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"Lugar de Tránsito" de Juan de Olivares |
Diálogo entre fe y razón
Un diálogo entre arte y fe no sólo es
posible, sino que es urgente y necesario, pero a condición de saber la
situación en la que nos encontramos y del firme propósito de no dejarnos
atrapar por la confusión (1). Y como la filosofía y la antropología
consecuente se traducen en cultura, Nietzsche tuvo una consecuencia cultural,
que es el arte de Duchamp. Cuando Nietzsche moría, estaba naciendo Duchamp como
artista. Y como Nietzsche dijo “Dios no existe”, treinta años después, su
“hijo” cultural dijo: “la belleza no existe”. Duchamp, padre del arte
contemporáneo, vivió entre dos guerras mundiales, en un periodo de
escepticismo. Si no existe Dios, ¿cómo podemos hablar de algo tan absurdo como
la belleza? Desde entonces, el arte toma este camino. De hecho, hoy hablar de
la belleza es algo que no tiene mucho sentido. Pero es preciso volver a
proponer la belleza como valor, sabiendo que, aunque siempre ha estado en la
vida, ahora no está.
En un libro reciente, Umberto Eco
escribe: “Dios ha muerto, la belleza ha dejado de existir, la historia ha
terminado”. Al desaparecer Dios, desaparece un concepto universal de la
belleza, que es uno de sus atributos. Con el relativismo y el subjetivismo, ya
no hay cabida para lo universal. “Una
imagen es una impresión de la verdad, a la que dirigir la mirada de nuestros
ciegos ojos” (Tarkowsky). Hubo alguno que al leer esta frase se molestó: la
verdad, qué es la verdad, qué se cree este... Hay otra cuestión, yo en mi obra
intento poner en relación lo universal con lo particular, porque en lo
particular, en lo cotidiano, están los universales más importantes, como el
amor.
El artista tiene una intuición de la
belleza, aunque no haya oído nunca hablar de Dios o no crea en él. Pero
indudablemente el arte contemporáneo es fruto del siglo XX, y expresa la
antropología que éste ha producido. Es el caso de Duchamp y del mundo de
entreguerras y posguerra en el que vivió. Después de él, vienen dos artistas,
que junto con Duchamp forman la “trinidad” del arte contemporáneo: Joseph Beuys
y Andy Warhol. Ambos expresan esta antropología: para Andy Warhol, el arte es
dinero, sin tapujos; para Beuys, el arte es melancolía, soledad del artista
consigo mismo.
Juan Olivares, uno de los mejores
pintores de España, tiene experiencia de belleza y sus cuadros son de una
verdadera belleza. Es arte abstracto, pero utiliza una combinación de
materiales que expresa una intuición de algo que hay en la naturaleza. Si
hablas con él, puede que no sepa expresarlo con palabras, pero lo ha entendido,
porque si no, no podría pintar así. De hecho, reconocer que el arte es una
revelación supone un acto de humildad: no es una “genialidad” de uno, sino que
es algo que se nos ha revelado, que se nos ha confiado. Hoy hay una idolatría
de la originalidad, de una originalidad mal entendida. La originalidad viene de
nuestro mismo ser persona, única e irrepetible. La originalidad aparece cuando
uno se sincera, se muestra a sí mismo:
En mi obra está siempre la fe, porque lo
que uno vive es lo que refleja. En este sentido, es necesario que hablemos de
la existencia de Dios, de la existencia de la belleza, de la existencia del
sentido. La gente se acerca a un paisaje, contempla un paisaje, y le gusta,
siente un placer estético, un placer que está ligado al amor. Y ya está, no
tiene porqué profundizar más. En lo que conforma esa experiencia estética, hay
una matemática, pero el espectador no necesita entenderla. Uno no necesita
entender científicamente una naranja para disfrutar de ella, aunque haya una
explicación científica: la combinación de azúcares con aminoácidos etc.
Cuando hay algo bello, hay una
matemática, una relación entre materiales, texturas, etc. y eso conforma la
belleza. La mayor parte de las personas la disfruta, pero los artistas son
capaces de acercarse intuitivamente a la relación que hay detrás de esa
belleza: las materias se dan valor mutuamente porque están en relación. Los
artistas lo traducimos en obras, materiales, texturas, colores... por ejemplo,
una curva necesita una recta, una mancha necesita una línea, un color plano
necesita un color deshecho... estas son las herramientas con las que se recrea
la belleza, sea en pintura como en música, donde el sonido necesita del
silencio.
