«Leer el Concilio desde la Tradición o leer la Tradición desde el Concilio» (II)

1.      Una cuestión importante: la interpretación del Concilio Vaticano II

La intención de esta pregunta no es crear confusión, sino más bien salir de la confusión, advirtiendo que nos hallamos ante un concilio diferente, donde con facilidad se recurre al espíritu, al lenguaje, al mensaje, al acontecimiento y al diálogo para su interpretación y su aplicación. A este respecto, son ya clásicas las dos miradas historiográficas sobre el concilio: la perspectiva de la ruptura característica de la escuela de Bolonia y la  perspectiva de la reforma en continuidad de la escuela de Benedicto XVI y los discípulos que poco a poco se van incorporando.

La escuela de Bolonia interpreta el Concilio Vaticano II desde el criterio de la ruptura, acentuando el acontecimiento sobre el documento y el espíritu sobre la letra. “El final del período de la contrarreforma y de la era constantiniana caracterizaron la revolución iniciada en el concilio, una revolución que necesariamente sería compleja  y gradual y para la que el concilio había asentado las bases y marcado el camino”[1].  Conocemos, al respecto, el libro de K. Rahner, El Concilio, nuevo comienzo. Herder. Barcelona 2012.

Esta escuela, que realizó durante el concilio un seguimiento informativo que llegó a todos los padres conciliares a través del periódico diocesano de Bolonia, L´Avvenire d´Italia,  constata que lo que cambió con la preparación del concilio no se refería tanto a las ideas y a los hombres, cuanto más bien al juicio formulado sobre ellos, lo que el historiador francés Esteban Fouilloux llama “la clara inversión de los signos realizada por el acontecimiento”[2]. Es decir, los teólogos considerados peligrosos o incluso condenados poco tiempo antes (los grandes nombres de la nueva teología francesa, Congar, de Lubac, Daniélou, Chenu), se convirtieron en los maestros del pensamiento de la renovación conciliar, pues fueron incluidos en las comisiones preparatorias; es evidente que en aquel momento los teólogos centroeuropeos fueron más brillantes que los teólogos romanos.

De todos modos, la expresión “espíritu conciliar”, como criterio hermenéutico del concilio, es demasiado indeterminada, pues puede referirse al espíritu que brota de los textos conciliares, y entonces es un criterio aceptable, o pudiera ser el espíritu que domina la mente del que lee los textos conciliares y entonces no es un criterio adecuado, pues origina una lectura ideologizada. De todos modos, las voces discordantes al respecto son hoy demasiadas, cuyo eco se ha multiplicado a través de la libertad y rapidez que ofrecen las ondas electrónicas de los mass media.

El Papa Benedicto XVI, hablando sobre la interpretación del Concilio Vaticano II, ha dicho: "Está la 'hermenéutica de la reforma', de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino.[...] Mas allí, donde esta interpretación ha sido la pauta que ha guiado la recepción del concilio, ha crecido una nueva vida y han madurado nuevos frutos (…) El Concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno, ha revisado e incluso corregido algunas decisiones históricas, mas esta aparente discontinuidad, con todo, ha mantenido y profundizado su naturaleza íntima y su verdadera identidad”[3].  En fin, en la segunda mitad del siglo XX era conveniente que la Iglesia respondiera a los interrogantes sobre la relación entre la fe y el método histórico-crítico aplicado a la Sagrada Biblia, sobre la relación entre la Iglesia y el estado moderno, y sobre la relación entre la fe cristiana y las religiones del mundo, incluidos el judaísmo y el islamismo.

“El concilio profundiza dicho magisterio en la continuidad de la vida de la Iglesia (…) La doctrina social de la Iglesia ilumina con una luz que no cambia los problemas siempre nuevos que nacen”[4]. Benedicto XVI piensa que, hechas las debidas distinciones entre las situaciones históricas concretas y sus exigencias pastorales, resulta que no se ha abandonado la continuidad en los principios o en lo esencial de la tradición. Con otras palabras, el Vaticano II quiso eliminar las contradicciones erróneas o superfluas, para presentar al mundo actual la exigencia del Evangelio en toda su grandeza y pureza. Benedicto XVI, siguiendo a San Buenaventura, piensa que la historia determina la variación, mientras la fe permanece siempre la misma[5].

La escuela romana, representada también por Agostino Marchetto[6], tacha a la escuela de Bolonia  de lectura ideologizada que privilegia la ruptura y el cambio traumático y defiende el criterio de la reforma en la continuidad para interpretar el Concilio Vaticano II, según la doctrina de Benedicto XVI. En concreto, se trataría de una hermenéutica de la reforma en continuidad, dentro de la tradición en lo fundamental y con rupturas accidentales, asumiendo la tradición como analogía de la continuidad. Las obras de Marchetto muestran con claridad la necesidad de seguir estudiando la historia del Concilio Vaticano II y sus verdaderos contenidos doctrinales para realizar una adecuada interpretación, pues nos encontramos evidentemente ante un conflicto interpretativo sobre el Concilio Vaticano II.

