La Navidad, evocación o acontecimiento, mímesis o anámnesis.

Narciso Lorenzo Leal

Artículo publicado en: Liturgia y Espiritualidad 36 (2005)

La celebración anual del nacimiento de Cristo ¿es una efeméride -un acontecimiento ocurrido o recordado en una fecha- o es algo más?
  Como veremos la localización en el calendario del nacimiento de Cristo responde más a un interés teológico que a un interés cronológico. Ni las fuentes canónicas, ni otras fuentes extra-canónicas nos ofrecen información alguna sobre la fecha exacta del nacimiento de Cristo. La única referencia genérica es la disposición imperial de hacer un censo en Judea (cfr. Lc 2, 1-6). Esto da idea ya de que el nacimiento de Cristo, que es un hecho histórico incuestionable, ligado a la ciudad de David, a Belén, para los cristianos desde el primer momento ha sido algo más que un recuerdo, es un hecho trascendental, un misterio de salvación[1], que ha calado hondamente en la cultura, hasta llamar misterio al portal de belén o felicitarnos la Navidad con un: ¡Felices pascuas!

  El nacimiento de Cristo, envuelto ahora en los ropajes navideños de tantas y tan variadas tradiciones, contiene una afirmación absoluta para los cristianos, Cristo es el Emmanuel, Dios con nosotros (cfr. Mt 1, 23). No se trata de un hecho mítico, pues la historia confirmada por el testimonio ininterrumpido de los siglos y auxiliada por otras ciencias como la arqueología nos remite a un personaje, a un tiempo y a un lugar, tan concreto, como la gruta de Belén[2]. Pero a la vez que afirmamos esto, señalamos con igual énfasis que estamos ante un acontecimiento no mensurable porque en ese nacimiento se ha dado un hecho trascendental, la confluencia de lo humano y lo divino, en palabras del prólogo de san Juan: El Verbo de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros (1,14).

  A este acontecimiento trascendente, reconocible en la fe, como don de Dios y adhesión intelectual y afectiva del hombre, tenemos acceso sobre todo a través de la celebración litúrgica, pero también a través de las diversas manifestaciones de la religiosidad popular. Sino ¿porqué esa constante en llamar al niño Jesús, Manuel, o Manolito, que no es otra cosa que la concreción castellana y familiar de Emmanuel?

  Podemos decir ya que, la celebración de la Navidad, es una mimesis y una anámnesis. Recurriremos a estos dos términos griegos. Mimesis  para expresar que la Navidad tiene un fuerte componente de imitación, de evocación, expresado en una variada gama de manifestaciones artísticas, desde las más excelsas hasta las más humildes, con una idea de fondo: el Niño que ha nacido en Belén es el Hijo de Dios hecho hombre y el Salvador del mundo. Anámneis, termino de gran densidad teológica, para expresar la actualidad de lo que sucedió en aquel tiempo. ¿En virtud de qué? En virtud del triunfo de Cristo sobre la muerte. La resurrección de Cristo ha hecho que, no sólo su persona sino lo que significaron todos los momentos de su vida, tengan una repercusión universal y puedan beneficiarnos a todos, de entonces y de ahora. La carta a los Hebreos lo expresa de forma muy concisa: Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre (13,8). La presencia de Cristo en la acción litúrgica nos hace contemporáneos de su Pascua y de todo lo que la precedió[3]. De ahí que podamos manifestarnos con acierto: Felices Pascuas, pues la Navidad es el inicio del paschale sacramentum, del Misterio Pascual.

  Cristo nos ha dado acceso a su persona y a toda su existencia a través de los divinos misterios, es decir de los sacramentos de la Iglesia[4]. Más aún, los hechos de la vida de Cristo y su función salvadora, no se agotan en sólo los sacramentos que, aunque son los vínculos seguros y necesarios con su persona y su misterio pascual, se expresan también de diversas formas a través de la oración litúrgica, de los tiempos litúrgicos[5], sin olvidarnos de las diversas formas de la piedad popular.

  La religiosidad popular es una manifestación de devoción cristiana genuina que se plasma en la cultura y en los sentimientos de cada época, cuando se nutre en la celebración litúrgica y conduce al encuentro con Cristo. De ahí la estima que la Iglesia tiene hacia sus múltiples manifestaciones, y el cuidado que le dispensa para preservar su finalidad, y evitar que sea esquilmada por otro tipo de intenciones e intereses[6].

