Escudo de Málaga, Raúl Berzosa |
Las reliquias de los Santos
236. El Concilio
Vaticano II recuerda que "de acuerdo con la tradición, la Iglesia rinde
culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias auténticas". La
expresión "reliquias de los Santos" indica ante todo el cuerpo - o
partes notables del mismo - de aquellos que, viviendo ya en la patria
celestial, fueron en esta tierra, por la santidad heroica de su vida, miembros
insignes del Cuerpo místico de Cristo y templos vivos del Espíritu Santo (cfr.
1 Cor 3,16; 6,19; 2 Cor 6,16). En segundo lugar, objetos que pertenecieron a
los Santos: utensilios, vestidos, manuscritos y objetos que han estado en
contacto con sus cuerpos o con sus sepulcros, como estampas, telas de lino, y
también imágenes veneradas.
237. El Misal
Romano, renovado, confirma la validez del "uso de colocar bajo el
altar, que se va a dedicar, las reliquias de los Santos, aunque no sean
mártires". Puestas bajo el altar, las reliquias indican que el sacrificio
de los miembros tiene su origen y sentido en el sacrificio de la Cabeza, y son
una expresión simbólica de la comunión en el único sacrificio de Cristo de toda
la Iglesia, llamada a dar testimonio, incluso con su sangre, de la propia
fidelidad a su esposo y Señor.
A esta expresión
cultual, eminentemente litúrgica, se unen otras muchas de índole popular. A los
fieles les gustan las reliquias. Pero una pastoral correcta sobre la veneración
que se les debe, no descuidará:
- asegurar su
autenticidad; en el caso que ésta sea dudosa, las reliquias, con la debida
prudencia, se deberán retirar de la veneración de los fieles;
- impedir el
excesivo fraccionamiento de las reliquias, que no se corresponde con el respeto
debido al cuerpo; las normas litúrgicas advierten que las reliquias deben ser
de "un tamaño tal que se puedan reconocer como partes del cuerpo
humano";
- advertir a los
fieles para que no caigan en la manía de coleccionar reliquias; esto en el
pasado ha tenido consecuencias lamentables;
- vigilar para
que se evite todo fraude, forma de comercio y degeneración supersticiosa.
Las diversas
formas de devoción popular a las reliquias de los Santos, como el beso de las
reliquias, adorno con luces y flores, bendición impartida con las mismas,
sacarlas en procesión, sin excluir la costumbre de llevarlas a los enfermos
para confortarles y dar más valor a sus súplicas para obtener la curación, se
deben realizar con gran dignidad y por un auténtico impulso de fe. En cualquier
caso, se evitará exponer las reliquias de los Santos sobre la mesa del altar:
ésta se reserva al Cuerpo y Sangre del Rey de los mártires.
Las imágenes sagradas
238. Fue
especialmente el Concilio Niceno II, "siguiendo la doctrina divinamente
inspirada de nuestros Santos Padres y la tradición de la Iglesia
Católica", el que defendió con fuerza la veneración de las imágenes
sagradas: "definimos, con todo rigor e insistencia que, a semejanza de la
figura de la cruz preciosa y vivificadora, las venerables y santas imágenes, ya
pintadas, ya en mosaico o en cualquier otro material adecuado, deben ser
expuestas en las santas iglesias de Dios, sobre los diferentes vasos sagrados,
en los ornamentos, en las paredes, en cuadros, en las casas y en las calles;
tanto de la imagen del Señor Dios y Salvador nuestro Jesucristo, como de la
inmaculada Señora nuestra, la santa Madre de Dios, de los santos Ángeles, de todos
los Santos y justos".
Los Santos
Padres encontraron en el misterio de Cristo Verbo encarnado, "imagen del
Dios invisible" (Col 1,15), el fundamento del culto que se rinde a las
imágenes sagradas: "ha sido la santa encarnación del Hijo de Dios la que
ha inaugurado una nueva economía de las imágenes".
239. La
veneración de las imágenes, sean pinturas, esculturas, bajorrelieves u otras
representaciones, además de ser un hecho litúrgico significativo, constituyen
un elemento relevante de la piedad popular: los fieles rezan ante ellas, tanto
en las iglesias como en sus hogares. Las adornan con flores, luces, piedras
preciosas; las saludan con formas diversas de religiosa veneración, las llevan
en procesión, cuelgan de ellas exvotos como signo de agradecimiento; las ponen
en nichos y templetes, en el campo o en las calles.
