La Barca de la Iglesia de Rodolfo Papa |
Discursos
sobre el Arte Sacro (I)
El
discurso, como género literario, ha sido expresamente elegido por el autor para
afrontar el complejo tema del arte, a través de una estructura de pensamiento
circular a distintos niveles, pero sin embargo orientada hacia un objetivo
final: el arte sacro [1]. En efecto, come se afirma explícitamente en la
introducción, la idea de fondo que emerge con claridad en una lectura de
conjunto «es que sólo analizando en modo completo la identidad del arte se
puede afrontar en manera correcta la delicada cuestión del arte sacro». No es
casual, por lo tanto, que el séptimo capítulo, dedicado al arte sacro, es
precedido por otros seis capítulos sobre el tema del arte en general, aunque no
faltan en éstos, cuando se hace necesario, específicas referencias al arte
cristiano.
En
medio a la variada y caótica diversidad de opiniones que caracterizan hoy los
estudios sobre el arte, el autor abre un prolífico discurso, en el primer
capítulo, afrontando el delicado problema de definir el arte. Con esta
finalidad entra en un denso diálogo con los más conocidos representantes del
pensamiento contemporáneo sobre la materia para desenmascarar sus miedos y sus
reticencias a dar una definición del arte. Convencido, sin embargo, aunque en
contracorriente, de la «necesidad de definir los términos sobre los cuales
apoyar las opciones individuales, y en consecuencia el sentido del obrar y del
hacer, también del quehacer artístico», el autor encuentra una solución al
problema proponiendo la definición “real” y “clásica” del arte –ars est recta
ratio factibilium– (conocimiento recto de lo que debe hacerse) [2], pero
dejando también flexiblemente abierta la cuestión de la definición de un
estatuto epistemológico para cada especie de arte.
Después
de este primer paso, el discurso prosigue sobre el tema del estilo, término
frecuentemente equívoco en el lenguaje corriente en referencia a las artes
visuales. Con este propósito, tomando como referencia el desarrollo histórico
del concepto de estilo y concretizándolo en la producción artística de
Caravaggio, la cuestión “estilística” es presentada en relación a la maniera y a
la schola, que serían declinaciones particulares de un sistema más amplio y
sobrentendido, que es precisamente el sistema del arte, argumento del tercer
capítulo. Al definir el sistema artístico como «un conjunto de principios y
reglas que subyacen a un sistema de signos», en estrecha relación con una
específica visión del mundo (Weltanschauung), el autor establece el
fundamento teórico para definir la identidad y la esencia del sistema del arte
cristiano. De este modo, pone en evidencia non sólo, la diversidad entre el
sistema figurativo y el no figurativo o anicónico, sino también y sobre todo la
relación íntima entre religión y sistema artístico.
Altamente
significativo es el discurso sobre la luz, desarrollado en el cuarto capítulo,
en el cual se demuestra cómo al «cambiar la luz por el color» el arte
contemporáneo no ha hecho otra cosa que pasar «de una visión metafísica a una materialista». La
luz, metáfora de la verdad y símbolo de la belleza, se transforma en este
discurso en principio hermenéutico para comprender la dimensión de la
corporeidad en sentido cristiano. En esta visión, el abstractismo y el
hiperrealismo no pueden ser sino los frutos de una concepción desacertada y
reduccionista de la corporeidad y, en última instancia, de la luz.
Muy
pertinente, además, es el discurso acerca de las imágenes y el cuerpo,
orientado a demostrar, por un lado, cómo la llamada “sociedad de las imágenes”
en la cual vivimos, es, en realidad, una sociedad «intrínsecamente iconófoba»,
y por otro lado, cómo la relación entre la imagen y la corporalidad es decisiva
en la visión occidental del cristianismo. Según esta impostación del discurso
es posible, entre otras cosas, relevar el aspecto más revolucionario de la
perspectiva en su capacidad de “hacer presente” la realidad in imagine picta al
servicio de las exigencias contemplativas de la espiritualidad franciscana y de
la fe en la encarnación.
No
podía faltar un discurso sobre la belleza, aspecto ineludible en cualquier
reflexión sobre el arte. Este discurso revela en modo particular la sólida
formación del autor en la doctrina escolástico-tomista. En efecto, él evoca
varias veces la concepción de la belleza en términos ontológicos de
“trascendental”, en estrecha relación con el verum y el bonum. No
carece de interés apuntar que tal prospectiva, como es puntualmente subrayado,
se encuentra en una línea de continuidad con las enseñanzas del Concilio
Vaticano II [3], así como también con el Magisterio post conciliar [4].
