LA NUEVA TRADUCCIÓN DEL «PRO MULTIS»
(José Antonio Goñi)
La liturgia es considerada como el culto «oficial» de la Iglesia. De
modo que las celebraciones litúrgicas «no son acciones privadas, sino
celebraciones de la Iglesia» (SC 26). Esto significa que «la reglamentación de
la sagrada liturgia es de competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica»
(SC 22 §1). Así, la Sede Apostólica, a través de la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos, regula todo lo referente a la
liturgia: establece los libros que deben usarse en las celebraciones, determina
los cambios en los mismos, estipula las adaptaciones que se pueden realizar…
Todo ello con el deseo de responder al ser de la liturgia, a la tradición, a la
lex credendi, a las necesidades de
los fieles, etc. Es por ello que la expresión ritual ha ido evolucionando a lo
largo de la historia.
Uno de los momentos importantes de esta evolución se sitúa en el
Concilio Vaticano II. Entre otras cosas, fue permitido entonces el uso de las
lenguas vernáculas en las celebraciones litúrgicas (cf. SC 36). Por lo que los
libros litúrgicos oficiales en latín, que emanaron siguiendo las disposiciones
de la Constitución conciliar sobre liturgia Sacrosanctum
Concilium, fueron traducidos por las Conferencias Episcopales a las lenguas
en uso en sus territorios.
En muchas lenguas (alemán, español, inglés, italiano, portugués) las
palabras latinas de la consagración de la sangre de Cristo «qui pro vobis et pro multis effundetur»
fueron traducidas por «que será derramada por vosotros y por todos los
hombres», a pesar de que literalmente el texto dice: «que será derramada por
vosotros y por muchos».
No obstante, el 17 de octubre de 2006, el cardenal Francis Arinze,
entonces prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de
los Sacramentos, escribió, por iniciativa del papa Benedicto XVI, a las
Conferencias Episcopales (Prot. N. 467/05/L) para que en las próximas traducciones
del Misal Romano que los obispos
preparasen para sus países, tradujeran literalmente del texto latino original
esa expresión de la consagración de la sangre de Cristo. De modo que «por
todos», «for all», «per tutti» o equivalentes pasaran a ser
«por muchos», «for many», «per molti», etc. El propio papa
Benedicto XVI explicó al presidente de la Conferencia Episcopal Alemana las
razones de esta modificación, en una carta fechada el 14 de abril de 2012.
En cualquier caso, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina
de los Sacramentos ha recordado que no hay duda sobre la validez de las misas
celebradas hasta ahora con la fórmula de la consagración de la sangre de Cristo
que decía «por todos» o su equivalente en otras lenguas (cf. Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe,
Declaratio de sensu tribuendo
adprobationi versionum formularum sacramentalium (25 de enero de 1974): Acta Apostolicae Sedis 66 [1974] 661).
La nueva edición en lengua castellana del Misal Romano, que acaba de publicarse, recoge este cambio en el relato de la institución. Veamos cuáles
son los motivos que han llevado a adoptar esta traducción más literal del «pro multis», así como su explicación
teológica.
1.
La fórmula de la consagración en el Nuevo Testamento
1.1. El relato
En el Nuevo Testamento encontramos el relato de la última cena en cuatro
lugares: Mateo (26,26-29), Marcos (14,22-25), Lucas (22,15-20) y 1 Corintios
(11,23-26).
Respecto a la fórmula de la consagración del cáliz, no hay en estos
textos uniformidad:
- Mateo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos
(peri pollṓn) para el perdón de los pecados» (26,28).
- Marcos: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por
muchos (hyper pollṓn)» (14,24).
- Lucas: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es
derramada por vosotros (hyper hymṓn)» (22,20).
- 1 Corintios: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre» (11,25).
Aunque no pone destinatario, en la fórmula de consagración del pan si lo
indica: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros (hyper hymṓn)» (11,24).
Así, en Mateo y Marcos encontramos el término «muchos» (polloi). Y Lucas y Pablo dicen
«vosotros» (hymeis).
1.2. Traducción de
«polloi»
Sólo en los relatos de Mateo y de Marcos aparece la palabra «muchos» (polloi); no dice «todos» (pantes).