  Por ello debe haber una perfecta sintonía y sincronía entre la celebración litúrgica del Nacimiento de Cristo y sus manifestaciones populares, para que la celebración llegue a todos los rincones desde los sentimientos, la sociedad y la cultura. A su vez, estas expresiones de plásticas, musicales, dramáticas o ambientales, deben remitir a quien es su protagonista, su persona, su obra y a los medios de relación con él: la oración, la liturgia y el ejercicio de las virtudes cristianas. De otro modo aumentarán los que piensan que el protagonista de la Navidad es Papa Noël.

La fiesta de la Navidad, Nativitas y Epifanía

  El origen de la fiesta del Nacimiento de Cristo, es relativamente tardío. Sin embargo, desde el primer momento, los cristianos comprendieron la trascendencia de este hecho, el Mysterium Encarnatonis. El Hijo de Dios se había hecho Hijo del hombre, y su nacimiento entra hasta formar parte de la entraña misma de la confesión de fe cristiana[7]. A la vez, muy pronto, a pesar de los avatares de la historia, los cristianos de Palestina, conservaron y veneraron los lugares que tuvieron que ver con la existencia histórica de Jesús, entre ellos la cueva del Nacimiento. Prueba de ello es la profanación de la gruta por parte de los romanos el año 135. Tratando de borrar las huellas de la fe cristiana el emperador Adriano manda cubrirla de tierra, convirtiéndola en bosquecillo en honor de Adón. Noticias de la gruta nos llegan a través de Orígenes, el gran y controvertido teólogo (+ 254, aprox.) refiriéndose a ella como un lugar de todos conocido: Se muestra en Belén la gruta donde nació Jesús. Todos lo saben en el país (Patrología Griega 11, 753). Por la peregrina Egeria sabemos de una celebración litúrgica los primeros días de enero en la basílica construida sobre el lugar del nacimiento por mandato de santa Elena en el siglo III[8].

  El nacimiento de Cristo, además de ser un hecho acaecido en un tiempo y en un lugar, es sobre todo un acontecimiento de salvación. Todo ello nos lleva a concluir que la fecha para celebrarlo está en función de la oportunidad. Es decir, se buscará el mejor momento, el más conveniente. Así en el siglo IV la Iglesia en Occidente y en Oriente va a encontrar dos fechas para celebrar la entrada del Hijo de Dios en la historia humana: el 25 de diciembre en el mundo latino y el 6 de enero entre las iglesias orientales. Occidente se fija en el nacimiento en Belén; Oriente contempla la revelación del misterio de Dios y la manifestación publica de Cristo, expresada en su nacimiento pero, sobretodo, en el bautismo en el Jordán.

  La primera mención al 25 de diciembre la encontramos en una obra del Cronógrafo Romano (354 aprox.). Se trata de un calendario, que se remonta al año 136 y que da idea de una fiesta marcada ya por la tradición[9]. El 25 era una festividad pagana impuesta por Adriano al comienzo del solsticio de invierno, cuando los días empiezan a crecer, era la fiesta del Natalis Solis in Victi. Una excelente oportunidad simbólica para proponer a Cristo como la luz del mundo. Una forma de cristianizar una fiesta civil romana pero, sobretodo, una ocasión para aprovechar su estructura simbólica y festiva para señalar que el Verdadero Sol Victorioso es Cristo que amanece para la humanidad con su nacimiento, el sol que nace de lo alto (Lc 1, 78).

  Algo semejante ocurre con la fiesta de la Epifanía, de origen egipcio, que se celebra el 6 de enero, cuyo origen lo hallamos en la fiesta pagana de la luz o del sol, los días que concluye el solsticio de invierno. Parece que, los primeros en celebrar esta fecha, fueron un grupo de gnósticos cristianos, entre los años 120 y 140[10]. Pero, para una fiesta de la Epifanía auténticamente cristiana, hemos de esperar a mediados del siglo IV. El primer testimonio nos lo ofrece Epifanio que citando a san Efrén dice que esta fiesta comprendía, además de la teofanía de la Trinidad, la encarnación y el nacimiento del Salvador[11].

  Todo parece señalar que tanto la fiesta de la Nativitas Domini, como la Epifanía Domini son contemporáneas, se intercambian y se extienden rápidamente por Oriente y Occidente. Ambas se inscriben en el contexto cósmico y festivo de una luz solar que crece, símbolo excelente de Cristo, que es la luz del mundo por su encarnación y nacimiento. Baste recordar la reflexión joánica sobre la luz, que es Cristo, en el prologo de su evangelio (cfr. Jn 1, 9-12). Ello no obsta para que, con acentos teológicos propios, en Occidente la gran fiesta de Navidad sea el día 25 y en Oriente la Epifanía tenga un mayor esplendor[12].

