Introducción. Palabras del Papa Benedicto XVI:
"Ustedes saben que yo insisto mucho en la relación entre fe y razón; en
que la fe, y la fe cristiana, solo encuentra su identidad en la apertura a la
razón, y que la razón se realiza si trasciende hacia la fe. Pero del mismo modo
es importante la relación entre fe y arte, porque la verdad, fin y meta de la
razón, se expresa en la belleza y se realiza en la belleza, se prueba como
verdad. Por tanto, donde está la verdad debe nacer la belleza; donde el ser humano
se realiza de modo correcto, bueno, se expresa en la belleza. La relación entre
verdad y belleza es inseparable y por eso tenemos la necesidad de la belleza.
De este modo, la Iglesia ha sido madre
de las artes a lo largo de siglos y siglos. El gran tesoro del arte occidental
--música, arquitectura, pintura- nació de la fe en el seno de la Iglesia.
Actualmente hay cierto "disenso", pero esto daña tanto al arte como a
la fe: el arte que perdiera la raíz de la trascendencia ya no se dirigiría
hacia Dios, sería un arte a medias, perdería la raíz viva; y una fe que dejara
el arte como algo del pasado, ya no sería fe en el presente. Por eso el diálogo
o el encuentro --yo diría, el conjunto- entre arte y fe está inscrito en la más
profunda esencia de la fe. Debemos hacer todo lo posible para que también hoy
la fe se exprese en arte auténtico, como Gaudí, en la continuidad y en la
novedad, y para el arte y no pierda el contacto con la fe"[1].
Se comprende perfectamente la amistad
entre Iglesia y artistas a lo largo de los tiempos, también en nuestros días.
Se comprende la afirmación reiterada de los papas últimos --de Pablo VI a
Benedicto XVI- de esta amistad, que es unidad y absoluta referencia mutua,
necesaria, y del llamamiento a expresar en la obra artística el binomio
fe-arte, fe-belleza, inseparable de aquel otro de fe-razón, fe-verdad, o
fe-bondad. Desde esa visión sobre el arte en general, y sobre el arte sagrado en
particular, se entiende el carácter de perennidad del arte, su naturaleza no
efímera, su valor universal, más allá de la circunstancia de la época o del
gusto del momento, o de los afanes consumistas, su dimensión religiosa, y la
misma implicación del artista y de la totalidad de su persona en la obra de
arte, sobre todo cuando se trata del arte sagrado, o de arte para la liturgia
bien sea la música, la pintura, la escultura o la arquitectura, que, además, no
pueden dejar de expresar la iniciativa de Dios, la acción divina que siempre
precede a la obra artística, como en la liturgia misma, como en la realidad de
lo creado.
La
Chiesa e l’arte secondo il Concilio Ecumenico Vaticano II. Note per
un’ermeneutica della riforma nella continuità. Edizioni
LUP, es el título del libro de Daniel Estivill, docente en la Facultad de
Historia y Bienes Culturales de la Iglesia en la Universidad Pontificia
Gregoriana, es una guía para la lectura de los textos conciliares referidos a
la relación entre la Iglesia y el arte, especialmente el cap. VII de la
Constitución Sacrosanctum Concilium. La intención que emerge con claridad es
subrayar algunos aspectos relevantes y al mismo tiempo ofrecer unas anotaciones
para una hermenéutica de la reforma litúrgica en continuidad en la línea de
Benedicto XVI[2].
Al respecto es importante distinguir
entre lo que efectivamente ha afirmado el Concilio y lo que se ha dado en
llamar el “espíritu del Concilio”. He procurado releer los textos conciliares
sobre el tema del arte sacro tratando de descubrir con objetividad lo que ha
sido realmente propuesto por el Concilio. Lamentablemente, no pocas veces, en
nombre del llamado “espíritu conciliar” se ha ido más allá de las verdaderas
intenciones del Concilio e incluso, más de una vez, en oposición a las mismas.
En concreto, por una parte, los documentos del Concilio Vaticano II, que el
santo padre nos ha invitado a releer, abren caminos de renovación y diálogo con
el mundo del arte, mostrando, al mismo tiempo, una fuerte continuidad con la
visión que ha Iglesia ha sostenido desde siempre en este campo. Por otra parte,
al leer los textos conciliares, he constatado que existen, lamentablemente,
algunas relecturas inspiradas en una hermenéutica de la ruptura y de la
discontinuidad, las cuales han creado algunos “falsos mitos”.