Jesús no hablaba griego, sino arameo. Esta
lengua, como el hebreo en el que está escrito la mayor parte del Antiguo
Testamento y las lenguas semitas, carece de términos para expresar conceptos
universales. Cuando desean generalizar, ponen el artículo delante de la
palabra, diciendo «los muchos» para indicar la multitud o la totalidad. De
modo que «muchos» significa solamente que hay un gran número, sin especificar
si este gran número corresponde o no a todos. En cambio, en griego, en latín o
en las lenguas indoeuropeas, sí hay palabras para expresar conceptos
universales. Por tanto, en estas lenguas, «muchos» se contrapone a «todos».
El siglo pasado, el exegeta alemán Joachim Jeremias, en la voz «polloi»
escrita para el Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament (Diccionario teológico del Nuevo Testamento), partiendo del hecho de
que en hebreo «rabim»
(muchos) podía designar a todos, quiso demostrar que en el texto griego del
Nuevo Testamento el término «polloi» (muchos) tiene en ocasiones un
significado equivalente al de «pántes» (todos). Esto se ve, por ejemplo,
en la carta a los Romanos donde Pablo usa de modo indiferente la expresión «pántes
ánthropoi» (todos los hombres) y la expresión «hoi polloi» (los
muchos o la mayoría). Hasta el punto de que las versiones en latín y en otras
lenguas vulgares tradujeran en estos pasajes «hoi polloi» por «omnes»/«todos».[1]
De igual manera, los exégetas señalaban que
la palabra «muchos» (polloi), que encontramos en el relato de la última
cena de Mateo y de Marcos, debería traducirse por «todos», ya que era un
semitismo, manifestado además por el ofrecimiento universal que Jesús había
hecho de su vida, que no está reservado, en principio, a
un cierto número de destinatarios (cf. Jn 4,42; 6,51; 11,52; Rom 5,15; 2Cor
5,14-15; Tit 2,11; 1Jn 2,2).
Sin embargo, este consenso exegético ya no
existe actualmente. De modo que traducir «polloi» por «todos», aunque
tiene un fundamento teológico, se considera una interpretación, yendo más allá
de una traducción.
2.
La fórmula de la consagración en la tradición litúrgica
Ninguna formulación litúrgica de la
consagración se corresponde literalmente con las palabras de alguno de los
textos de la Escritura que relatan la última cena.
Los textos litúrgicos se fundamentan en
tradiciones anteriores o contemporáneas a los libros del Nuevo Testamento.
Tengamos en cuenta que la eucaristía se venía celebrando bastantes años antes
de la redacción de los evangelios y de las cartas paulinas, época en la que aún
contamos sólo con la tradición oral. Por lo que cuando los textos bíblicos
fueron fijados definitivamente, ya había formularios litúrgicos en uso que
siguieron su evolución y redacción definitiva en los primeros siglos. Éstos
buscaron dar estructura simétrica a cada elemento, precisar enseñanzas
doctrinales y el sentido, adaptarse al lenguaje y a los usos locales, motivar
la participación del pueblo. Y, aunque en muchas de las lenguas en uso
litúrgico tuvieran expresiones universales, sin embargo, para las palabras del
Señor, conservaron su carácter arcaico, con la expresión más fiel y aproximada
a las ipsissima verba Iesu (mismísimas palabras de Jesús).
Así pasó, por ejemplo, con el canon romano,
que empleó la palabra latina «multis», correlativa al término griego «polloi»
(«muchos»), y no «omnibus» («todos»). Y en las nuevas plegarias
eucarísticas del rito romano redactadas tras el Concilio Vaticano II, siguieron
el mismo texto latino del canon romano, con la expresión «pro multis».
2.1. Traducción del
«pro multis»
A la hora de traducir la Biblia y los textos
litúrgicos, tras el Concilio Vaticano II, se tenía conciencia de cuán lejos de
los mismos estaban el modo de pensar y de hablar del hombre contemporáneo, por
lo que, incluso traducidos, seguían siendo en buena parte incomprensibles para
los participantes en la liturgia. Era una tarea novedosa tratar de que, en la
traducción, los textos sagrados y litúrgicos fueran asequibles a los fieles,
aunque siguieran siendo muy ajenos a su mundo. Así, los traductores no sólo se
sintieron autorizados, sino incluso obligados a incluir ya la interpretación en
la traducción.
