Después de haber trabajado en la pastoral con obreros,
este joven sacerdote secular decidió entrar en la abadía de Mont-César en 1906.
Desde su profesión religiosa en 1909, mostró siempre una gran preocupación por
la liturgia. Su labor como docente de Teología dogmática, junto a Columba
Marmión[1],
le llevó a profundizar en la relación de ésta con la liturgia[2]:
asumió varios cursos de liturgia para clérigos, y, movido por su espíritu
emprendedor, publicó cuatro artículos entre 1912-1913 con el título de Essai de manuel fondamental
de Liturgie. Estas páginas tienen para nosotros mucho interés, en
especial los dos primeros artículos[3].
El primer artículo
comienza afirmando que la liturgia pertenece, con pleno título, a la ciencia
teológica, ciencia de Dios y de las cosas divinas, ya que las acciones
litúrgicas entran en el campo de la virtud de la religión. Beauduin reconoce el
carácter teológico sólo a la parte fundamental de la ciencia litúrgica, y no a
la parte especial que «se ocupa del estudio detallado de los diferentes actos
de culto, en su origen y en su forma auténtica actual, tal como han sido
regulados por los libros litúrgicos de la Iglesia»[4].
La definición de liturgia
sobre la que quiere construir la mencionada parte fundamental es la de «el
culto de la Iglesia», de la que analiza, a continuación, sus elementos: el culto es el conjunto de los actos de la virtud de la
religión, con los que el hombre reconoce el dominio de Dios, principio y fin de
todas las cosas; pero no es cualquier tipo de culto, sino que su especificidad le viene por la forma
auténtica y oficial que ha recibido de la autoridad de la Iglesia[5].
El ensayo se divide después en dos partes. La primera trata
sobre el culto, y se desarrolla en tres capítulos que estudian,
respectivamente, su término (obiectum cui, la Trinidad), el sujeto (subiectum,
Cristo), el acto (obiectum quod, el Sacrificio de la cruz, que se reproduce
sobre el altar). La segunda parte está centrada en el elemento específico de la
definición –de la Iglesia–, donde se reafirma el derecho de la Iglesia
a emanar normas litúrgicas, en el uso que se ha hecho y se hace actualmente, y
en las características generales de la liturgia que de ello derivan: su
carácter social, universal, cristiano, santificador y humano[6].
Como ha señalado Gutiérrez-Martín al comentar esta definición, la
Iglesia es contemplada tanto desde su carácter institucional, como desde su
sentido «teológico, en cuanto continuación de la obra de Cristo en el tiempo»[7].
Antes de afrontar el tema de la Trinidad como obiectum cui del
culto de la Iglesia, Beauduin dedica el segundo artículo a la relación
recíproca entre el dogma y la liturgia, con el fin de aclarar la perspectiva
teológica del estudio de la liturgia[8]. Es
una relación de mutua dependencia: la liturgia es deudora del dogma y
viceversa. En el primer caso, la liturgia, al cumplir su fin de dar gloria a
Dios y de santificar y de edificar a los fieles, se constituye en un factor de
nuestra vida religiosa: «es nuestra fe confesada, sentida, rezada, cantada,
puesta en contacto con la de nuestros hermanos y de la Iglesia», y que hace
posible que nuestro culto sea verdadero. Sin duda, corresponde al Magisterio
proponer los dogmas, pero «la liturgia asimila el dogma, lo adapta a su
naturaleza, lo tamiza en sus fórmulas, en sus ritos y símbolos»[9]. En el
segundo caso, el dogma es deudor de la liturgia, en cuanto que ésta es un lugar
teológico, «el principal instrumento de la tradición de la Iglesia» y sirve
para divulgar el dogma «con una pedagogía consumada»[10]. De
ahí que un estudio teológico sobre los sacramentos, por ejemplo, quedaría
incompleto si ignorase las investigaciones litúrgicas recientes sobre esa
materia[11]. Hasta
aquí el segundo artículo.