  En resumen, en los primeros siglos no preocupó la fecha exacta del nacimiento. Como hemos visto, su situación en el calendario, obedece más a un interés pedagógico que cronológico. A pesar de lo cual existía una tradición que explicaba que Cristo había sido concebido en la misma fecha que su muerte el 25 de marzo. Nueve meses después era su nacimiento [13].

Comprender y experimentar el misterio de la Navidad a través de la Liturgia

  El acontecimiento de la Navidad de Cristo entraña tales riquezas que la Iglesia ha establecido un tiempo, de fiestas del Señor, de la Virgen y de ferias, así como la conmemoración de algunos santos[14], que nos permitan conocer y participar sacramentalmente de tales riquezas. Así mismo tanto en la tradición litúrgica romana, como en los restantes ritos occidentales y orientales, existe un tiempo de preparación litúrgica, espiritual y ascética que recibe el nombre de tiempo de Adviento.

  La Navidad comienza con la celebración de las primeras Vísperas del día 25 y finaliza con la fiesta del Bautismo del Señor, el domingo siguiente a la solemnidad de la Epifanía. Podemos considerar formando parte de este ciclo natalicio, aunque ya fuera del tiempo de Navidad, la fiesta del Presentación del Señor en el templo, el 2 de febrero.

  La fiesta latina de Navidad tiene, a igual que la fiesta de Pascua, una octava. Durante ocho días se celebra como si se tratase del mismo y único día el acontecimiento del Nacimiento del Redentor y, en la infraoctava, la solemnidad de Santa María Madre de Dios y la jornada mundial de la Paz. La otra gran fiesta de la Navidad romana es la Epifanía, recibida de Oriente, que se centra en la adoración de los Magos, como expresión de la revelación de Cristo a los pueblos gentiles, sin prescindir de las otras manifestaciones presentes en la Epifanía oriental[15].

  Para impregnarnos de las riquezas espirituales de estos días es preciso adentrarnos con espíritu contemplativo en el Leccionario con su magnífica selección de lecturas bíblicas, en las antífonas y la selección de los salmos de la Liturgia de las horas, pero sobre todo en la eucología eucarística. En todo ello hay un denominador común: la actualidad del acontecimiento, del misterio de la Navidad. Son numerosos los textos que hablan del hecho con efectos hoy, hodie. No es que Cristo vuelva a nacer. Nació, murió y resucitó, pero su Encarnación y su Nacimiento son el comienzo de la salvación en todo tiempo y lugar, para todas las generaciones. Tras su victoria sobre la muerte, su misterio personal, su rica personalidad y los hechos de su existencia terrena han entrado en la eternidad. No se reducen a un recuerdo, a un hermoso sueño, sino que se manifiestan presentes a los hombres. Cristo vuelve a decirnos: -Ved mis manos y mis pies; soy yo en persona. Tocadme y convenceros de que un fantasma no tiene carne, ni huesos, como veis que yo tengo (Lc 24,39). Parece imposible, pero ha sucedido, Cristo ha vencido a la muerte. Podemos acercarnos a todos los hechos de su existir, porque son un eterno hoy, hodie. Nos volvemos contemporáneos del Resucitado, pero también del que fue Niño, de aquellos pastores y de los magos, los ángeles se acercan a nosotros para decirnos: -Hoy os ha nacido en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor (Lc 2, 11).

