Triunfo de la Realeza de María, Raúl Berzosa |
Algunos principios
208. Con sus raíces en la Sagrada Escritura (cfr. Hch 7,54-60; Ap 6,9-11; 7,9-17) y atestiguado con certeza desde la primera mitad
del siglo II, el culto de los Santos, en especial de los mártires, es un hecho
eclesial antiquísimo. La Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, siempre
ha venerado a los Santos y cuando, sobre todo en la época en que surgió el
protestantismo, se pusieron objeciones contra algunos aspectos tradicionales de
este culto, lo ha defendido con ardor, ha ilustrado sus fundamentos teológicos
así como su relación con la doctrina de la fe, ha regulado la praxis cultual,
tanto en las expresiones litúrgicas como en las populares, y ha subrayado el
valor ejemplar del testimonio de estos insignes discípulos y discípulas del
Señor, para una vida auténticamente cristiana.
209. La Constitución Sacrosanctum
Concilium, en el capítulo dedicado al Año litúrgico, explica
claramente el hecho eclesial y el significado de la veneración de los Santos y
Beatos: "la Iglesia introdujo en el círculo anual el recuerdo de los
Mártires y de los demás Santos, que llegados a la perfección por la multiforme
gracia de Dios y habiendo ya alcanzado la salvación eterna, cantan la perfecta
alabanza a Dios en el cielo e interceden por nosotros. Porque al celebrar el
tránsito de los santos de este mundo al cielo, la Iglesia proclama el misterio
pascual cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo, propone
a los fieles sus ejemplos, los cuales atraen a todos por Cristo al Padre y por
los méritos de los mismos implora los beneficios divinos".
210. Una comprensión adecuada de la doctrina de la
Iglesia sobre los Santos sólo es posible dentro del ámbito más amplio de los
artículos de la fe relacionados con dicha doctrina:
- la "Iglesia, una, santa, católica y
apostólica", santa por la presencia en ella de "Jesucristo, el cual,
con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado el solo santo"; por
la actuación incesante del Espíritu de santidad; porque está dotada de medios
de santificación. La Iglesia, pues, aunque comprende en sí a pecadores, está
"ya en la tierra adornada de una verdadera, si bien imperfecta,
santidad"; es el "pueblo santo de Dios", cuyos miembros, según
el testimonio de las Escrituras son llamados "santos" (cfr. Hch 9.13; 1 Cor 6,1; 16,1).
- La "comunión de los santos", por la
que la Iglesia del cielo, la que tiende a la purificación final "en el
estado llamado Purgatorio" y la que peregrina sobre la tierra, están en
comunión "en la misma caridad de Dios y del prójimo"; de hecho, todos
los que son de Cristo, al tener su Espíritu, forman una sola Iglesia y están
unidos en Él.
- La doctrina de la única mediación de Cristo
(cfr. 1 Tim 2,5), que no excluye
otras mediaciones subordinadas, las cuales se realizan y ejercen dentro de la
absoluta mediación de Cristo.
211. La doctrina de la Iglesia y su Liturgia
proponen a los Santos y Beatos, que contemplan ya "claramente a Dios uno y
trino" como:
- testigos históricos de la vocación universal a
la santidad; ellos, fruto eminente de la redención de Cristo, son prueba y
testimonio de que Dios, en todos los tiempos y de todos los pueblos, en las más
variadas condiciones socio-culturales y en los diversos estados de vida, llama
a sus hijos a alcanzar la plenitud de la madurez en Cristo (cfr. Ef 4,13; Col
1,28);
- discípulos insignes del Señor y, por tanto,
modelos de vida evangélica; en los procesos de canonización la Iglesia reconoce
la heroicidad de sus virtudes y consiguientemente los propone como modelos a
imitar;
- ciudadanos de la Jerusalén del cielo, que cantan
sin cesar la gloria y la misericordia de Dios; en ellos ya se ha cumplido el
paso pascual de este mundo al Padre;
- intercesores y amigos de los fieles todavía
peregrinos en la tierra, porque los Santos, aunque participan de la
bienaventuranza de Dios, conocen los afanes de sus hermanos y hermanas y
acompañan su camino con la oración y protección;
- patronos de Iglesias locales, de las cuales con frecuencia
fueron fundadores (san Eusebio de Vercelli) o Pastores ilustres (san Ambrosio
de Milán); de naciones: apóstoles de su conversión a la fe cristiana (santo
Tomás y san Bartolomé para la India), o expresión de su identidad nacional (san
Patricio para Irlanda); de agrupaciones profesionales (san Omobono para los
sastres); en circunstancias especiales – en el momento del parto (santa Ana,
san Ramón Nonato), de la muerte (san José) – y para obtener gracias específicas
(santa Lucía para la conservación de la vista), etc. Todo esto la Iglesia lo
confiesa cuando, con agradecimiento a Dios Padre, proclama: "Nos ofreces
el ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión y la participación en su
destino".
212. Finalmente, es preciso recordar que el
objetivo último de la veneración a los Santos es la gloria de Dios y la
santificación del hombre, mediante una vida plenamente conforme a la voluntad
divina y la imitación de las virtudes de aquellos que fueron discípulos
eminentes del Señor.
Por esto, en la catequesis y en otros momentos de
transmisión de la doctrina se debe enseñar a los fieles que: nuestra relación
con los Santos hay que entenderla a la luz de la fe, no debe oscurecer:
"el culto latréutico, dado a Dios Padre mediante Cristo en el Espíritu, sino
que lo intensifica"; "el auténtico culto a los santos no consiste
tanto en la multiplicidad de los actos exteriores cuanto en la intensidad de un
amor práctico", que se traduce en un compromiso de vida cristiana.
(Congregación
para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos,
Directorio sobre la Piedad
Popular y la Liturgia, 208-212)