La
cuestión litúrgica actual
Hay un antes y un después con la reforma litúrgica
hecha después del Vaticano II. Y esto es lo que despierta nuestra reflexión
actual. En este contexto ha nacido una nueva cuestión litúrgica, que algunos
comienzan a llamar confusión. Recuerdo muy bien cómo antes del Concilio
deseábamos con fundamento una renovación litúrgica, pero lo que ahora se
percibe es distinto; ahora es preocupación y, a veces, confusión. Antes del
Concilio, sabiendo que la sagrada liturgia es oración, nos preguntábamos cómo
celebrar para hacer del culto oración; ahora más bien la gente busca qué hacer
para que las celebraciones sean más atractivas. La crisis litúrgica actual es
diversa de la crisis litúrgica anterior al Concilio.¿Qué ha pasado?
Lo que ha sucedido ha sido la reforma litúrgica y
debemos considerar con qué criterios se ha hecho para advertir si la reforma
litúrgica es la causa o el efecto de la confusión, es decir, el problema es si
se rechaza la reforma litúrgica o si esta reforma litúrgica se ha hecho mal. La
reforma litúrgica era necesaria, no era opcional, pues era un mandato del
Concilio, por eso la pregunta definitiva es ésta: ¿fue fiel la reforma
litúrgica a la letra y al espíritu consiguiente del Concilio? ¿Fue una reforma
en continuidad? ¿Fue una ruptura con la tradición? La auténtica reforma
litúrgica es orgánica, es decir, propia de un organismo vivo, como fue la
reforma del Misal de San Pío V. El Concilio Vaticano II ordenó realizar una
revisión de los textos y formas litúrgicas: “Todos los ritos sean revisados
íntegramente con prudencia en el espíritu de la sana tradición y reciban nuevo
vigor”[1].
Pero lo que se hizo fue otra cosa: se hizo pedazos lo anterior y con estas
piezas y otras precedentes, se fabricó un Misal nuevo, que se contrapuso al
anterior, el cual incluso fue prohibido.
En fin, los que piensan que el nuevo Misal no fue una
evolución orgánica dentro de la tradición, sino algo artificial o una ruptura,
se preguntan: ¿seguimos hoy celebrando el misterio de Cristo o nos celebramos a
nosotros mismos?, ¿es la liturgia un fai da te o un misterio recibido? Y ante
los hechos sucedidos responden: necesitamos una reforma de la reforma litúrgica
que recoja la verdadera herencia del Vaticano II; necesitamos recuperar la
continuidad perdida con un nuevo movimiento litúrgico, necesitamos una reforma
en fidelidad a la tradición, a saber, al depósito de la fe, pues la reforma
litúrgica fue, no sólo inacabada, sino incluso imperfecta[2].
En fin, es esencial proponer una postura verdadera ante la reforma litúrgica,
advirtiendo que tan insensato es condenarla en bloque, como aprobarla en su
totalidad. Además, es mejor la autocrítica, que la crítica hecha por los demás.
En este contexto, me gustaría que existiera más autocrítica entre los mismos
liturgistas.
En la reflexión sobre la reforma litúrgica última es
preciso, pues, individualizar los criterios con los cuales fue realizada. En
este sentido, no podemos olvidar el contexto en el que fue realizada, a saber,
el inmediato posconcilio, que fue una época eclesial dominada por el sentido
llamado pastoral; el concilio Vaticano II fue un concilio pastoral y todo lo que siguió tenía que ser pastoral.
Pero ¿qué se entendía entonces por pastoral? En aquel momento la palabra mágica
era el aggiornamento. Era un
acercamiento al mundo y un abandonar
todo lo que pudiera separarnos del mundo, todo lo que el mundo no entendiera. En
este contexto, la revolución se ha realizado sobre todo en la praxis, aplicando
criterios subjetivistas, quicio de la nueva eclesiología y, al final, estamos
como estamos y celebramos lo que celebramos. Sería triste constatar que el
concilio pastoral fue el menos pastoral de los concilios. Estamos dialogando
con el mundo, dialogando con las otras religiones, dialogando con los otros
cristianos, dialogando con los ateos, dialogando con … Yo, por ejemplo, formado
en la época anterior al Concilio y durante el Concilio, en el pensamiento de
Santo Tomás de Aquino, me encuentro desasosegado, pues advierto dos modos de
pensar y dos modos de actuar en la Iglesia y comparando ambos modos de pensar y
actuar me veo obligado a elegir. Algunos afirmaron, ya al principio, que hasta
en los mismos textos del Concilio hay dos eclesiologías, la de la Enciclica Mediator Dei y la de la nouvelle theologie. Pero hay una
diferencia, cuando sigo la tradición me encuentro seguro en la Iglesia; cuando
sigo lo nuevo me encuentro seguro sólo en la opinión de la mayoría.
En nuestras liturgias a veces todo parece correcto y,
sin embargo, poco a poco parece que la
fe profesada en nuestras celebraciones se va reduciendo a un sentimiento, a un
hecho natural, a un encuentro social. Necesitamos, pues, volver a lo esencial,
sin perdernos en los problemas accidentales. Nos estamos jugando el contenido
sobrenatural de la liturgia, el misterio litúrgico, la experiencia salvadora de
la gracia. Pero si la sal pierde su sabor, para nada sirve, sólo para ser
arrojada y pisada por los hombres. Por eso, algunos comienzan a hablar de
celebraciones insípidas; bellas a veces, pero siempre insípidas; por eso, tantos
abandonan nuestras celebraciones, pues nada encuentran en ellas; están muertas.
En fin, ha nacido un problema serio ante el cual no podemos callar; nos
haríamos cómplices. En verdad ¿estamos transmitiendo a la futura generación la
verdadera liturgia de Jesucristo o estamos participando en la banalidad litúrgica?
Con todo, la esperanza cristiana renace siempre, pues es Dios mismo quien está
manteniendo el fuego sagrado; ninguno de nosotros es imprescindible, aunque
seamos necesarios.
¿En qué consiste el cambio cultual que tratamos de
señalar, acontecido con la reforma litúrgica? Es algo más que la lengua, algo
más que el nuevo misal, algo más que los ritos exteriores; es sobre todo la
presencia o ausencia del sentido de lo sagrado y la presencia o ausencia de lo
sobrenatural que nos impulsa a celebrar con unción; en definitiva, se trata de
celebrar la verdadera fe infusa o celebrar una mera ideología humana. De hecho
algunos celebrando con el nuevo Misal de Pablo VI, al terminar la celebración,
han escuchado que se les decía: me ha gustado la celebración, pues me ha hecho
recordar las celebraciones de mi niñez. Entonces, es evidente que no es
cuestión de misales, es cuestión más bien de celebrar la fe con devoción y
unción sacerdotal.
Nuestra nueva cuestión litúrgica se plantea, pues, en
este contexto de la reforma litúrgica, y es aquí donde encontramos con
satisfacción el legado litúrgico de Benedicto XVI. Intentaremos, pues, proponer
y entrar en la respuesta dada por el papa Ratzinger para asumirla nosotros, una
vez nos demos cuenta puede ser la postura adecuada para sobrevivir en la
confusión litúrgica de nuestro tiempo.
Pedro Fernández Rodríguez, OP