Esto forma parte de la experiencia
existencial del hombre, y tiene que ver con la bendición: quien nunca haya
experimentado el frío, no sabe lo que es el calor. Si nunca hubiéramos pasado
frío, nunca podríamos bendecir por tener una chimenea ... Todo está en
relación, y contribuye a darse valor mutuamente. Los artistas traducimos esta
relación que hay en la materia en formas y colores; eso es un cuadro. Y ese
cuadro tiene que ser bello en su relación de materias, sea una Virgen, un
burro, o no sea nada. Éste es el primer nivel del arte.
En mi caso, además, me interesa darle un
contenido, y éste sería un segundo nivel. Esas formas que tienen que
“funcionar” entre sí y ser bellas, además tienen que tener un contenido. Porque
el arte no es sólo relación entre materias, sino que es relación entre
personas, es comunicación. Éste es otro aspecto que la postmodernidad ha
quebrantado, al exaltar el individualismo. Muchos artistas, si les preguntas el
significado de su obra, niegan que lo tenga, sino que pintan para sí mismos, se
cierran al diálogo, “no quieren decir nada”.
Hay un tercer nivel del arte, y es el de
relación espiritual. El arte siempre ha sido espiritual, ha expresado relación
con lo divino, lo que no hay que confundir con el arte propiamente sacro. Desde
Altamira hasta el siglo XX, el arte siempre ha expresado lo espiritual; es
precisamente en el siglo XX cuando aparece, por primera vez en la historia, la
sociedad “atea”. Siempre ha habido personas no creyentes, pero éste nunca había
sido un planteamiento de la propia sociedad. El arte, como dijo Juan Pablo II a
los artistas, es “nostalgia de Dios”. Por eso, para un humanista ateo de hoy,
el concepto “belleza” no tiene sentido... y tienen razón, porque en este siglo,
la belleza se ha banalizado, se ha convertido en un artículo económico. La
belleza se ha utilizado para sublimar la realidad, pero no para trascenderla.
Sublimar supone cambiar la realidad, “hacer Photoshop”; trascender la realidad
es saber ver a través de ella.
La fe es verdaderamente acogida cuando
se transforma en cultura, han dicho los dos últimos Papas. Esto es
profundísimo: si tu evangelizas a una persona, ¿cómo sabes si esa
evangelización ha “tomado cuerpo” en ella? Sólo es visible si se ha
transformado en cultura, en forma de vivir. Según se cree, así se vive. En
algunos lugares de la Iglesia hay hoy un eclecticismo en el arte, una huida de
la tradición. Cabría preguntarse si esto no refleja una crisis de fe mucho más
profunda. Hay que señalar otro aspecto: el Occidente cristiano ahora está
viviendo un proceso de acercamiento al Oriente, y esto va a ir a más, a mucho
más. El día que estemos más próximos, empezaremos a “beber” muchas cosas de
Oriente que nos van a ayudar muchísimo. Por ejemplo, la importancia que ellos
dan a la belleza.
La preocupación del Papa por crear un
“Atrio de los Gentiles” es una intuición que algunos artistas habíamos
compartido. En realidad, es algo que hacía ya san Felipe Neri: a la gente que
no iba a entrar en la Iglesia a escuchar una predicación, por dificultad,
prejuicios o lo que sea, ¿cómo entrar en diálogo con ellos? Neri se dio cuenta
de que la cultura era un vehículo importante para el diálogo, porque hay
verdades comunes que nos son comunes a muchos – la verdad, la bondad, la
belleza – y hay que buscar lo que nos une y no lo que nos desune. Entonces,
organizaba tardes de conciertos, que eran seguidos de tertulias. En ellas
participaba uno de los grandes músicos de la época, Palestrina.
El lenguaje es contemporáneo. Una
persona no creyente que entre a verla reconocerá el lenguaje, aunque pueda no
conocer el contenido. Pero también hay personas entre los cristianos que nunca
irían a una exposición de arte contemporáneo, porque no entienden este
lenguaje, pero que sí reconoce el contenido. El lenguaje del arte contemporáneo
es muy interesante y tiene muchas posibilidades. Mi obra quiere, en este
sentido, ser un puente.
Padre
Pedro Fernández, op
(1) Entrevista al pintor
español de arte contemporáneo David López (Valencia, 1972), asesor cultural del
Instituto Cervantes de París y uno de los colaboradores de Kiko Argüello en la
realización de pinturas murales de iconos.