h) El vestido litúrgico. Las vestiduras con las que el sacerdote se reviste para celebrar la Eucaristía y los demás sacramentos manifiestan que él actúa in persona Christi capitis. El revestimiento es un símbolo neotestamentario muy utilizado por San Pablo. “Revestíos del hombre nuevo, creado según Dios en justicia y santidad de la verdad (Ef 4, 24). “Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os dejéis arrastrar por los deseos de la carne” (Rom 13, 14). Este símbolo paulino no tiene nada que ver con las máscaras rituales usadas en los cultos mistéricos, pues San Pablo se refiere a una transformación interior de la persona a semejanza de Cristo. En este sentido, el sacerdote celebrante es invitado a despojarse del propio yo, nacido en el pecado, para convertirse en algo nuevo a imagen de Cristo.
San Pablo desarrolla este símbolo del revestimiento en una perspectiva escatológica, cuando escribe: “Es necesario que este cuerpo corruptible se vista de incorrupción y que este cuerpo mortal se vista de inmortalidad” ( 1 Cor 15, 53). “Si se destruye esta nuestra morada terrena, tenemos un sólido edificio que viene de Dios, una morada que no ha sido construida por manos humanas, es eterna y está en los cielos (…) Los que vivimos en esta tienda suspiramos abrumados, por cuanto no queremos ser desvestidos sino sobrevestidos para que lo mortal sea absorbido por la vida y el que nos ha preparado para esto es Dios” (2 Cor 5, 1. 4-5). De este modo la teología del vestido se convierte en una teología del cuerpo, que es provisorio y, al mismo tiempo, es anticipación del cuerpo definitivo, a imagen del cuerpo glorioso de Cristo. En verdad, el cuerpo de Cristo, que recibimos en la Eucaristía, custodia nuestra vida corporal para la vida eterna. En fin, la teología de las vestiduras litúrgicas nos lleva a algo más allá de los vestidos exteriores, a saber, al cuerpo resucitado de Cristo, imagen de lo que nuestro cuerpo será.
Los Santos Padres, en este contexto de la teología del vestido, recuerdan otros dos textos del Nuevo Testamento que iluminan nuestras reflexiones. Ante todo, presentan la parábola del hijo pródigo, cuando el padre, al recibirlo en casa, dice a los criados: “Rápido, traed el primer vestido y ponédselo” (Lc 15, 22), en referencia al vestido de Adam, con el que fue creado bueno por las manos de Dios. El vestido blanco consignado en el Bautismo era interpretado en este contexto patrístico y también en relación con el vestido blanco de la eternidad, al que se refiere el Apocalipsis 19, 8: “Y se le ha concedido vestirse de lino resplandeciente y puro; el lino son las buenas obras de lo santos”. Así pues, el significado de las vestiduras litúrgicas abarca desde la creación a la vida eterna, pasando por el perdón de nuestros pecados.
Padre Pedro Fernández, op