  Uno de los que mejor han expresado la actualidad del misterio del Nacimiento de Cristo fue el Papa san León Magno en sus sermones de Navidad. Citemos el siguiente fragmento para comprobarlo: En cada día y en cada tiempo se presenta a los fieles que meditan las obras divinas, el nacimiento de nuestro Señor y Salvador de la Virgen Madre… Sin embargo, ningún día como el de hoy se propone a la adoración en el cielo y en la tierra este nacimiento… Hoy el Verbo de Dios se ha manifestado revestido de carne: la naturaleza (divina) que nunca había sido visible a los ojos humanos, ha empezado incluso a poder ser tocada por nosotros (Patrología Latina 54, 213). Observemos el paralelismo en relación al “tocar”, la invitación que el Resucitado hace a sus discípulos es la que san León hace a los que le escuchan. Cristo puede ser tocado por aquellos apóstoles; nosotros podemos acercarnos y entrar en su misterio, y en particular en su nacimiento. Se trata de una entrada real, pero sacramental, es decir simbólica, a través de los signos que se presentan ante nuestros ojos. En la concepción original del símbolo está la capacidad de poner en relación las dos partes[16] y en la teología de los Padres el símbolo y el sacramento son prácticamente intercambiables. El símbolo no es un mero continente ideológico sino que, remite y contiene, aquello de mayor entidad a lo que remite, siempre por gracia de Dios[17]. Para ilustrar lo dicho, qué mejor ejemplo que el prefacio II de Navidad: En el misterio que hoy celebramos, Cristo, el Señor, sin dejar la gloria del Padre, se hace presente entre nosotros de un modo nuevo: el que era invisible en su naturaleza se hace visible al adoptar la nuestra; el eterno engendrado antes del tiempo, comparte nuestra vida temporal para asumir en sí todo lo creado, para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este modo el universo. No existe, pues, oposición entre lo eterno y lo temporal, entre lo natural y lo sobrenatural, entre el orden de la creación y el de la salvación, porque en Cristo, “Dios y Hombre verdadero” se reconcilia todo. En él todo se verá recapitulado, pues ha unido en su persona lo humano y lo divino (cfr. Ef 1, 3-10). Las realidades materiales a él referidas son cauce de gracia e indicadores de su presencia. Por eso, podemos decir que Cristo está presente en la celebración de los santos misterios, cumpliendo así su promesa: Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el final del mundo (Mt 28, 20).

   Podemos preguntarnos: ¿Cuál es el efecto principal del Nacimiento de Cristo? Comienza diciendo Juan: el pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande (Is 9, 2) son las palabras con las que comienzan las lecturas de la Misas de Media noche. Son las tinieblas del pecado y la muerte las que reinan entre los hombres desde los albores de los tiempos. La humanidad, por sí sola, a lo más que puede llegar es a formular utopías, lograr metas pero todas marcadas por la desigualdad y afectadas por el desenlace de la muerte. En medio de la noche resplandece la gloria de Dios, que es la carne de un niño nacido en la gruta de Belén pues, si abundó el pecado, más abundante ha sido la gracia (Cfr. Rm 5). Sólo lo que se asume es redimido. Cristo asumió la naturaleza humana, por tanto, ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación (Tt 2,11) Con estas palabras comienza la segunda lectura de la Misa de Media Noche. ¿En qué consiste esa gracia? Consiste en el admirable intercambio que se ha producido, expresado en el prefacio antes mencionado, pero también en la oración colecta de la Misa del día: Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y de modo más admirable todavía restableciste su dignidad por Jesucristo, concédenos compartir la vida divina de aquel que hoy se ha dignado compartir con el hombre la condición humana.

  Otro efecto que la liturgia de estos días no nos hace pasar inadvertido es el efecto eclesial, como consecuencia de lo anterior. El Verbo de Dios se ha hecho Hombre, y los hombres podemos vincularnos a él, participar de tan admirable intercambio. De este modo quedamos vinculados unos a otros, formando un solo Cuerpo, el Cuerpo eclesial (cfr. 1Co 12, 12-31). Por ello el gran cantor de la Navidad san León Magno dirá: La festividad de hoy renueva ante nosotros los sagrados comienzos de Jesús, nacido de la Virgen María; de modo que mientras adoramos el nacimiento de nuestro Salvador, resulta que estamos celebrando nuestro propio comienzo. Efectivamente la generación de Cristo, es el comienzo del pueblo cristiano, y el nacimiento de la cabeza lo es, al mismo tiempo, del Cuerpo (Patrología Latina 54,213). La imagen de la vid y los sarmientos empleada por el mismo Jesús, parece de lo más oportuna: Cristo es la vid y nosotros los sarmientos (cfr. Jn 15). Algo que define el culto cristiano, en general y en particular la celebración de la Navidad, es su índole eclesial, comunitaria y fraterna, hasta el punto que se ha desbordado hasta los rincones más secularizados de la sociedad occidental. Aunque se oculte la referencia confesional de estas fiestas, nadie niega los valores de solidaridad y humanidad que han recibido del misterio de Belén.

