La
cuestión ideológica actual
Hoy día, dominados por el
relativismo intelectual, es fácil plantear
inadecuadamente los problemas, pues no se trata de adaptarse a la mentalidad
del mundo, sino de acercarse al mundo para anunciar y celebrar la salvación de
Jesucristo, tal como ha acontecido n su fundación apostólica. Con frecuencia la
gente sigue la opinión de la mayoría, incluso tiene miedo a disentir de la
opinión mayoritaria, porque el que se mueve no sale en la foto. Con facilidad
nos rendimos ante los poderes fácticos, olvidando la propia conciencia e
incluso la misma fe. En este planteamiento cultural en el que nos movemos,
fuertemente subjetivista, afirmo que no hablo de una verdad que admita
excepciones, ni se puede separar la doctrina de la praxis; tampoco hablo de
un ideal al que haya que tender, sino de
un modo concreto de ser, de pensar y de actuar.
En el modo de pensar la
liturgia hoy día se advierte una tendencia a adaptarla al mundo moderno desde
el criterio del racionalismo teológico, olvidando que Dios, razón absoluta,
está por encima de nuestra razón relativa. En este sentido, se dice que las
celebraciones litúrgicas debieran ser breves y comprensibles; incluso ser
traducidas en expresiones populares al nivel de la gente más sencilla. De
hecho, la excesiva palabra impide la entrada en el misterio litúrgico, mientras
el uso racional del símbolo lo favorece. Ahora bien, buenos son estos criterios
mientras no se cambie la esencia de la liturgia, porque la verdadera
comprensión de la liturgia no es de tipo racional, como se debe comprender un
discurso o una clase de teología. La
comprensión litúrgica se realiza con el hombre completo, los sentidos, la
inteligencia, la voluntad y sobre todo
la fe, porque estamos ante una realidad sobrenatura [1].
Una tendencia que influye hoy
también en la celebración de la sagrada liturgia es la separación frecuente entre
el dogma y la moral, bajo el principio de que lo legislado es bueno y lo
prohibido es malo, olvidando que no es la ley la que hace buenas o malas a las
cosas, sino la verdad, porque el legislador humano, sea civil o eclesiástico, no
es quien para dictaminar qué es bueno y qué malo, sino que está obligado a
proponer la verdad, porque mandar no es un acto de la voluntad, sino de la
inteligencia, con otras palabras, mandar no es obligar, sino ordenar o poner
orden en las cosas. Aplicando esto al campo litúrgico, quiere decir que estamos
obligados moralmente a examinar si la legislación litúrgica actual respeta o no
la tradición viva de la Iglesia o no; no es la ley lo que hace buena la
liturgia, sino la verdad. Además, ya decía Santo Tomás de Aquino que la
teología es una ciencia práctica [2].
Es absurdo, en consecuencia, decir que la doctrina no cambia, cuando cambia la
práctica, por ejemplo, en la cuestión relativa a los separados vueltos a casar,
hoy tan preocupante, debido a sus consecuencias en la recepción de los
sacramentos.
“No me resulta claro en qué
piensa el cardenal cuando escribe: “No basta considerar el problema sólo desde
el punto de vista y de la perspectiva de la Iglesia como institución
sacramental; necesitamos un cambio de paradigma y tenemos que considerar la
situación – como hizo el Buen Samaritano (Lc 10, 29-37) – también desde la
perspectiva de quien sufre y pide ayuda”. Entonces, ¿la praxis pastoral debe
arrinconar la existencia del sacramento? ¿Es esto lo que el cardenal Kasper
quiere que se haga? En el Evangelio, el Buen Samaritano cura al pobre viandante
que ha sido asaltado para devolverle la salud. Cura sus heridas amorosamente,
con la perspectiva del amor por la persona de ese infeliz. La Iglesia no puede
tolerar el divorcio y el nuevo matrimonio de los divorciados precisamente
porque Ella tiene que amarlos. El amor a la verdad de que el hombre es persona
es el paradigma de la ayuda que se debe dar a los hombres que han sido
agredidos por el mal. Repito otra vez: el amor es difícil. Y es tanto más
difícil cuanto más grande es el mal que hay que sanar en el amado. Es la verdad
de la persona la que define el modo de acercarse pastoralmente al hombre
herido, y no a la inversa. La pérdida del sentido del pecado manifiesta la
pérdida del sentido de lo sagrado y hace caer en el olvido la vida sacramental” [3].
