En concreto, hay algunos hechos que nos dejan
perplejos con respecto a la reforma litúrgica última, por ejemplo, la
prohibición de usar el misal anterior supuso una ruptura en la historia de la
liturgia, cuyas consecuencias sólo podían ser trágicas. Incluso, sucedió algo
más sorprendente: se descompuso el edificio antiguo y se construyó otro
utilizando el material del anterior y otros proyectos precedentes, pareciendo
que el misal es fruto del estudio de especialistas y no fruto de un desarrollo
orgánico y vital; de este modo siguiendo el criterio del arqueologismo se ha
creado una contraposición entre lo nuevo a aceptar y lo viejo, todo lo
posterior a San Gregorio Magno, considerado
material de desecho [1]. Así
pues, es conveniente tolerar a quienes desean celebrar la liturgia como se
celebraba antes de la reforma litúrgica última; es necesario respetar la
liturgia anterior, pues lo que fue sagrado antes sigue siendo sagrado ahora.
“No entiendo tampoco, siendo franco, porqué tanta sumisión por parte de muchos
hermanos obispos en relación con esta intolerancia, que parece ser un precio obligado al espíritu del tiempo y que
parece contrastar, sin motivo comprensible, el proceso de la necesaria
reconciliación al interno de la Iglesia” [2].
Considerando las propuestas del Cardenal Ratzinger o
del Papa Benedicto XVI, que parecen proponer una reforma de la reforma
litúrgica, surge la pregunta: ¿busca con su actuación una restauración de la
liturgia antigua o lo que verdaderamente desea es una rectificación de la
liturgia actual? “Una sencilla vuelta a
lo antiguo no es una solución. Nuestra cultura se ha transformando tanto en estos
treinta años últimos que una liturgia celebrada exclusivamente en latín implicaría una experiencia de extrañamiento
insuperable para muchas personas. Lo que necesitamos, más bien, es una nueva
educación litúrgica, sobre todo, por parte de los sacerdotes” [3].
Se trata, pues, de reflexionar sobre la liturgia reformada y advertir los
abusos que se han introducido y
reconducirla según las orientaciones de la constitución sobre la Liturgia del
Concilio Vaticano II, de tal modo que las dos formas del único rito romano puedan
enriquecerse la una a la otra; el Misal antiguo podrá enriquecerse con el nuevo
calendario y con los nuevos prefacios, por ejemplo, y el Misal de Pablo VI
podrá enriquecerse aumentando el sentido de lo sagrado y así los sacerdotes
podrán celebrar con mayor reverencia. Cuando se habla de reforma de la reforma
o de un nuevo movimiento litúrgico lo que se pretende es una convergencia entre
las dos formas y, procediendo de este modo, las dos formas tenderán a
unificarse, prevaleciendo la mejor y, por otra parte, cierto pluralismo
litúrgico, como existía antes del concilio, pudiera ser también una
riqueza.
En consecuencia, la cuestión litúrgica actual no se
soluciona diciendo frívolamente que la vuelta a la forma ahora llamada
extraordinaria es una cuestión de nostálgicos [4]
o una cuestión de los traumatizados por la última reforma litúrgica [5],
o un problema provocado por los seguidores de Mons. Lefebvre, o un problema que
están sufriendo quienes no han sabido captar el mensaje del Concilio Vaticano
II para nuestro tiempo, a saber, aquellos que no han sabido acercarse o
adaptarse a nuestro mundo. En fin, no es una mera celebración en latín o en
lengua vernácula, no es cuestión de mirar a Oriente o mirar a los fieles, no es
cuestión de si concilio sí o concilio no, no es cuestión de un misal o de otro
misal, etc. Todas estas razones son consecuencias del mal, no causas del mal. La
cosa es evidentemente más profunda; es cuestión de fe y de saber celebrar la liturgia
santamente, pues lo sagrado y lo santo ha de tratarse santamente. Al final, hay
que recordar que donde está el Espíritu hay disciplina y, además, florece la
gracia [6].
Pero en este contexto se advierta también lo
siguiente: si los defensores de la reforma litúrgica se apoyan en el Concilio y
los que encuentran dificultades para aceptar la reforma se apoyan también en el
Concilio, se concluye que la raíz del problema real es que hay dos modos de
leer e interpretar el Concilio Vaticano II. Ésta es la cuestión grave que
afecta hoy a la Iglesia Católica y no podemos cerrar por más tiempo los ojos
ante la realidad; y este problema no se soluciona con gestos de buena voluntad,
sino con una interpretación oficial del Magisterio de la Iglesia sobre el
Concilio en continuidad con la tradición de la Iglesia. Estamos obligados, se
quiera o no, a seguir profundizando en la línea de Benedicto XVI, advirtiendo
que no se trata de advertir que tenemos el mismo sujeto, Iglesia, antes, en y
después del Concilio, sino también si se ofrece el mismo contenido, es decir,
la misma tradición. No es cuestión de
misales; tampoco es un menosprecio de la obra litúrgica del Concilio; la crisis
es de mayor calado. La crisis es doctrinal, pues se quiera admitir o no hay dos
modos pensar, de hacer y de ser Iglesia Católica hoy.
Pedro Fernández Rodríguez, OP
[1] Cf. J. RATZINGER, “La mia vita.
Autobiografia. San Paolo. Cinisello Balsamo 1977, p. 110
[2] J. RATZINGER, Dio
e il mondo. Intervista con Joseph Ratzinger a cura di P. Seewald. San
Paolo. Cinisello Balsamo 2001, p. 380.
[3] BENEDETTO XVI, Il sale della terra. San Paolo. Cinisello
Balsamo 1997, p. 200.
[4] Cf. J. M. BERNAL, El indulto de Benedicto XVI a los nostálgicos de la
liturgia tridentina”. Teología Espiritual,
57 (2013) 165-202.
[5] Cf. A. GRILLO, “Due reletture sulla riforma
liturgica del Vaticano II”. Quaderni Biblioteca Balestrieri 16 (2013)
61-84.
[6] Cf. La
Tradition Apostolique de Saint Hipolyte. Essai de reconstitution par D. B.
Botte. Münster 1963, p.88.