Por ejemplo, no es verdad que el
Concilio haya declarado que finalmente las puertas de la Iglesia se han abierto
para aceptar indiscriminadamente cualquier tipo de manifestación del arte
contemporáneo. Para avalar esta afirmación se cita la Gaudium et Spes 62:
“también la nuevas formas artísticas... sean reconocidas por la Iglesia”,
olvidando que en el mismo número, sin ir más lejos, se agrega: “... cuando [las
nuevas formas artísticas] elevan la mente a Dios, con expresiones acomodadas y
conforme a las exigencias de la liturgia”[3]. Quien conoce la historia del arte
y la historia de la Iglesia sabe muy bien cómo la Iglesia en Occidente ha
estado siempre abierta a las novedades en el campo de las artes y sabe también
que, la Iglesia ha acogido, a lo largo de los siglos, dichas novedades en su
seno ennobleciéndolas y exaltando a través de ellas el genio humano. Sin
embargo, al frente a las novedades la Iglesia ha sabido seleccionar aquellas
que son compatibles con los postulados de la fe.
Una distinción importante es la que
establece la Sacrosanctum Concilium entre arte, arte religioso y arte sacro,
que no es una distinción meramente temática sino conceptual[4]. El mismo papa
Benedicto XVI, confirma la validez y la importancia de tal distinción
estableciendo, al mismo tiempo, como característica esencial del arte sacro, su
destino a la liturgia[5] Otro aspecto digno de mención es el respeto de la
Iglesia por la libertad de expresión en el arte: una libertad “ordenada” al
servicio litúrgico; una libertad guiada e iluminada por el munus regendi de los
pastores; una libertad sujeta a discernimiento, sobre todo en lo que se refiere
a la relación entre arte y moral. También en este punto resulta esclarecedor el
pensamiento teológico del Papa, que afirma: “La libertad del arte, que debe
existir también en el ámbito más estrechamente circunscripto del arte sacro, no
coincide con la arbitrariedad”[6]
Éste es otro de los aspectos en los
cuales insiste expresamente la Sacrosanctum Concilium[7]. Esto responde a una
realidad histórica concreta: a partir de la entrada en escena del Iluminismo se
ha desencadenado un proceso de creciente contraste entre fe y razón, entre
cultura católica y tendencias artísticas de vanguardia. Por eso, al no vivir hoy
en un ambiente impregnado por los valores de la fe, se hace indispensable una
adecuada formación teológica en relación al arte, tanto para los artistas, que
deben conocer los fundamentos del dogma y de la historia de la salvación, como
también para el clero llamado a dialogar con el mundo del arte. En este
sentido, la formación que pide el Concilio debería estar orientada a proteger y
profundizar la verdadera identidad del arte sacro; una identidad fundada sobre
la base de una rica tradición iconográfica, de una clara opción por el
figurativo, de un sano equilibrio entre realismo visual y trascendente
sacralidad, de una humilde vocación de servicio a la divina liturgia.
La Sacrosanctum Concilium pide que en el
curriculum de formación del clero se incluya la historia y la evolución del
arte sacro, así como los sanos principios en que deben fundarse las obras de
arte al servicio de la Iglesia[8]. El objetivo no es hacer de los sacerdotes
“expertos en arte”, sino prepararlos para que sepan apreciar y conservar las
obras de arte de la Iglesia y para que puedan orientar a los artistas en la
ejecución de sus obras. No tenemos que olvidar que detrás de las grandes obras
de arte hay casi siempre un teólogo encargado de establecer el programa
iconográfico y de dar las orientaciones de fondo, que junto con las formas
artísticas constituyen, por así decir, el alma de la obra de arte. A veces,
aunque no siempre, el “teólogo” puede coincidir con el que encomienda la
ejecución de la obra. Pero en la realidad concreta, ¿quién asume estos roles
sino el que ejerce el ministerio pastoral? Tal responsabilidad pastoral es de
capital importancia, pues el arte en la Iglesia es un valioso instrumento para
la transmisión de la fe y para la celebración del culto divino.
Padre Pedro
Fernández, op
[1] BENEDICTO XVI, Entrevista con los
periodistas, 6 de noviembre de 2010, en su viaje a Santiago de Compostela y
Barcelona (España), para consagrar aquí la Basílica de la Sagrada Familia del
arquitecto Antonio Gaudí.
[2] Entrevista concedida por el autor.
Zenit, 12 de julio, 2012.
[3] CONCILIO VATICANO II, Constitutio
pastoralis Gaudium et Spes, 62: AAS 58 (1966) 1083.
[4] Cf. CONCILIO VATICANO II,
Sacrosanctum Concilium, 122: AAS 56
(1964) 130-131.
[5] J. RATZINGER, Teologia della liturgia.
La
fondazione sacramentale dell´ esistenza
cristiana: Opera Omnia, vol. XI. LEV. Città del Vaticano 2010, p. 132.
[6]
J. RATZINGER, Teologia della liturgia. La fondazione sacramentale dell´ esistenza cristiana: Opera Omnia, vol. XI.
LEV. Città del Vaticano 2010, p. 132.
[7]
Cf. CONCILIO VATICANO II, Sacrosanctum Concilium, 127. 129: AAS 56 (1964) 132. 133.