En
el Oficio Bizantino de la fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo hay dos
troparios en el Matutino tomados de un Kontakion (poema litúrgico) con veinticuatro
estrofas de Romano “el Cantor” (siglo VI), que presenta, haciendo uso de unas bellísimas
imágenes, la figura del apóstol cristiano. Uno de los troparios, además, se canta todos
los jueves, día en el que se conmemora de manera especial a los apóstoles: «Los
heraldos, que hacen resonar voces divinas, los corifeos entre tus discípulos,
Señor, tú los has acogido para que gocen de tus bienes, en el descanso: porque
sus fatigas y su muerte más que todos los holocaustos te han sido agradables, tú
que eres el único que conoce los secretos del corazón». Ya desde el inicio
Romano presenta a los Doce como aquellos que son fieles a la enseñanza de
Cristo y cumplen en sus vidas lo que enseñan. Diversas son las imágenes tomadas
por el himnógrafo para dibujar un icono del Apóstol de Cristo: «El grupo de todos
los apóstoles de su perfume impregnó toda la tierra. Ellos son los sarmientos
de la vid que es Cristo, la plantación del jardinero celestial, pescadores antes
de Cristo y después de él. Los que tenían familiaridad con el agua salada [del mar]
ahora profieren dulces palabras» (cf. Salmo 44, 2).
Es
el Cristo resucitado el que da fuerza y coraje a los Doce, hablando con cada
uno de ellos, comenzando por Pedro. En primer lugar, el Señor mismo debe ser el
modelo en su enseñanza y especialmente en su compasión: «Id, pues, a todos los
pueblos, echad en la tierra la semilla del arrepentimiento y rociadla con la
instrucción. En el modo de enseñar, oh Pedro, mírame. Pensando en tu culpa, ten
compasión de todos». La debilidad de Pedro frente a la mujer en la casa del
sumo sacerdote (cf. Mt 26, 69), también debe convertirse para él en una fuente
de compasión: «Y debido a esa mujer que te hizo vacilar no siendo severo. Si el
orgullo te asalta, recuerda el canto del gallo, piensa en los torrentes de
lágrimas con los que te purificaste, yo que soy el único que conoce los secretos del
corazón».
Aquí
aparece el tema de las lágrimas de arrepentimiento como baño de purificación.
Este tema, relacionado siempre con la figura de Pedro, es desarrollado por Romano
“el Cantor” también en otro de sus Kontakion sobre las negaciones de Pedro: «Es
vencido el misericordioso por las lágrimas de Pedro, y a él le envía el perdón. Mientras habla con el
ladrón, es a Pedro al que alude, allá en la cruz: ¡Ladrón, amigo mío, estate
conmigo hoy, porque Pedro me ha abandonado! Sin embargo a él y a ti yo revelo
mi misericordia. Llorando, oh ladrón, me dices: ¡Acuérdate de mí! Y Pedro grita
gimiendo: ¡No me abandones!».
Romano
contempla, pues, la triple profesión del amor de Pedro al Señor (cf. Jn 21,
15-17), que se convierte también en amor hacia aquél que el Señor ama: «Pedro,
¿me amas? Haz lo que te digo: apacienta mi grey y ama a los que yo amo». Al
igual que en la anterior estrofa, Pedro es invitado por el mismo Cristo a ser
misericordioso: «Ten compasión de los pecadores, acuérdate de mi misericordia
para contigo, porque te he acogido aún después de que tú me has negado tres
veces». Y, entonces, retoma Romano la figura del buen ladrón, presentándolo como
guardián del paraíso y modelo, para Pedro, de pecador perdonado por el Señor: «Tienes
al ladrón para que no pierdas el ánimo, al guardián de los cielos». Finalmente,
Pedro y el ladrón se convierten en mediadores, en "guardianes" del retorno
de Adán al paraíso del que fue expulsado: «Por medio de vosotros Adán regresa a
mí diciendo: El Creador me ha colocado al ladrón para proteger la puerta y a Cefas para
custodiar las llaves».
Entonces,
el Señor habla personalmente a varios de los apóstoles: Andrés, Juan, Santiago,
Felipe, Tomás, Mateo; y deteniéndose en éstos, casi en un momento de cansancio,
continúa: «Una sola palabra pronuncio para todos, para no cansarme
instruyéndoos uno a uno. A mis santos, de
una vez por todas, os digo: No os atormentéis ahora en vuestro corazón. No
razonéis como niños, sed prudentes como serpientes: en la imagen de la
serpiente yo he sido elevado por vosotros ¡No abandonéis la predicación por culpa
de vuestros mismos miedos! No quiero vencer con la fuerza: yo venzo por medio
de los débiles». La imagen de la serpiente elevada en el desierto (cf. Num 21,
8) le sirve a Romano para llevarnos a la imagen de Cristo levantado en la cruz
(cf. Jn, 3, 14).
Será
casi al final del texto, en una única estrofa, cuando Romano introduzca la
figura de Pablo, presentado como el apóstol que reemplaza a Judas, como si
Pablo reequilibrase la traición de Judas: «Aborreced la tristeza y el miedo, que
conducen a muchos a la muerte, tal como le ocurrió a Judas. La desesperación tejió
la cuerda para el traidor; además, el diablo pronto tendrá que recompensar por
Judás con Pablo de Cilicia, el engañador por el hombre excelente».
[Publicado por Manuel Nin en l’Osservatore Romano el 29 de junio de 2013;
traducción del original italiano: Salvador Aguilera López]