Por ello, la palabra «multis», no se
tradujo por «muchos», sino por «todos», expresando así, de modo inequívoco, el
sentido dado por Jesús a su muerte: la universalidad de la salvación.
La propia Sagrada Congregación para el Culto
Divino autorizó esta traducción justificándola[2]
y ofreció en su revista Notitiae un estudio explicativo al respecto del
biblista Maximiliano Zerwick.[3]
Esta traducción no literal («por todos» /
«por todos los hombres») la encontramos en italiano, en inglés, en alemán, en
español y en portugués, entre otros. No obstante, en francés y en hebreo
moderno adoptaron «por la multitud» y las versiones polaca, rusa, ucraniana o
vietnamita, por ejemplo, se mantuvieron fieles al texto latino («por muchos»).
La Instrucción sobre el uso de
las lenguas vernáculas en la edición de los libros de la liturgia romana Liturgiam
authenticam (28 de marzo de 2001), de la Congregación para el Culto Divino
y la Disciplina de los Sacramentos, pedía una fidelidad a los textos originales
y una literalidad en la traducción, dejando de lado cualquier interpretación.
En esta misma línea, el 17 de octubre de 2006, el cardenal Francis Arinze,
prefecto de la mencionada Congregación, escribió a las Conferencias Episcopales
solicitándoles que en la próxima traducción del Misal Romano siguieran
literalmente el texto latino «pro multis» («por muchos», «for many»,
«per molti»…) en las palabras de la consagración del cáliz a la hora de
preparar nuevas traducciones, y que se explicaran a los fieles las razones de
esta modificación.
3.
¿No ha muerto Jesús por todos?
Decir «por muchos» podría hacer pensar que
Jesús no ha muerto por todos. Pero no es así. Entonces, si Jesús ha muerto por
todos, ¿por qué en las palabras de la última cena él dijo «por muchos»?
Recordemos que en los evangelios de Mateo y
de Marcos, Jesús dice que su sangre es derramada «por muchos», mientras que en
los textos de Lucas y de Pablo dice «por vosotros». Aparentemente, estas dos
expresiones restringen el círculo. Sin embargo, como vamos a explicar, nos
abren el horizonte ya que la liturgia fusionó ambas en su formulación de la
consagración de la sangre de Cristo: «Accipite et bibite ex eo omnes: hic
est enim calix sanguinis mei novi et æterni testamenti, qui pro vobis et pro
multis effundetur in remissionem peccatorum» («Tomad y bebed todos de él,
porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que
será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados»). Así,
el canon romano y las nuevas plegarias eucarísticas introducidas tras la
reforma del Misal, unen las dos lecturas bíblicas.
3.1. Universalidad de la misión salvífica de Jesús
Una de las certezas fundamentales de nuestra
fe es que Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, tiene una misión salvífica
universal, no reservada sólo al pueblo judío. Ya en su mismo nacimiento se
revela a todos los pueblos, representados en los magos de Oriente (cf. Mt 2,
1-12), porque «también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo
y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el evangelio» (Ef 3,6). De tal
modo que en Jesucristo «se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la
salvación para todos los hombres» (Tit 2,11).
En el discurso del pan de vida del evangelio
de san Juan, Jesús se ofrece como alimento para la vida del mundo: «Si uno come
de este pan vivirá para siempre y el pan que yo daré es mi carne para la vida
del mundo» (Jn 6,51). Y, en el encuentro de Jesús con la samaritana, los
samaritanos que aparecen al final de la escena declaran haber reconocido que
Jesús es «verdaderamente el salvador del mundo» (Jn 4,42). Una expresión que se
encuentra también en la primera carta de Juan: «Damos testimonio de que el
Padre envió a su Hijo, como salvador del mundo» (1Jn 4,14).
San Pablo, en diferentes pasajes de sus
cartas nos recuerda que Jesús murió por todos, manifestando así la
universalidad de la salvación: «Si por el delito de uno murieron todos, con
mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre,
Jesucristo, se han desbordado sobre todos» (Rom 5,15); «Dios entregó a su Hijo
por todos nosotros» (Rom 8,32); «Uno murió por todos» (2Cor
5,14); Jesús «se entregó en rescate por todos» (1Tim 2,6); «Nos apremia el amor
de Cristo al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron» (2Cor
5,14). También el apóstol san Juan dirá en este mismo sentido: «Él es víctima
de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también
por los del mundo entero» (1Jn 2,2).
