Hemos considerados en posts
precedentes el texto bíblico extirpado y el iter de exclusión, también
hemos lanzado los motivos de cómo se llevó a cabo, en general y sin afán de ser
exhaustivos, esta selección. Por ello, opinamos que ha llegado el momento de
avanzar elementos de reflexión y de estudio. Procederemos en tres entregas. La
primera será una presentación de los criterios que subyacen en la decisión de
finales de la década de los ’60, los concentro en tres: la tentación de la
facilidad; el sometimiento a una escuela teológica, y finalmente la crisis de
formación catequética.
1. La tentación
de la facilidad
Para abordar este campo me fundo en dos
actores protagonistas del ámbito que nos ocupa: A.G. Martimort y B. Botte,
además de P. Farnés. En este primer apartado, remarcamos al canónigo Martimort.
Éste afirmaba ya en 1965, acabando el Concilio Vaticano II, que se estaba dando
la «tentación de la facilidad». Esta consiste en la tendencia a bajar el nivel
litúrgico de tal modo que los hombres no podrán elevar su espíritu al Misterio
de Dios debido a un esfuerzo pedagógico, entendido de modo «cuasi-paternalista» [1]. En esta misma línea
coincide principalmente P. Farnés Scherer, el cual afirmó acerca de la ausencia
de los imprecatorios lo siguiente:
«Sabemos que la
cuestión [de los salmos imprecatorios] fue muy discutida y por ello mismo nos
sorprende más la solución dada. Estamos convencidos de que los siglos que nos
seguirán juzgarán esto como una de las mayores deficiencias de nuestra reforma
del s. XX» [2].
Siendo osados en la síntesis y la
presentación de este análisis, debemos afirmar que se optó por una vía fácil,
preconcibiendo que omitiendo lo problemático (en este caso los salmos
históricos e imprecatorios) se acabó el problema. Es el camino más simple de
quitar de en medio una porción bíblica que ocasionaba grave incómodo y por ello
se omiten. Podría haberse pensado en otra solución: la aplicación de una
epiqueya al respecto. La estudiaremos más adelante, en el post IX de
esta serie.
2. "Perennitas" frente
a "temporaneitas"
El carácter de dicha omisión ha sido
definido como «pastoral», pese a opiniones tan opuestas a ello. En efecto,
sorprende el carácter marcadamente negativo que atribuye P. Farnés Scherer a la
ausencia de los salmos imprecatorios, tildándola de «defecto casi imposible (de
sanar)» [3]. Dejando a parte otras opiniones similares, que
la hubo, consideremos cómo afectó el horizonte histórico-cultural del momento,
proponemos la siguiente reflexión.
Se erige el pensamiento imperante a
mediados del siglo XX como un patrón fijo que precisamente se vio altamente
puesto en crisis en el año 1968. Además de ello la corriente estructuralista
también tiene su gran apogeo y aceptación. Todo ello genera una doble
consecuencia práctica:
a.) el estructuralismo
filosófico pide des-componer lo que se tiene (piezas antiguas) para re-componer
un edificio nuevo. Ello comporta que la inteligencia real pasa no por amar lo
que se tiene y luego tocarlo y «retocarlo», sino a la inversa –y aquí radica el
error–. Primero se tocó la liturgia romana, se retoca con sus mismas piezas y
se supone la identidad del sujeto, porque no he añadido materialmente
nada a lo que ya había. Otro error era el suponer que aunque cambie los
«elementos litúrgicos» de sitio o de importancia, no se pierde el Espíritu
de la liturgia.
b.) un excesivo acento sobre el sacramentum
tiende a proponer una definición de sacramento y de relación espiritual con
Dios, que olvida tácitamente con facilidad lo que define a la liturgia:
el don de Dios. Y como la posibilidad de modificar los ritos es doctrina
católica, se aplica con mayor ligereza. La actual disciplina litúrgico-sacramental
es heredera de la tradición de la Iglesia universal expresada en el rito
romano. Un artículo de P. Marini lo ilustra estupendamente ya en 1982. Pero si
intentamos descubrir ese genio celebrativo, ese amor cristiano que
se trasluce en lo que se hace y se celebra, nos hallamos con que a veces puede
ser que se experimente una cierta «orfandad» en el alma del fiel.
3. Déficit de
formación bíblico-catequética
Finalmente, otro de los puntos que
durante el Concilio ecuménico Vaticano II se insistía era en la falta de
catequesis en los fieles. El caso de los salmos imprecatorios no son la causa
de dicha crisis, sino una muestra visible de lo que sucedía en lo invisible. A
medio siglo de una reforma litúrgica que pericialmente es escrupulosa,
surge la pregunta: ¿Es eficaz? ¿Produce los frutos de gracia y conversión a
Dios deseados por la Magna Frecuencia episcopal? ¿Los salmos que era psicológicamente
áridos se comprenden mejor ahora? La reiterada expresión e insistencia en
la «nueva Evangelización» es una propuesta pastoral que pretende llenar el
vacío de «conocimiento de Cristo y de sus misterios», es en definitiva una
constatación más de lo que ya el beato Juan XXIII indicaba: está el déficit de
formación cristiana: tanto en biblia, como el liturgia, como en catequesis.
Marcos Aceituno Donoso
[1]
Cf. A.G. Martimort,
«Adaptation liturgique», 15.
[2]
Cf. P. Farnés Scherer,
«Presentación y valoración», 432.
[3] Cf.
P. Farnés Scherer, «Presentación y valoración», 432.