Sin embargo, la
veneración de las imágenes, si no se apoya en una concepción teológica
adecuada, puede dar lugar a desviaciones. Es necesario, por tanto, que se
explique a los fieles la doctrina de la Iglesia, sancionada en los concilios
ecuménicos y en el Catecismo de la Iglesia Católica, sobre
el culto a las imágenes sagradas.
240. Según la
enseñanza de la Iglesia, las imágenes sagradas son:
- traducción
iconográfica del mensaje evangélico, en el que imagen y palabra revelada se
iluminan mutuamente; la tradición eclesial exige que las imágenes "estén
de acuerdo con la letra del mensaje evangélico";
- signos santos,
que como todos los signos litúrgicos, tienen a Cristo como último referente;
las imágenes de los Santos, de hecho, "representan a Cristo, que es
glorificado en ellos";
- memoria de los
hermanos Santos "que continúan participando en la historia de la salvación
del mundo y a los que estamos unidos, sobre todo en la celebración
sacramental";
- ayuda en la
oración: la contemplación de las imágenes sagradas facilita la súplica y mueve
a dar gloria a Dios por los prodigios de gracia realizados en sus Santos;
- estímulo para
su imitación, porque "cuanto más frecuentemente se detienen los ojos en
estas imágenes, tanto más se aviva y crece en quien lo contempla, el recuerdo y
el deseo de los que allí están representados"; el fiel tiende a imprimir
en su corazón lo que contempla con los ojos: una "imagen verdadera del
hombre nuevo", transformado en Cristo mediante la acción del Espíritu y
por la fidelidad a la propia vocación;
- una forma de
catequesis, puesto que "a través de la historia de los misterios de
nuestra redención, expresada en las pinturas y de otras maneras, el pueblo es
instruido y confirmado en la fe, recibiendo los medios para recordar y meditar
asiduamente los artículos de fe".
241. Es
necesario, sobre todo, que los fieles adviertan que el culto cristiano de las
imágenes es algo que dice relación a otra realidad. La imagen no se venera por
ella misma, sino por lo que representa. Por eso a las imágenes "se les
debe tributar el honor y la veneración debida, no porque se crea que en ellas
hay cierta divinidad o poder que justifique este culto o porque se deba pedir
alguna cosa a estas imágenes o poner en ellas la confianza, como hacían
antiguamente los paganos, que ponían su esperanza en los ídolos, sino porque el
honor que se les tributa se refiere a las personas que representan".
242. A la luz de
estas enseñanzas, los fieles evitarán caer en un error que a veces se da:
establecer comparaciones entre imágenes sagradas. El hecho de que algunas
imágenes sean objeto de una veneración particular, hasta el punto de convertirse
en símbolo de la identidad religiosa y cultural de un pueblo, de una ciudad o
de un grupo, se debe explicar a la luz del acontecimiento de gracia que ha dado
lugar a dicho culto y a los factores histórico-sociales que han concurrido para
que se estableciera: es lógico que el pueblo haga referencia, con frecuencia y
con gusto, a dicho acontecimiento; así fortalece su fe, glorifica a Dios,
protege su propia identidad cultural, eleva con confianza súplicas incesantes
que el Señor, según su palabra (cfr. Mt 7,7; Lc 11,9; Mc 11,24), está dispuesto
a escuchar; así aumenta el amor, se dilata la esperanza y crece la vida
espiritual del pueblo cristiano.
243. Las
imágenes sagradas, por su misma naturaleza, pertenecen tanto a la esfera de los
signos sagrados como a la del arte. En estas, "que con frecuencia son
obras de arte llenas de una intensa religiosidad, aparece el reflejo de la
belleza que viene de Dios y a Dios conduce". Sin embargo, la función
principal de la imagen sagrada no es procurar el deleite estético, sino
introducir en el Misterio. A veces la dimensión estética se pone en primer
lugar y la imagen resulta más un "tema", que un elemento transmisor
de un mensaje espiritual.