Recordemos, finalmente, cómo Jesús resucitado
mandará que el evangelio sea anunciado a todos los pueblos: «Id y haced discípulos
a todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo» (Mt 28,19).
De manera que la misión de Jesús tiene un
valor universal y ofrece la salvación a todos. Él ha venido para reunir a los
hijos de Dios dispersos por el mundo (cf. Jn 11,51-52) y formar el nuevo
Israel, cuyos miembros no sólo son los judíos sino la humanidad entera, sin
distinción entre judío o griego, esclavo o libres, hombre o mujer (cf. Gal
3,28). Su misión no está, por tanto, reservada a un cierto número de
destinatarios sino que la humanidad entera se beneficia de la gracia salvífica
de su muerte: «Con tu sangre compraste para Dios hombres de toda raza, lengua,
pueblo o nación» (cf. Ap 5,9).
3.2. Por vosotros
Los apóstoles saben que la misión de Jesús va
más allá de ellos y del grupo de discípulos; está destinada a la humanidad
entera como hemos explicado. Pero al decir Jesús «por vosotros», cuando en la
última cena señala los destinatarios del sacrificio de su vida, del
derramamiento de su sangre, hace que su ofrecimiento se concrete en los
presentes. Ellos no son miembros cualesquiera de una enorme totalidad, sino
personas concretas. De modo que cada uno de los apóstoles sabe que el Señor ha
muerto «por él».
Y, más allá del grupo de los doce que estaban
presentes en la última cena, el «por vosotros» se extiende también al futuro,
refiriéndose a cada creyente posterior de manera totalmente personal. A
cualquier creyente en Jesús de la época que sea se está dirigiendo ese «por
vosotros». Y, por tanto, también por nosotros, que hoy en día nos seguimos
reuniendo en su nombre, Jesús ha entregado su cuerpo, Jesús ha derramado su
sangre. Cada creyente, de cualquier época, se siente englobado en ese «por
vosotros», hasta el punto de poder decir que el Señor ha muerto «por mí», «por
nosotros». Tal y como afirma san Pablo, que no estaba presente en la última
cena: «el Hijo de Dios me amó y se entregó por mí» (Gal 2,20). Así, cada uno de
nosotros somos conocidos por Jesús y somos destinatarios de su amor.
Por consiguiente, el «por vosotros» que
indica Jesús al hablar del derramamiento de su sangre, no es una restricción,
sino una concreción en los doce apóstoles, por una parte, y, por otra, en cada
comunidad que celebra la eucaristía y que la une concretamente al amor de
Jesús.
3.3. Por muchos
Sin embargo, aunque Jesús conocía el valor
universal de su entrega, no dijo «por todos» sino «por muchos», cuando en la
última cena se refirió al derramamiento de su sangre. Estaba utilizando la
misma expresión que encontramos en la versión griega de la profecía de Isaías
sobre la misión del siervo de Dios: «Él tomó el pecado de muchos (pollṓn) e intercedió por los
pecadores» (53,12).[4]
De este modo, Jesús habría establecido un
paralelismo con este pasaje del Antiguo Testamento, reconociéndose como el
siervo de Dios, mostrando ser aquella figura que la palabra del profeta estaba
anunciando. Jesús había sido anunciado proféticamente por Isaías ya que él tomó
«el pecado de muchos e intercedió por los pecadores», o como él mismo dirá en
la última cena: su sangre «es derramada por muchos». La liturgia romana pone en
evidencia este paralelismo cuando en la celebración de la pasión del viernes santo,
se lee en la primera lectura el cuarto cántico del siervo del Señor del profeta
Isaías (52,13—53,12).
También la liturgia, por ser fiel a las
palabras de Jesús, dice «por muchos», adoptando la misma expresión que figura
en los relatos de la institución de la eucaristía en los evangelios de Mateo y
de Marcos.
Por tanto, Jesús utilizó la expresión «por
muchos» por fidelidad a las palabras del anuncio profético de Isaías y la
Iglesia utiliza «por muchos» por un respeto reverencial a las palabras de Jesús.
Esta doble fidelidad es la razón concreta de la fórmula «por muchos». En esta
cadena de reverente fidelidad, nos insertamos nosotros con la traducción
literal de las palabras de la Escritura.
