La fuerza espiritual
de la oración ante la Eucaristía y la centralidad de esta en la vida cristiana
es indudable. Basta fijarnos en los frutos de santidad que ha producido en la
Iglesia a lo largo de los siglos.
Podemos decir que en
la adoración eucarística nos acercamos al misterio mismo del Señor presente en
su Cuerpo y Sangre, y es inseparable de la celebración de la Misa, de la que
procede y a la que conduce. Tanto en la vida cristiana de cada uno de nosotros
como en la economía sacramental de la Iglesia, todo gira en torno a la
Eucaristía.
El cuidado exterior,
las muestras de respeto y de adoración, son expresión de una realidad interior
que se fundamenta en la fe viva y firme de la presencia de Jesucristo en la
Eucaristía. Ahí está la clave de todo: de nuestra adoración y de la forma en
que la Iglesia cuida el culto a la Eucaristía fuera de la Misa.
Lo que está claro,
por encima de todo, es el gran regalo que el Señor nos ha dejado con su
presencia en la Eucaristía, como la Iglesia lo ha vivido a lo largo de los
siglos, y las respuesta que cada uno de nosotros debemos dar con nuestra
adoración y nuestra vivencia de comunión con el Señor en la Eucaristía.
Mons. Juan Manuel Sierra López
Rev. Liturgia y Espiritualidad 7-8 (2011)