La religiosidad popular belenista y la liturgia

  El misterio celebrado en la liturgia se expande más allá de las acciones rituales, tiene como finalidad volver la vida entera un culto agradable a Dios y un medio de expansión de su Reino[18]. Además se vuelve, muy pronto, expresión plástica una vez superadas las reservas iconográficas de las primeras generaciones cristianas heredadas de las prescripciones veterotestamentarias, de la oposición a los cultos paganos y, sobre todo, la grave crisis iconoclasta del siglo VII[19].   
  Encontramos la representación del Nacimiento desde el arte paleocristiano hasta nuestros días. Junto con el misterio de la cruz podríamos decir que, la Navidad, ha sido lo más representado tanto en pintura como en escultura. De este modo no solo ilustraba los templos, sino que llegaba a la calle y a la vida ordinaria de los fieles que pasaban por delante de los frontones de las puertas románicas de las iglesias. Por poner solo un ejemplo de nuestra tierra, la puerta de la epifanía de la iglesia de san Juan del Mercado de Benavente. Pero el hito mayor de la piedad popular navideña se dará el año 1223 cuando en aquella gruta de Greccio, donde se celebraba la misa de media noche, san Francisco de Asís, hace representar con personajes el misterio de Belén, dando origen a lo que hoy llamamos belenismo, como forma de religiosidad popular navideña.

  No nos debe pasar inadvertido el contexto donde nace la representación del misterio de la Navidad, la celebración de la Eucaristía. Y es que los relieves de las puertas románicas anunciaban a los de fuera el misterio de salvación que se contenía dentro, como si se tratara de una carta de presentación o una invitación. Los belenes puestos en los más variados lugares son hoy un anuncio y una invitación, pero necesitan de la palabra que los presente, es decir del testimonio de los que promueven tales manifestaciones plásticas, dramáticas o musicales.

  En este caso, como en otros, en un mundo culturalmente tan variado, complejo y mestizo, es necesario que las diversas tradiciones de cuyo cristiano mantengan su vinculo con la fuente que es la liturgia de la Iglesia y que desde la comunidad eclesial lleve el acontecimiento de la Navidad a los hombres de nuestro tiempo, sumergidos en el océano de dispersión ideológica, religiosa y cultural. Sólo lo auténticamente humano y sólo lo que está preñado de la potencia divina se mantendrán a flote. El mensaje de la navidad para nuestro mundo puede quedar resumido en estas palabras de Cristo: Tanto amó Dios al mundo que entro a su Hijo para que todo el que cree en él tenga la vida eterna (Jn 3, 16).

                                                                       Narciso-Jesús Lorenzo Leal, pbro.