3.4. Muchos-Todos
La dialéctica «muchos»-«todos» tiene su propio
significado. «Todos» se mueve en el plano ontológico: el ser y obrar de Jesús,
abarca a toda la humanidad, al pasado, al presente y al futuro. «Muchos» se
refiere a la historia actual: en la comunidad concreta de aquellos que celebran
la eucaristía, él llega sólo a «muchos».
De ahí que sea posible reconocer un triple
significado de la correlación entre «muchos» y «todos».
Invitación a acoger
o rechazar
Ser invitados a sentarnos en la mesa que el
Señor nos prepara debería significar para nosotros sorpresa, alegría y
gratitud, porque él nos ha llamado, porque podemos estar con él y podemos
conocerlo.
En nuestra mano esta acoger o no esta
invitación salvífica. Como nos dice el libro del Apocalipsis: «Estoy a la
puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y
cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,20).
Cristo murió por todos, sí. La redención no
es subjetiva sino objetiva universal (cf. GS 22). Dios «quiere que todos los
hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1Tim 2,4). Pero
Cristo no obliga a que todos acojan su salvación. Él mismo era consciente de
que no todos aceptaban su invitación a seguirle.
Así, al decir «muchos» permanece abierta la
inclusión de cada persona individual en ese grupo de los salvados por la muerte
de Jesucristo; no obliga, como sería el caso de «todos». «Muchos» no implica
una limitación excluyente en la intención de Jesús, sino en la efectiva
recepción del anuncio evangélico, condicionada por la libertad humana que puede
o no acoger la generosa propuesta del Señor. Cada uno es invitado a aceptar
voluntariamente por la fe el don que le es ofrecido gratuitamente y recibir la
vida sobrenatural que es dada a los que participan del misterio, haciéndolo
realidad de tal modo en su vida que forme parte del número de los «muchos».
Responsabilidad de
los «muchos» por los «todos»
Cómo el Señor, a su modo, llegue a «todos» es
un misterio suyo. «Cristo murió por todos, y la vocación suprema del hombre en
realidad es una sola, es decir, la divina. En consecuencia, debemos creer que
el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo
Dios conocida, se asocien a este misterio pascual» (GS 22).
Pero, indudablemente, es una responsabilidad
el hecho de ser llamado por él directamente a su mesa, de manera que puedo oír:
«por vosotros», «por mí», él ha sufrido. Los «muchos» tienen responsabilidad
por «todos»; los creyentes por los no creyentes.
La comunidad de los «muchos» debe ser para
todos sal de la tierra, luz en el candelero, ciudad puesta en lo alto de un
monte, levadura en medio de la masa (cf. Mt 5,13-15; 1Cor 5,6). Ésta es una
vocación que concierne a cada uno de manera totalmente personal. Los «muchos»,
que somos nosotros, deben ser conscientes de la propia misión en relación con
todos.
Muchos que transforman
a todos
En la sociedad actual tenemos la sensación de
no ser en absoluto «muchos», sino muy pocos, una pequeña multitud, que se
reduce continuamente. También Jesús, en su tiempo, era consciente que sus
seguidores no eran una inmensa mayoría de los judíos sino un «pequeño rebaño» a
quien el Padre le había dado el reino (cf. Lc 12,32), que serán comparados con
la sal, que con un poco basta para dar sabor (cf. Mt 5,13), o con la levadura
en la masa, que se pone en poca cantidad para conseguir que fermente (cf. 1Cor 5,6).
Los cristianos, en mayor o menor número,
somos un grupo de «muchos» que seguimos a Jesucristo y que poco a poco van
transformando por ósmosis a «todos». Los cristianos somos el «pequeño rebaño»
que va creciendo hasta convertirse en «una muchedumbre inmensa, que nadie
podría contar, de todas las naciones, razas, pueblos y lenguas» (Ap 7,9). Los
cristianos somos muchos, que representamos a todos.
[1] G. Kittel – G. Friedrich,
Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament. Band VI, Stuttgart 1965, 536-545.
[4] No
obstante, aunque en este pasaje de Isaías se emplee el término «muchos» al
hablar de la misión del siervo del Señor, en los otros cánticos se manifiesta
el valor universal de su misión: «te he hecho … luz de las naciones» (Is 42,6);
«te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de
la tierra» (Is 49,6).