo, porque
eres grande y porque hiciste todas las cosas con sabiduría y amor.
[12] La misma plegaria continua: Y ahora, Señor, acuérdate de todos aquellos
por los que te ofrecemos este sacrificio…
[13] Conclusión del prefacio I de
de la Pasión del Señor.
[14] Cfr. R. De Zan, L´
eucologia antica e recente, come expressione e risonanza di temi biblici: la
Scrittura ricompresa, en Scriptura crescit cum orante, Padova 1993.
[15] Así lo canta y confiesa el
prefacio I de Pascua: Porque Él es el verdadero Cordero que quitó el pecado del mundo:
muriendo destruyó nuestra muerte, y resucitando
restauró nuestra vida.