18 de diciembre. Santa María
Comentario a las lecturas
Comentario a las lecturas
Profecía: Miq 4, 1-3. 5-8; 5, 1-4. El Mesías nacido en Belén.
Psallendum: Sal 86, 5s
Apóstol: Gal 3, 27-4, 7. La Ley y la promesa.
Evangelio: Lc 1, 26-38. 46-55. Anunciación del Señor y Magníficat.
La fiesta de Santa María es la fiesta de la Virgen María en la Liturgia
Mozárabe. Aparece en todas las fuentes litúrgicas del Rito con esta fecha del
18 de diciembre.
Se trata de celebrar el Misterio de la Encarnación, pero en un contexto
más apropiado que el de Cuaresma y tal y como este Misterio se manifestó
visiblemente en la historia humana, en María, como en el año 656 lo dispuso el
X Concilio de Toledo, en su canon primero.
María, celebrada en su gravidez el 18 de diciembre, a una semana de la
Navidad, es Virgen de la Esperanza, es signo en el cielo, lucero de la mañana,
invitación a acoger el don de Dios que se manifiesta en Cristo.
Esta fiesta se puede situar
en el contexto del siglo VII. La datación la ofrece el concilio X de Toledo
(año 656), que refleja el deseo de los obispos hispanos de que ninguna fiesta o
solemnidad distraiga del sentido penitencial de la Cuaresma. Esta fiesta de
santa María tiene su lugar en el rito romano el 25 de marzo (llamada Anunciación del Señor), mientras que en el rito hispano se establece para el 18
de diciembre. Sin embargo, el misterio de la Anunciación/Encarnación se resitúa
con facilidad en un tiempo como el Adviento, especialmente a pocos días de la
celebración de la Natividad. Ya desde el praelegendum
se nos introduce en la narración bíblica del nacimiento se Jesucristo según san
Mateo. El evangelio de la misa, en cambio, según la versión de san Lucas.
La profecía de Miqueas
introduce el lugar geográfico de ese nacimiento, Belén, pero también nos habla
de la centralidad de Jerusalén y el templo encumbrado como punto focal al que
se dirigirán todos los pueblos. El psallendum
refuerza esta perspectiva, por lo que la dimensión universalista no se pierde
de vista. La paz idílica que acompaña a “aquel que ha de gobernar Israel” nos recuerda
el canto de la kalenda del rito
romano: “estando todo el orbe en paz”. La perspectiva, por lo tanto, es siempre
el Reino de Dios como consumación definitiva de la historia salvífica.
El evangelio de la Anunciación de Lucas reviste ciertos
paralelos con la historia del nacimiento del Bautista, para manifestar una
continuidad en lo que se refiere a las intervenciones divinas[1].
La joven virgen María recibe un anuncio divino y aparece como agraciada, gratia plena, y el fruto de sus entrañas
es “santo” o “consagrado”, siguiendo un lenguaje cultual. La acción conjunta
del Espíritu Santo y del Verbo muestran cómo la Trinidad actúa sin cesar en la
historia de la salvación, muy especialmente en la plenitud de los tiempos, los
tiempos de salvación que ya aparecen en el nombre escogido para el niño ('Jesús': “Dios salva/es
salvación”). Heredero del trono de David, su reino y reinado son universales,
lo mismo que su mensaje de salvación. Su “reino no tendrá fin”, cumpliendo así
las promesas bíblicas y deseando que ese reino sea una realidad[2].
Ante semejante mensaje, el canto del Magníficat aparece a continuación fuera de
su contexto –el encuentro con santa Isabel– y se coloca como si se tratase de
una acción de gracias de santa María virgen.
El
apóstol de esta misa es el mismo del de la solemnidad del 8 de diciembre. La
perspectiva es la misma, solo que por el sentido de la fiesta el acento pasa de
María a Cristo: con su concepción comienzan los tiempos nuevos, los tiempos de
la promesa hecha a Abrahán y sus descendientes. En Cristo y, por lo tanto, en
la Iglesia, las divisiones humanas, sean biológicas o sociales, pasan a un
segundo plano. La filiación divina de los que hemos renacido por el agua y el
Espíritu es lo que cuenta.
Adolfo Ivorra
[1]
«Tanto el uno como el otro se arraigan en una tradición y cada uno forma un
todo desde el punto de vista narrativo y desde el punto de vista teológico. Los
dos están marcados por unos modelos veterorestamentarios»: F. Bovon, El Evangelio según San Lucas, I, Salamanca 1995, 107. Cf. AA.VV., María en el Nuevo Testamento, Salamanca
1986, 114s.
[2]
«“Su reino no tendrá fin”, dice Gabriel a María. En el siglo IV, esta frase fue
incorporada al Credo niceno-constantinopolitano, en el momento en que el reino
de Jesús de Nazaret abrazaba ya a todo el mundo de la cuenca mediterránea.
Nosotros, los cristianos, sabemos y confesamos con gratitud: Sí, Dios ha
cumplido su promesa. El reino del Hijo de David, Jesús, se extiende “de mar a
mar”, de continente a continente, de un siglo a otro»: J. Ratzinger, La infancia de Jesús, Barcelona 2012, 38s.