Con
la convocatoria del Año de la fe, el papa Benedicto XVI (2005-2013) ha deseado
proponer nuevamente a todos los fieles la riqueza magisterial del Concilio
ecuménico Vaticano II, aprovechando la efeméride del primer jubileo
quincuagenario del mismo. Secundando su iniciativa, me propongo una nueva serie
de reflexiones entorno a uno de los ámbitos de mayor incidencia de la enseñanza
eclesial, sancionada por el Venerable Pablo VI, en la primera década de los ’60
del siglo pasado. Esta serie de reflexiones tienen tres ejes fundamentales: uno
bíblico, otro conciliar, y finalmente otro crítico.
Conocimiento
bíblico
Uno
de los retos que el Magisterio más reciente de la Iglesia propone es el redescubrimiento
de la Palabra de Dios recogida en la sagrada Escritura. Para ello dedicó una
constitución dogmática (documento de máximo rango de aceptación de fe católica)
en la que versaba precisamente sobre este ámbito, y que pretende recoger junto
con Gaudium et Spes, la quintaesencia de lo que se ha reflexionado en el
Aula conciliar a lo largo de un intenso trienio, a saber: una mirada sobre el quasi–sacramentum
de la Iglesia en relación con las Divinas Personas, que se expresa en la
constitución de la sagrada Liturgia (1963), así como en la constitución orgánica
de todo el Cuerpo eclesial (Lumen gentium, 1964). Finalmente apareciendo
la Dei Verbum y la constitución pastoral (1965) a pocos días de la
clausura conciliar se nos ofrecía la reproposición de la sagrada Escritura en
el interior de la Iglesia en una clave claramente atenta a la realidad
sociológica de mediados del siglo XX.
Siguiendo
dicha estela conciliar, a cincuenta años vista, creo necesaria una atenta
consideración a cómo se ha tratado el Salterio litúrgico entre los años
1960-1974, sobre todo porque se decidió omitir del cursus habitual una
serie de los mismos apelando a dificultades de lectura y espiritualidad, sobre
todo a raíz de la realización del Oficio divino en lenguas comunes: me refiero
a los salmos imprecatorios y a los históricos.
Conocimiento
conciliar
La
experiencia de este evento eclesial fue grandemente magnificado y bajo su
hégira se intentó reavivar las diversas parcelas de toda la pastoral de la
Iglesia universal. Por ello, a la luz de la iniciativa del emérito Benedicto
XVI, me parece consecuente una atención y estudio especiales tanto de sus
documentos como de las directrices que emanaron de los mismos, sobre todo a
partir del Consilium ad exsequendam Constitutionem de Sacra Liturgia. Y
lo mejor es acoger las palabras e interpretaciones que los mismos protagonistas
nos han dejado. Contamos con la inmensa suerte de que A. Bugnini; A.G.
Martimort; F. Antonelli; J. Terruell y otras primeras espadas en el
campo litúrgico nos han legado tanto sus escritos referentes a esta etapa tan
importante para la vida y piedad litúrgicas, así como sus advertencias y
rechazos, que deben ser altamente tenidos en cuenta. Leeremos, pues, el iter
de la progresiva adaptación del Rito Romano hasta su actual configuración,
sobre todo en lo referente al Oficio divino.
Conocimiento
crítico
Finalmente,
una de las motivaciones fundamentales que pretendo con esta pequeña serie de
reflexiones teológicas, bíblicas y litúrgicas, así como dogmáticas, es la de
generar en los lectores un adecuado espíritu crítico frente a lo que nos ofrece
la Iglesia. La crítica que propongo ejercer sobre este itinerario está conforme
a los criterios que la Instrucción de la Congregación Pro Doctrina Fidei
propuso sobre la vocación eclesial del teólogo (Donum veritatis; cf. EnchV,
XII, 188-233 [=DoV]). En ésta se describe cómo debe ser el itinerario del
teólogo que busca confrontar Magisterio eclesial, y se define básicamente con
las ideas básicas siguientes, a saber: grado de magisterio; distinción entre
doctrina y carencia de claridad; comprensión de que el Pastor de la Iglesia
quizá no ha tenido en cuenta todos los aspectos o complejidad sobre un tema. El
mismo documento dicasterial indica que puede darse el caso de que nazcan tensiones
inter theologum et magisterium, llamadas a solucionarse con un doble
principio de unitas veritatis y unitas charitatis (cf. DoV
25-26). No surge en ningún caso de nuestra serie esta situación extrema, pero
clarifico ya desde el comienzo este principium hermeneuticum para evitar
confusiones indeseadas.
Método
La
lectura y posterior comentario serán los dos pilares sobre los cuales
fundamento la reflexión teológica sobre los salmos imprecatorios. La
presentación será adecuada al sitio web donde gentilmente me publican, de aquí
que tendré que ser breve. Espero que la bibliografía adyacente sea de ayuda
para una comprensión adecuada de la temática y también ocasión para profundizar
sobre el tema bíblico-litúrgico.
Conclusiones
deseadas
Son
cuatro. Primero, un conocimiento bíblico más explícito del género imprecatorio,
sobre todo del Antiguo Testamento, a partir de estos tres testigos que nos
indica la Institutio Generalis Liturgiae Horarum, 131. En segundo lugar,
propongo que adquiramos un conocimiento del texto conciliar más preciso,
sabiendo distinguirlo de otros documentos que emanan del mismo, pero que no
tienen el mismo rango magisterial o son meramente ejecutivos y que nos permite
una reflexión más intensa sobre sus criterios de aplicación. En tercer lugar,
espero que tengamos una valoración más explicitada tanto del espacio temporal
en que se desarrolla la reforma litúrgica de facto (cf. DoV 24, §3 sobre
la quaedam historiae cognitio). Finalmente, brota de esta reflexión una propuesta
pro futuro, tanto sobre la reinclusión en el Oficio de lecturas de los
salmos imprecatorios, como de facilitar tipográficamente los fragmentos
juzgados como imprecatorios y extirpados del cursus Psalterii.
Marcos
Aceituno Donoso