[1] Ante todo es necesario aclarar este término fundamental en la teología litúrgica. La palabra misterio procede del griego mystrion. El uso que hace a liturgia cristiana da a este término hunde sus raíces en la Sagrada Escritura sobre todo en el Nuevo Testamento. El misterio es el proyecto de Dios para la salvación del mundo realizado en la persona de Cristo y sobre pasa la inteligencia humana. En plural designa la salvación de Dios a la que tenemos acceso a través de los sacramentos de la Iglesia, por ello puede decirse que misterios y sacramentos son intercambiables. Cfr. M. Lods, en Diccionario Enciclopédico de la Biblia, Barcelona, 1993, pp. 1038-1039. Ver también W. Breuning, Misterio de fe, en W. Beinert. Diccionario de Teología Dogmática. Madrid 1990, pp. 459-459 .C. Floristán, Diccionario abrevado de liturgia. Estella 2001, p. 214.
[2] Un buen resumen sobre el estado de la cuestión lo encontramos en B. Sesboue, Creer, Madrid 200, el capitulo titulado: Jesús de Nazaret ante la historia, pp. 253ss. 
[3] Enseña el Papa Pio XII: Más al venir el día de Navidad, parece como si volviésemos a la cueva de Belén, para aprender allí que es preciso que renazcamos de nuevo y que nos reformemos radicalmente; lo cual solamente se consigue cuando nos unimos al Verbo de Dios hecho hombre, de un modo íntimo y vital, y participamos de aquella divina naturaleza suya, a la que nosotros hemos sido elevados. Mediator Dei 195. Será pues verdadera navidad cuando participamos de la liturgia y comulgamos a Cristo.
[4] Los misterios de la vida de Cristo son los fundamentos de lo que en adelante, por los ministros de su Iglesia, Cristo dispensa en los sacramentos, porque “lo que era visible en nuestro Salvador ha pasado a sus misterios” (S. León Magno, serm. 74,29). Catecismo de la Iglesia Católica 1115.
[5] Enseña el Concilio Vaticano II: En el círculo del año (La Santa Madre Iglesia) desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza de la venida del Señor.
  Conmemorando así lo misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hace presente en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación. Sacrosanctum Concilium 102, 2.3.1
[6] El concilio Vaticano II dice: Se recomiendan encarecidamente los ejercicios piadosos del pueblo cristiano, con tal de que sean conformes a las leyes y a las normas de la Iglesia…es preciso que estos mismos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la Sagrada Liturgia, en cierto modo deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo… Ibid., 13. El año 2001 la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, publicó el Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia en el cual se actualiza estas enseñanzas, a la vez que ofrece claves de actuación.
[7] La mención del nacimiento la encontramos en la conocida expresión de la profesión de fe o Símbolo de los Apóstoles: Fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa Maria.
[8] Itinerario de la Virgen Egeria, Madrid 1980, pp. 266-271.
[9] El texto dice: VIII Kalendaes Ianuarii: Natus Christus in Betlehem Iudae: 25 de diciembre nace Cristo en Belén de Judá.
[10] Estos gnósticos celebraban el bautismo de Jesús, momento en el cual el Verbo se tomaba posesión de la humanidad de Jesús. En el siglo, san Efrén, según Epifanio, enseña que esta fiesta celebra la encarnación y nacimiento del Señor. Cfr. Jesús Castellano. El año litúrgico, Memoria de Cristo y mistagogía de la Iglesia. Barcelona, 1994, pp. 108-109
[11] Cfr. G. Ramís. Año Litúrgico. Ciclo de Adviento-Navidad-Epifanía. En Dionisio Borobio, La celebración de la Iglesia III. Salamanca 1994, p. 174.
[12] A finales del siglo IV se celebraba en el norte de África y en Hispania. Cfr. J. Castellano, o. c. 84-85. Crisóstomo predicando el 25 de diciembre del año386 mencionaba que hacía ya diez años que se celebraba esta fiesta en Antioquia (PG 49, 351). En el 380 ya se celebraba en Constantinopla; y en el 430 en Alejandría. Cfr. G. Ramís, o. c., pp. 173-176. Egeria cuenta que la fiesta de la Epifanía se celebraba el 6 de enero en Belén y en Jerusalén. Cfr. Itinerario de la Virgen Egeria, Madrid 1980, pp. 266-271. En el 361 sabemos por Amiano Marcelino que ya se celebraba en la Galia. Cfr. P. Jounel, El Año, navidad y Epifanía. en A.G. Martimort, La Iglesia en Oración. Barcelona 1987. p. 967.
[13] De ello se hacen eco algunos padres como san Agustín. Cfr. G. Ramis o. c.
[14] EL 26 san Esteban Protomártir, el 27 san Juan Evangelista, el 28 los santos Inocentes. Con el nacimiento de Cristo la humanidad puede amanecer a la vida eterna, Esteban y los Inocentes son sus primitas. Juan es el evangelista que más profundiza en el misterio del Verbo encarnado.
[15] Las antífonas que acompaña los cánticos del Benedictus y del Magníficat recogen esa plural manifestación de Cristo., presente en la Epifanía de Oriente. Benedictus ant.: Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo, porque en el Jordán, Cristo la purifica de sus pecados; los magos acuden con regalos a las bodas del Rey, y los invitados se alegran por el agua convertida en vino. Aleluya. Magníficat, ant.: Veneremos este día santo, horrado con tres prodigios: hoy, la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy, el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy, Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán, para salvarnos, Aleluya.
[16] Sym-bállein: unir dos mitades.
[17] Las realidades creadas pueden contener realidades de orden divino. Si una humanidad concreta gestada en las entrañas de la Virgen puede ser asumida, hasta la identificación, por la segunda persona de la Santísima Trinidad, a partir de aquí podemos hablar de otras realidades de este mundo que también pueden recibir una presencia especial de Dios; de forma singular los sacramentos, pero también por extensión personas o acciones...  Esta comprensión del símbolo la vamos a encontrar sobre todo en los Padres de la Escuela de Alejandría. Cfr. D. Borobio, Eucaristía, Madrid 2000, pp. 57-58. Ver también: J. M. Rovira Belloso, Los sacramentos símbolos del Espíritu. Barcelona 2001, pp. 73-75.
[18] En efecto, la Liturgia, por cuyo medio “se ejerce la obra de nuestra redención”, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida, y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia. Sacrosanctum Concilum 2.
[19] J. Álvarez. Arqueología Cristiana. Madrid 1998, pp. 91-98.