El
rito romano está empezando la preparación magna para la celebración fundamental
del Sacramentum Domini, es decir, la Manifestación del Mysterium
que es Dios en sus divinas Personas. Para ello dispone de cuatro semanas
litúrgicas, que coinciden en mayor o menor grado con un mes natural. El
objetivo de estos cuatro blogs es aportar un material que ayude a participar
del Misterio de Dios en la Eucaristía, ayudándonos de los «itinerarios»
eventuales que nos ofrece la actual selección de Evangelios del Leccionario
ferial. De este modo, tendremos a lo largo de estas semanas unas orientaciones
de orden bíblico, litúrgico y espiritual que nos permite afrontar con fruto
espiritual y apostólico esta espera doble que la Iglesia nos invita a tener: la
esperanza de la venida definitiva de nuestro Señor en la gloria, para
conducirnos definitivamente al Padre eterno, y también la gozosa espera de la
celebración sacramental de la venida histórica del Salvador en carne mortal.
Por ello esta semana ofrecemos una descripción genérica de las lecturas
evangélicas y una interpretatio biblica et sacramentalis. Sirva de
subsidio en este 50º aniversario de la constitución Sacrosanctum Concilium,
que integre lectura espiritual de la Biblia y de la celebración de los
sacramentos.
Semana I
Lunes I Mt 8,5-11 Milagro al siervo del centurión
Martes I Lc 10,21-24 La alegría de Jesucristo
Miércoles I Mt 15,29-37 Milagros y la multiplicación del pan
Jueves I Mt 7,21.24-27 Apoyarse en Dios
y la palabra de Jesús
Viernes I Mt 9,27-31 Los ciegos de Jericó
Sábado I Mt 9,31–10,1.6-8 Los apóstoles nacen del amor de Jesús
Descripción inicial.
En esta semana, la liturgia romana nos ofrece diversos elementos fundamentales
de la fe: en primer, lugar nos habla de la necesidad de la fe en Jesucristo
(lunes I); a continuación el fundamento objetivo de la alegría de Jesucristo es
la glorificación de Dios Padre, que Él realiza por medio del ejercicio de su
misión (martes I). Dicha misión incluye acciones benéficas para con nosotros,
como es la curación de enfermedades –signos de su victoria sobre el Demonio, el
pecado y la muerte– y también incluye la donación de Pan milagroso para el
sostén de los fieles en nuestro peregrinar en esta vida (miércoles I). Jesús
nos advierte de nuevo de que hemos de fundamentarnos en «roca», y no en arena.
La roca es la confianza en la Providencia de Dios Padre y en la acogida fiel
del mensaje evangélico que Cristo nos está dando (jueves I). De nuevo nos va a
recordar que la fe nos da una visión nueva, más ajustada a la realidad de la
vida presente y sobretodo de la vida futura en Dios (viernes I). Finalmente,
concluiremos la semana litúrgica con la contemplación de por qué existe el
ministerio sacerdotal en la Iglesia, y el motivo es el amor sobreabundante de
Cristo, que teniendo lástima de sus discípulos, selecciona a varones de entre
ellos para que los reúnan y les repartan el Pan de Cristo, que eucarísticamente
es su Cuerpo Santo (sábado I).
Lectura sacramental. Dejando de lado eventuales consideraciones
técnicas bíblico-litúrgicas, nos disponemos a reconocer qué itinerario nos
ofrece Dios (y su Iglesia) para que vivamos la Eucaristía en Adviento. Y
podemos destacar tres aspectos del Misterio eucarístico:
1.)
Nos pone en contacto con las palabras
de Jesucristo. Sobre todo el miércoles I tenemos la ocasión de
escuchar una metáfora escogida por el mismo Salvador que sintetiza su mensaje
redentor: su mensaje es como una roca, porque nace de su divinidad, porque
habla de Dios, y porque nos conduce a Dios. De modo que el Sacrificio
eucarístico, en la Biblia como en el sacramento del Cuerpo y Sangre preciosos
de Cristo, son nuestra roca real, auténtica y espiritual, para vivir esta vida
presente. Fuera de Dios y de su Hijo, las respuestas que tendremos son
arena; fuera de la comunión eucarística y espiritual con Dios y su Hijo, lo que
nos alimente será flojo y falso. Lo demuestra nuestra coyuntura actual en la
que experimentamos cómo lo que antes era fuerte por su comunión católica con la
Iglesia de Cristo, ahora es desorientación, prefiriendo el placer de propios
gustos al bien común de los hermanos, cuyo culmen es la conversión a Dios y
participar de sus beneficios insondables.
2.)
Participamos de sus milagros.
Los milagros que escucharemos esta semana son de tipo natural (curaciones) y
uno de abundancia (multiplicación de los panes). Dichos signos efectivos
realizados por el poder de Cristo tienen por finalidad la glorificación de Dios
(cf. Mt 15,27). Y en tiempo de Adviento, la Iglesia nos ofrece la
Eucaristía entendiéndola como uno de los milagros instituidos por Jesucristo,
este de manera estable, para que podamos sanarnos y reconocer en Dios
los bienes que nos ofrece, principalmente el de la fe teológica y la confianza en
su misericordia.
3.)
En Adviento Dios educa nuestra
psicología. Puede parecer sorprendente que después de presentarnos
la necesidad de la fe para reconocer la divinidad de Jesús (con el centurión
del lunes I), a continuación la selección evangélica nos ofrece la alegría del
mismo Señor frente al eficaz ministerio de sus discípulos, enviados a exorcizar
y a predicar el Evangelio (cf. Lc 10, 21-24). La respuesta a esta objeción se
encuentra en la voluntad educadora de Dios en nuestras almas y nuestra
psicología, de manera que no sólo comulguemos por el sacramento del
Cuerpo místico de Cristo, como definía san Agustín a la Especie consagrada del
Pan eucarístico, sino que nos dispone a prolongar la Vida divina recibida
en la Escritura y en la Comunión en todos los ámbitos de nuestra vida presente,
que no sólo debe entenderse éticamente (ayudar al prójimo, lo cual es de ley
divina) sino también como un aviso a que nuestra manera de percibir la realidad
debe sentirse y ser efectivamente transida de los mismos sentimientos de
Jesucristo, como dirá san Pablo en Flp 2,5-11.
Marcos Aceituno Donoso