Como se ha podido comprobar, Beauduin no cierra bien su
artículo: trata de la Trinidad, pero queda pendiente el sujeto y el acto del
culto. Eran los primeros pasos hacia la consideración teológica sobre la
liturgia, pero no una fe que busca comprender a partir de la misma acción
litúrgica.
En 1914, antes de su exilio forzoso en Inglaterra a causa
de la Primera Guerra Mundial, publicó La piéte de l’Église. Es una obra
breve, fruto de sus enseñanzas durante los años anteriores, y que jugó un papel
importante en la controversia sobre las relaciones entre liturgia y
espiritualidad, piedad objetiva y piedad subjetiva[12];
en efecto, calmó el ambiente provocado por las afirmaciones de Maurice
Festugière (1870-1950) en su obra Liturgie catholique (1913), y
ofreció una síntesis equilibrada de las tesis de su colega benedictino[13].
Allí advertía de la necesidad de promover un movimiento de piedad teológica,
fundada sobre la vitalidad de los misterios cristianos en la vida de los fieles[14].
De cara a nuestra investigación, interesa que nos detengamos en la segunda
parte del libro, en el apartado titulado La liturgie et la science théologique.
Como había hecho en otras partes del libro, ésta comienza
con la definición de los términos: la ciencia teológica, donde
la inteligencia profundiza en la doctrina revelada transmitida por el
Magisterio y, gracias al razonamiento, es capaz de organizar una ciencia y de
construir un sistema[15];
en segundo lugar, la liturgia contenida en sus formularios,
que, aunque no son una exposición científica de la doctrina revelada, deben ser
el objeto de la ciencia litúrgica. Esta ciencia tiene su objeto, sus
procedimientos, su método...distintos de los propios de la ciencia dogmática o
moral[16].
¿Cómo se relacionan la
liturgia y el dogma? En síntesis, retoma cuanto había dicho en los artículos de
1912-1913, aunque insiste en el carácter de profesión de fe que posee la
liturgia[17].
Asimismo inaugura un tema que, con el paso de los años, se convertirá en un topos de nuestro tema: la liturgia
como lugar teológico. Beauduin aplica esta denominación a los libros
litúrgicos, en cuanto que ellos exponen[18]
y, en ocasiones, se adelantan a las formulaciones dogmáticas, a través del
testimonio de lo que la Iglesia ha creído y celebrado en su liturgia. En este
sentido –dirá más adelante– la liturgia aparece como el instrumento principal
de la tradición eclesial[19],
que cumple a la letra aquel famoso axioma del Papa Celestino: Legem credendi statuat lex supplicandi[20]. Alfonso Berlanga, extracto del libro Liturgia y Teología.
[1] Cfr. Cattaneo, E., Il culto cristiano in
occidente, o.c., p.
492. Afirma Rousseau sobre las enseñanzas de este autor: «la cui dottrina così
sostanziosa (...) altro non era che una manifestazione della sua vita
liturgica, vissuta in tutta la sua profondità e spiegata teologicamente», Rousseau,
O., Storia
del Movimento liturgico. Lineamenti storici dagli inizi del sec. XIX fino ad
oggi, Edizioni Paoline, Roma 1961, p. 251.
[12] Para un estudio más detenido de esta cuestión, cfr. bibliografía
en Triacca, A. M., La "riscoperta" della Liturgia, o.c., p. 114.
[15] El texto original dice así: «L’intelligence
humaine s’applique à scruter la doctrine révélée transmise par le magistère de
la sainte Église ; et grâce à tout un travail de raisonnement, de déduction et
de coordination, d’analyse et de synthèse, réglé par les lois de la logique,
arrive à organiser une science, à construire un système : c’est la science
théologique», Beauduin, L., La piété de l’Église. Principes et faits, Abbaye du
Mont-César, Louvain 1914, p. 91.
[17] «La liturgie doit s’élever sur notre Credo comme
sur son fondement indispensable ; elle est notre foi confessée, sentie, priée,
chantée, mise en contact avec la foi de nos frères, de toute l’Église»: Beauduin,
L., La
piété de l’Église, o.c.,
p. 93.