Es necesario, pues, ir a la letra del concilio, que manifiesta la clara intencionalidad de su espíritu, que nunca fue ofrecer una doctrina nueva. “Creemos que el mejor comentario es decir que esta promulgación verdaderamente no cambia en nada la doctrina tradicional. Lo que Cristo quiere lo queremos también nosotros. Lo que había permanece. Lo que la Iglesia ha enseñado a lo largo de los siglos, nosotros lo seguimos enseñando. Solamente se ha expresado lo que simplemente se vivía, se ha esclarecido lo que era incierto; ahora consigue una serena formulación lo que se meditaba, discutía y era en parte controvertido”[7]. «La Iglesia conoce desde siempre las reglas de una recta hermenéutica de los contenidos del dogma. Son reglas que se aplican dentro del tejido de la fe y no desde fuera. Leer el concilio suponiendo que supone una ruptura con el pasado, mientras en realidad se coloca en la línea de la fe de siempre, está claramente fuera de sitio. Lo que ha sido creído por ´todos, siempre y en todas partes` es la auténtica novedad que permite en todo tiempo sentirse iluminados por la palabra de la revelación de Dios en Jesucristo”[8].

“El Concilio ecuménico Vaticano II ni ha querido cambiar la doctrina sobre la Iglesia, ni de hecho la ha cambiado, sino que la ha desarrollado, profundizado y expuesto más claramente”[9]. “El Concilio no ha propuesto nada nuevo en materia de fe, ni ha querido sustituir lo que era antiguo. Más bien se ha preocupado para que dicha fe se siga viviendo hoy, para que continúe siendo una fe viva en un mundo en transformación (…) Por eso he insistido repetidamente en la necesidad de regresar, por así decirlo, a la letra del concilio es decir, a sus textos para encontrar en ellos su auténtico espíritu, y he repetido que la verdadera herencia del Vaticano II se encuentra en ellos”[10].

Cuando se afirma la reforma en la continuidad como criterio interpretativo del Concilio se excluye evidentemente la restauración del pasado, pues además es algo imposible, y se incluye que estamos hablando del mismo sujeto, Iglesia,  que profesa la misma fe, aunque parezca que es diversa, pues lo que ha cambiado no es la fe, sino su historia. De todos modos, este criterio no basta afirmarlo, hay que comprobarlo en las cuestiones discutidas, porque la Iglesia de Cristo es tal cuando profesa la verdadera fe y es fiel a la tradición; sólo así el Concilio seguirá siendo una brújula para la nueva evangelización que es urgente realizar en nuestro tiempo, cuando la fe se apaga en grandes zonas de las poblaciones otrora cristianas. Y esto nos lleva a la siguiente cuestión.

Padre Pedro Fernández, op




[1] Historia del Concilio Vaticano II. Ed. por G. Alberigo. Vol. V.  Sígueme. Salamanca 2008, p. 544. Cf. G.ALBERIGO, Transizione epochale. Studi sul Concilio Vaticano II. Il Mulino. Bolonia 2009; Chi ha paura del Concilio Vaticano II? A cura di Alberto Melloni e Giuseppe Ruggieri. Carocci. Roma 2009.
[2] E. FOUILLOUX, « Histoire et évènement: Vatican II ». Cristianessimo nella storia.13 (1992) 530.
[3] BENEDICTO XVI, Discurso a la Curia romana, 22 de diciembre de 2005, pronunciada a los 40 años del Concilio Vaticano II: AAS 98 (2006) 46. 47. 51.
[4] BENEDICTO XVI, Encíclica Caritas in veritate (29-VI-2009), n. 12: AAS 101 (2009) 649.
[5] Cf. SAN BUENAVENTURA, In III Sententiarum, d. 24, a. 1, q. 3c.
[6] Cf. A. MARCHETTO, Il Concilio Ecumenico Vaticano II. Contrappunto per la sua storia. Libreria Editrice Vaticana. Città del Vaticano 2005; Il Concilio Ecumenico Vaticano II. Per la sua corretta interpretazione. Libreria Editrice Vaticana. Ciudad del Vaticano 2012.  
[7] PABLO VI, Discurso en la clausura de la tercera sesión (21-XI-1964), n. 7: AAS  56 (1964) 1009-1010. Frases referidas a la Constitución Lumen Gentium.
[8] JUAN PABLO II, Discurso del Santo Padre al Convenio Internacional de Estudios obre la aplicación del Concilio Ecuménico Vaticano II (27-II-2000), n. 4: : Il Concilio Vaticano II. Ricezione e attualità alla luce del Giubileo. A cura di R. Fisichella. Paoline. Cinisello Balsamo (Milán) 2000, p. 739.
[9] CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Sobre ciertos aspectos de la doctrina de la Iglesia, n. 1 (2007). AAS 99 (2007) 605.
[10] BENEDICTO XVI, Discurso en la inauguración del año de la fe (11-X-2012).