En las aguas de la misericordia
Una
colección siríaca del siglo VI contiene una breve homilía sobre la Epifanía. No
comenta explícitamente textos bíblicos, pero presenta una panorámica de los temas
de la Epifanía y elenca los beneficios de la celebración: «Bendito sea el
Altísimo que, en su gracia, nos ha hecho dignos de estas santas fiestas, a fin
de que con nuestras alabanzas y nuestros cantos nos convirtamos en compañeros
de los santos. Bendito sea aquél que suplanta las fiestas con las fiestas, las
asambleas con las asambleas, y traza nuevos senderos para que los camine la
estirpe de los fieles. De hecho, en lugar de la fiesta de los ídolos, he aquí
que nuestra humanidad celebra las fiestas de Dios. En lugar de las fiestas
disolutas que reunían a los demonios en el mundo, he aquí las asambleas de la
templanza que en todo lugar reune el Espíritu de Dios. En el puesto de los
caminos por los que nuestra naturaleza humana corría hacia los ídolos
esculpidos, Cristo prepara nuevos caminos a los fieles para que por ellos
lleguen al lugar de la prosperidad».
Una homilía del mismo manuscrito
para la Navidad indica que ha sido pronunciada por el «superior del monasterio
para los monjes y los fieles reunidos en el monasterio para la fiesta de la
Navidad». La de la Epifanía se coloca en el mismo contexto. Y el motivo de la
reunión de los fieles viene explicitado en seguida: «Porque hoy Cristo sale al
desierto al encuentro de Juan Bautista. Del mismo modo los fieles, sus
discípulos, dejan sus casas y acuden hacia los solitarios. Y mientras el
Señor va al Jordán, ellos corren hacia los monjes. En lugar de aquél que no
necesita ser bautizado, están aquellos que inclinan su cabeza bajo la diestra
de sus discípulos. En el puesto de aquél que obedece al profeta mandado por él
mismo están aquellos que obedecen la voz de su palabra y corren hacia sus
hermanos y sus hijos como hacia padres más grandes que ellos».
El texto relaciona las dos fiestas
de Navidad y de Epifanía y menciona el tema de la fiesta como manifestación de
Cristo a los hombres, que brota de la voz del Padre y del testimonio de Juan:
«En la primera fiesta él nace de las entrañas maternas, pero en la fiesta de
hoy se manifiesta en el bautismo. El Señor de los hombres estaba escondido a
los hombres hasta que estuviese en medio de ellos, y hoy ha sido revelado por
la voz del Padre, por la venida del Espíritu Santo y por el anuncio de Juan.
Hoy la esposa ha reconocido a su esposo; ha reconocido a aquél del cual ha
escuchado hablar a Juan cuando se lo mostró con el dedo: Éste es el Cordero
de Dios».
La salida hacia el desierto lleva a
los fieles no al encuentro con Juan sino con Cristo mismo que perdona sus
pecados y les da el don del Espíritu Santo: «Hoy, aquellos que han venido, en
lugar de Juan el siervo, han encontrado a Jesús el Señor de todo. Ellos corrían
hacia el profeta, y han encontrado al Señor de los profetas. Ellos venían al
Bautista para recibir la remisión de los pecados, y han encontrado a aquél que
con la remisión de los pecados da también la santidad del Espíritu. Se ha
revelado escondido en las entrañas y se ha manifestado hoy en el bautismo. La
Virgen lo ha engendrado, siendo él engendrado, y el bautismo lo ha engendrado,
aunque no fuera necesario. Ha habitado en el seno materno y en él ha sido
formado como neonato y nos ha dado forma como nueva creación. Ha descendido en
el bautismo, ha infundido el Espíritu y nos ha engendrado hijos de Dios».
«Por tanto, todos nosotros –
continúa el texto – honremos con amor a este humilde Señor que se ha hecho
conocer de estos modos para vivificarnos. Corramos hacia él que viene hacia
nosotros. Corramos en todo momento hacia el perdón del arrepentimiento.
Santifiquemos nuestra alma con el deseo de aquél que nos santifica en las aguas
de su misericordia. Lavémonos de todos nuestros pecados y mostrémonos puramente».
El texto concluye con una exhortación a vivir y caminar en la luz que viene de
Cristo: «Mostraos en la luz, en las cosas buenas, a fin de que todos nosotros
seamos guiados de la luz a la luz. Es decir, de la luz de las obras a la luz
espiritual del reino de Cristo, para ser todos nosotros dignos de la gracia y
la misericordia de Jesús».
[Publicado
por Manuel Nin en l’Osservatore Romano el
5 de enero de 2014;
traducción
del original italiano: Salvador Aguilera López]