Los troparios bizantinos llamados theotókia
son textos que hacen presente la figura de la Madre de Dios (Theotókos)
en la liturgia del día o de la fiesta que se celebra. Son troparios en los
cuales la figura de Cristo es destacada por la figura de su Madre.
En la fiesta de la Ascensión del Señor a los
cuarenta días después de Pascua, que es el jueves de la sexta semana del tiempo
pascual, los theotókia están sobre todo en el oficio matutino, aunque también
en las Vísperas nos encontramos con la figura de la Madre de Dios. En ésta el
misterio de la Encarnación del Verbo de Dios, su abajarse y descender, se
une al misterio de su Ascensión, de su ascenso al Padre con la glorificación de la
naturaleza humana asumida precisamente de María. La liturgia bizantina en la fiesta de la Ascensión hace hincapié en
la conexión que existe entre la Encarnación del Señor y su Ascensión celebradas
como una recreación de la naturaleza humana - la liturgia bizantina privilegia
el término "carne" - asumida por él mismo: "Tú que, sin separarte
del seno paternal, oh dulcísimo Jesús, has vivido en la tierra como hombre, hoy
desde el Monte de los Olivos has ascendido a la gloria, y levantando,
compasivo, nuestra naturaleza caída, la has hecho sentar contigo junto al Padre.
Por esto, con las celestes huestes de los incorpóreos, también nosotros aquí
abajo en la tierra, glorificando tu descensión entre nosotros y tu despedida de
entre nosotros con la ascensión, suplicantes decimos: Oh tú que con tu Ascensión
has colmado de infinita alegría a los discípulos y a la Madre de Dios que te
dio a luz, por sus oraciones concédenos también a nosotros el gozo de tus
escogidos, por tu gran misericordia". Es como si la liturgia de esta
fiesta quisiera ser un contrapunto con la liturgia de la Anunciación celebrada
el 25 de marzo.
Muchos textos enfatizan la alegría de María y de
los Apóstoles, es decir, el de toda la Iglesia, por la Ascensión del Señor. En
varios troparios del Matutino se retoma esta relación inseparable entre la
Encarnación y la Ascensión: "El Dios que existe antes de los siglos y que no tiene principio, después de haber divinizado místicamente la naturaleza humana por él
asumida, hoy asciende al cielo. Bajando del cielo a las regiones terrestres, has
resucitado contigo, porque eres Dios, la naturaleza humana, que yacía en las profundidades,
en la prisión del Hades, y con tu Ascensión, oh Cristo, la has hecho subir a
los cielos, haciéndola contigo partícipe del trono de tu Padre ".
La Encarnación también es contemplada como un revestido
por parte del Verbo de Dios de la naturaleza humana - la liturgia utiliza la
fórmula de "revestirse de Adán" – para llevarla en la Ascensión a su
plena glorificación junto al Padre: "Después de haberse cerciorado que
Adán se había perdido por el engaño de la serpiente, oh Cristo, revestido de él
has ascendido al cielo y te has sentado a la diestra del Padre, participando de
su trono. Oh Cristo, cual propiciación y salvación, de la Virgen, oh soberano, has
brillado sobre nosotros, para liberar de la corrupción toda la persona de Adán,
que cayó con toda su parentela, así como libraste al profeta Jonás del vientre
del monstruo marino ". Para representar a toda la raza humana, Adán es
presentado como una oveja perdida, Adán buscado, encontrado y llevado de nuevo
al paraíso.
La figura de la Madre de Dios en la fiesta de la
Ascensión, como en los días de Semana Santa, suele presentarse con expresiones
tanto de sufrimiento como de alegría: "Señor, cumplido por tu bondad el
misterio escondido desde siglos y generaciones, te has ido con tus discípulos al
Monte de los Olivos, junto a aquella que te dio a luz, creador y artífice del
universo: era necesario, de hecho, que gozase con inmensa alegría por la glorificación
de tu carne, aquella que como madre, más que ninguno, había sufrido en tu
pasión". María, entonces, está presente en el misterio de la
Encarnación y en el de la Ascensión del Señor: "Inmaculada Madre de
Dios, incesantemente intercede ante Dios que, sin abandonar el seno del Padre,
de ti se encarnó, a fin de que quiera librarnos de todo mal a aquellos que ha
creado. Has engendrado al soberano de todos, oh soberana toda inmaculada, aquel
que ha aceptado la pasión voluntariamente y luego ha ascendido al Padre suyo,
que nunca había abandonado, a pesar de haber asumido la carne ".
Y uno de los troparios hace una bella comparación
entre el vientre de María, colmado por el Señor mismo en la Encarnación, y el
vientre del Hades vaciado por el Señor en su resurrección: "Bienaventurado
tu vientre, oh toda inmaculada, porque inexplicablemente fue digno de contener
a aquél que prodigiosamente ha vaciado el vientre del Hades: suplícale que
salve a los que te alabamos". La presencia de María, ya sea en el
icono como en los textos de la Ascensión del Señor, confirma la profesión de fe
en el Verbo de Dios encarnado, verdadero Dios y verdadero hombre:
"Cristo, que te ha custodiado virgen después del parto, asciende, oh Madre
de Dios, al Padre que nunca ha abandonado, aun cuando de ti ha asumido una
carne dotada de alma e intelecto, por inefable misericordia".
[Publicado por Manuel Nin en l’Osservatore Romano el 9 de Mayo de
2013;
traducción del original italiano: Salvador Aguilera López]