Por tanto, es preciso
preguntarse por la verdad de la liturgia; hay que ir a la raíz de la liturgia,
y la verdad y la raíz de la liturgia es el Verbo encarnado, Jesucristo. Como
confesor sé muy bien que mi oficio no es sólo aplicar la ley general al caso
particular; esto es casuística, donde o la moral o la persona quedan
necesariamente malparados; mi misión es principalmente situarme ante el drama
de un hombre que ha elegido el error en contra de la verdad; que ha elegido el
mal en contra del bien y, arrepentido, pide ayuda a Cristo para curar las
heridas producidas por el pecado. Se trata de sanar las personas, no de
destruirlas con normas morales; tampoco se trata de cambiar la moral para
engañar a las personas. La misericordia que no se atreve a decir la verdad es
manipulación. “No seáis, pues, tan benévolos con los malos que les deis
aprobación, ni tan negligentes que no los corrijáis, ni tan soberbios que
vuestra corrección sea un insulto” [4].
“La justicia sin la misericordia es crueldad, pero la misericordia sin la
justicia es el principio de todo desorden” [5].
Como decía el P. Felice Capello, famoso confesor en la Iglesia romana de Sant´Ignazio,
cuando se entra en el confesonario no basta con seguir la doctrina de los
teólogos, es preciso seguir sobre todo el ejemplo de los santos.
En fin, si no nos situamos en
los altiora principia, en la verdad
de la liturgia, caemos en la casuística
de la que jamás se sale bien parados, sobre todo cuando nos movemos entre
ideologías, una calle sin salida, pues, como hemos dicho, o se salva la moral o
se salva la persona. Hay que anunciar el evangelio y celebrar el culto,
buscando obedecer a Dios antes que a los hombres; pero por agradar a Dios no
necesariamente hay que desagradar a los hombres; siempre hay lugar y tiempo para
la captatio benevolentiae. Preguntémonos
si conocemos la verdad de la Liturgia y así la celebramos o si buscamos complacer
a los hombres. Con otras palabras, no es cuestión sólo de praxis, sino sobre
todo de doctrina, no es cuestión de gestos, sino de ideas, que son las que
mueven el mundo, y en contra de una mala pastoral no hay más remedio que
proponer una buena teología. Es más peligroso pensar como piensa el mundo, que
vivir como vive el mundo. Esto no es disciplina, es libertad, pues la verdad
nos hace libres.
Cuando hablamos de valores no
negociables en el campo de la liturgia, nos estamos refiriendo a los principios
absolutos, porque radicados en la naturaleza de la sagrada liturgia, no podemos
olvidarlos sin desnaturalizarla; estamos, pues, tocando la tradición que Dios
ha confiado a su Iglesia y ésta vive de ella y está llamada a transmitirla en
la historia. Sin estos principios, la celebración litúrgica se convierte en una
forma de relativismo, de caos, de dictadura o de anarquía; y de todo esto
pudiéramos ofrecer ejemplos actuales y no pocos. Y entre estos principios hay
algunos que tienen un carácter fundante, pues son como los cimientos de todo el
edificio. Y en esta perspectiva, es un deber nuestro no sólo reconocer la
verdad, sino ensalzar a las personas que gracias a su fe y a su virtud están
sacrificando su vida en defensa de la verdad de la santa liturgia en los
tiempos de confusión que nos corresponde vivir hoy día.
Pedro Fernández Rodríguez, OP
[1] Cf. J. RATZINGER, Il sale della terra. San Paolo. Cinisello Balsamo 1997, p. 199.
[2] Cf. S. TOMÁS, Summa
theologiae, I, 1, 4c.
[3] S. GRYGIEL, “La Chiesa che fa sociologia”. Il Foglio, 11 di marzo, 2014.
[4] S. AGUSTÍN, Sermón
88, 18, 20: PL 38, 550.
[5] S. TOMÁS DE AQUINO, Comentario
al Evangelio de San Lucas, cap. 5,
lec. 2.