El
discurso sobre el arte sacro, último de la serie, merece la máxima atención en
cuanto constituye la coronación de todos los discursos precedentes, así como
para el autor – pintor, teórico e histórico del arte – todo está orientado al
arte sacro, leitmotiv de su vida de “artista y hombre de fe”. Al
subrayar lo específico del arte sacro en el hecho de su referencia a la
liturgia, se hace posible abrir un discurso de fundamental importancia para
comprender el arte sacro en relación a la fe y para poder definirlo – asumiendo
el modelo de la definición tomista – como «fides et recta ratio factibilium».
Siempre en analogía a la relación entre fides et ratio, el autor reconoce en la
historia de la relación entre arte y fe «tres estados: un arte autónoma
respecto a la fe, un arte cristiano iluminado por la fe y un arte interpelado
por la fe», es decir un arte llamado por la fe a una función más específica.
Éste último es precisamente el arte sacro.
Esta
distinción puede ser una guía segura tanto para el conocimiento adecuado de la
tradición en el arte de la Iglesia, como para delinear el perfil del artista
cristiano, e incluso para reconocer el arte sacro auténtico. Respecto a este
último aspecto resulta iluminante el comentario a los cinco puntos ya señalados
por el Card. Joseph Ratzinger en su Opera Omnia sobre la Teología de la
liturgia: la imposibilidad de conciliar la iconoclastía con la fe en la
encarnación del Verbo, la historia de la salvación como fuente del arte sacro,
el lugar central que ocupa la imagen de Cristo en el arte sacro figurativo, la
imagen sacra como instrumento de contemplación, la ausencia de espacio para la
arbitrariedad y para el subjetivismo en el arte sacro. Finalmente, en su
discurso conclusivo, el autor llega a sintetizar con gran lucidez mental cuatro
características fundamentales que se relacionan con la identidad del arte
sacro: la universalidad, la belleza, la figuratividad y la narratividad.
El
libro, fruto de la madurez del pensamiento del autor, nace en un momento
histórico particularmente significativo para la vida de la Iglesia y para el
arte sacro. En efecto, mientras es publicada la obra de R. Papa se acercan dos
celebraciones importantes, la del 50º aniversario de la apertura del Concilio
Ecuménico Vaticano II y la del Año de la Fe convocado por Benedicto XVI. Para
ambos eventos, el libro aquí presentado puede ser considerado como una
contribución válida y digna de consideración. En referencia al Concilio
Vaticano II, los discursos desarrollados en el libro no sólo se alinean en
aquella hermenéutica de los textos conciliares auspiciada por Benedicto XVI [5],
sino que también constituyen una aplicación práctica y concreta de la
orientación conciliar sobre la formación de los artistas y del clero [6]. En
este sentido sería conveniente una amplia difusión de la obra en vista de la
formación en los ambientes universitarios eclesiásticos y en aquel vasto
“areópago” del mundo del arte, que hoy es presentado como un nuevo escenario de
evangelización.
También
en relación al Año de la Fe este libro puede ofrecer una valiosa contribución.
En efecto, si hoy una «profunda crisis de fe ... afecta a muchas personas» [7],
no parece que existan válidos motivos para poder excluir a los artistas de
entre aquellos que son tocados por esa crisis de fe. Por lo tanto, estos
discursos sobre el arte sacro son una alentadora invitación para que, hoy más
que nunca, el arte sacro sea contemplado con los ojos de la fe y, sobre todo,
para que los artistas comprendan cuán noble puede ser el propio arte si éste es
concebido según la fe y asume como finalidad última el servicio a la gloria de
Dios en la Iglesia.
Padre Pedro Fernández, op
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1.- Presentación por Daniel
Estivill del libro Discorsi sull’arte sacra (Cantagalli, Siena 2012) de Rodolfo
Papa. Zenit 2 mayo 2012.
2.- Cf. S. TOMÁS DE AQUINO,
Summa theologiae, I-II, 57, 4c.
3.- CONCILIO VATICANO II,
Constitutio Sacrosanctum Concilium, n. 122: AAS 56 (1964) 130-131.
4.- Cf. BENEDICTO XVI, Adhortatio Apostolica Sacramentum Caritatis,
n. 38: AAS 99 (2007) 136.
5.- Cf. BENEDICTO XVI,
Discurso a la Curia Romana, 22 de diciembre de 2005: AAS 98 (2006) 45-46.
6.- Cf. CONCILIO VATICANO
II, Sacrosanctum Concilium 127 y 129: AAS 56 (1964) 132-133.
7.- BENEDICTO XVI, Carta
Apostolica Porta fidei, 2: AAS 103 (2011) 724.