En Occidente la
producción iconográfica, muy variada en su tipología, no está reglamentada,
como en Oriente, por cánones sagrados vigentes durante siglos. Esto no
significa que la Iglesia latina haya descuidado la atención a la producción
iconográfica: más de una vez ha prohibido exponer en las iglesias imágenes
contrarias a la fe, indecorosas, que podían dar lugar a errores en los fieles,
o que son expresiones de un carácter abstracto descarnado y deshumanizador;
algunas imágenes son ejemplo de un humanismo antropocéntrico, más que de
auténtica espiritualidad. También se debe reprobar la tendencia a eliminar las
imágenes de los lugares sagrados, con grave daño para la piedad de los fieles.
A la piedad
popular le agradan las imágenes, que llevan las huellas de la propia cultura;
las representaciones realistas, los personajes fácilmente identificables, las
representaciones en las que se reconocen momentos de la vida del hombre: el
nacimiento, el sufrimiento, las bodas, el trabajo, la muerte. Sin embargo, se
ha de evitar que el arte religioso popular caiga en reproducciones decadentes:
hay correlación entre la iconografía y el arte para la Liturgia, el arte
cristiano, según las épocas culturales.
244. Por su
significado cultual, la Iglesia bendice las imágenes de los Santos, sobre todo
las que están destinadas a la veneración pública, y pide que, iluminados por el
ejemplo de los Santos, "caminemos tras las huellas del Señor, hasta que se
forme en nosotros el hombre perfecto según la medida de la plenitud en
Cristo". Así también, la Iglesia ha emanado algunas normas sobre la
colocación de las imágenes en los edificios y en los espacios sagrados, que se
deben observar diligentemente; sobre el altar no se deben colocar ni estatuas
ni imágenes de los Santos; ni siquiera las reliquias, expuestas a la veneración
de los fieles, se deben poner sobre la mesa del altar. Corresponde al Ordinario
vigilar que no se expongan a la veneración pública imágenes indignas, que
induzcan a error o a prácticas supersticiosas.
Las procesiones
245. En la
procesión, expresión cultual de carácter universal y de múltiples valores
religiosos y sociales, la relación entre Liturgia y piedad popular adquiere un
particular relieve. La Iglesia, inspirándose en los modelos bíblicos (cfr. Ex
14,8-31; 2 Sam 6,12-19; 1 Cor 15,25-16,3), ha establecido algunas procesiones litúrgicas,
que presentan una variada tipología:
- algunas evocan
acontecimientos salvíficos referidos al mismo Cristo; entre estas, la procesión
del 2 de Febrero, conmemorativa de la presentación del Señor en el Templo (cfr.
Lc 2,22-38); la del Domingo de Ramos, que evoca la entrada mesiánica de Jesús
en Jerusalén (cfr. Mt 21,1-10; Mc 11,1-11; Lc 19,28-38; Jn 12,12-16); la de la
Vigilia pascual, memoria litúrgica del "paso" de Cristo de las
tinieblas del sepulcro a la gloria de la Resurrección, síntesis y superación de
todos los éxodos del antiguo Israel y premisa de los "pasos"
sacramentales que realiza el discípulo de Cristo, sobre todo en el rito
bautismal y en la celebración de las exequias;
- otras son
votivas, como la procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y Sangre del
Señor: el santísimo Sacramento pasando por la ciudad de los hombres suscita en
los fieles expresiones de amor agradecido, exige de ellos fe-adoración y es
fuente de bendición y de gracia (cfr. Hech 10,38); la procesión de las rogativas,
cuya fecha la establece actualmente la Conferencia de Obispos de cada país, que
son una súplica pública de la bendición de Dios sobre los campos y sobre el
trabajo del hombre, y tienen también un carácter penitencial; la procesión al
cementerio el 2 de Noviembre, Conmemoración de los fieles difuntos;
- otras son
necesarias para el desarrollo de algunas acciones litúrgicas, como: las
procesiones con ocasión de las estaciones cuaresmales, en las que la comunidad
cultual se dirige desde el lugar establecido para la collecta a la
iglesia de la statio; la procesión para recibir en la iglesia parroquial
el crisma y los santos óleos, bendecidos el Jueves Santo en la Misa crismal; la
procesión para la adoración de la Cruz en la celebración litúrgica del Viernes
Santo; la procesión de las Vísperas bautismales en el día de Pascua, durante la
cual "mientras se cantan los salmos se va a la fuente bautismal"; las
"procesiones" que en la celebración de la Eucaristía acompañan
algunos momentos, como la entrada del celebrante y los ministros, la
proclamación del Evangelio, la presentación de ofrendas, la comunión del Cuerpo
y Sangre del Señor; la procesión para llevar el Viático a los enfermos, en
aquellos lugares en que todavía está en vigor la costumbre; el cortejo fúnebre,
que acompaña el cuerpo del difunto de la casa a la Iglesia y de esta al
cementerio; la procesión con ocasión del traslado de reliquias.
246. La piedad
popular, sobre todo a partir de la Edad Media, ha dado amplio espacio a las
procesiones votivas, que en la época barroca han alcanzado su apogeo: para
honrar a los Santos patronos de una ciudad o corporación se llevan
procesionalmente las reliquias, o una estatua o efigie, por las calles de la
ciudad.
En sus formas
genuinas, las procesiones son manifestaciones de la fe del pueblo, que tienen
con frecuencia connotaciones culturales capaces de despertar el sentimiento
religioso de los fieles. Pero desde el punto de vista de la fe cristiana, las
"procesiones votivas de los Santos", como otros ejercicios de piedad,
están expuestas a algunos riesgos y peligros: que prevalezcan las devociones
sobre los sacramentos, que quedan relegados a un segundo lugar, y de las
manifestaciones exteriores sobre las disposiciones interiores; el considerar
las procesiones como el momento culminante de la fiesta; que se configure el
cristianismo, a los ojos de los fieles que carecen de una instrucción adecuada,
como una "religión de Santos"; la degeneración de la misma procesión
que, de testimonio de fe acaba convirtiéndose en mero espectáculo o en un acto
folclórico.
247. Para que la
procesión conserve su carácter genuino de manifestación de fe, es necesario que
los fieles sean instruidos en su naturaleza, desde un punto de vista teológico,
litúrgico y antropológico.
Desde el punto
de vista teológico se deberá destacar que la procesión es un signo de la
condición de la Iglesia, pueblo de Dios en camino que, con Cristo y detrás de
Cristo, consciente de no tener en este mundo una morada permanente (cfr. Heb
13,14), marcha por los caminos de la ciudad terrena hacia la Jerusalén
celestial; es también signo del testimonio de fe que la comunidad cristiana
debe dar de su Señor, en medio de la sociedad civil; es signo, finalmente, de
la tarea misionera de la Iglesia, que desde los comienzos, según el mandato del
Señor (cfr. Mt 28,19-20), está en marcha para anunciar por las calles del mundo
el Evangelio de la salvación.
Desde el punto
de vista litúrgico se deberán orientar las procesiones, incluso aquellas
de carácter más popular, hacia la celebración de la Liturgia: presentando el
recorrido de iglesia a iglesia como camino de la comunidad que vive en el mundo
hacia la comunidad que habita en el cielo; procurando que se desarrollen con
presidencia eclesiástica, para evitar manifestaciones irrespetuosas o
degeneradas; estableciendo un momento inicial de oración, en el cual no falte
la proclamación de la Palabra de Dios; valorando el canto, preferiblemente de
salmos y las aportaciones de instrumentos musicales; sugiriendo llevar en las
manos, durante el recorrido, cirios o lámparas encendidas; disponiendo las
estaciones, que, al alternarse con los momentos de marcha, dan la imagen del
camino de la vida; concluyendo la procesión con una oración doxológica a Dios,
fuente de toda santidad, y con la bendición impartida por el Obispo, presbítero
o diácono.
Finalmente,
desde un punto de vista antropológico se deberá poner de manifiesto el
significado de la procesión como "camino recorrido juntos":
participando en el mismo clima de oración, unidos en el canto, dirigidos a la
única meta, los fieles se sienten solidarios unos con otros, determinados a
concretar en el camino de la vida los compromisos cristianos madurados en el
recorrido procesional.
(Congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos,
Directorio sobre la Piedad Popular y la
Liturgia, 236-247)