3. La materia. En la liturgia católica tiene relevancia no sólo el cuerpo, sino también la materia de este mundo, pues se trata de un culto encarnado y cósmico. Y la materia entra en la liturgia, primero, mediante tantos símbolos, como el fuego que ilumina el cirio pascual, las campanillas, etc, signos entre otros muchos que han sido explicados en su perspectiva cultual por Romano Guardini y últimamente por Mons. Egon Kapellari (1); y segundo, mediante la materia que forma parte de los sacramentos. Tres de los siete sacramentos no necesitan una materia concreta, porque es el hombre mismo el que sirve de materia, por ejemplo, la penitencia, la ordenación sacerdotal y el matrimonio. Pero en los otros cuatro sacramentos hallamos materias concretas que significan y vehiculan la gracia divina en ellos recibida. Entrar en el significado sacramental de estas realidades materiales es necesario para comprender mejor el espíritu de la liturgia y acoger más fácilmente la gracia; me refiero al agua bautismal, al aceite de la confirmación y de la unción y al pan y vino de la eucaristía.
La tradición de la Iglesia distingue en el agua un doble significado: el agua salada, del mar, es símbolo de muerte temporal, como el paso del mar rojo fue causa de muerte para los egipcios, y de muerte al pecado y así fue causa de salvación para los israelitas. En este contexto simbólico, el bautismo, celebrado con agua viva, de manantial, simbolizaba la muerte al pecado y la vida de la gracia. Por esta razón, el agua bautismal es símbolo de muerte y de vida en Cristo, pues el bautizado entra en su muerte y resucita con Él, como afirma San Pablo (cf. Rom 6, 1-11); además, durante la fiesta de las Chozas Cristo había dicho: “El que tenga sed, que venga a mí y beba el que cree en mí; como dice la Escritura: de sus entrañas manarán ríos de agua viva” (Jn 7, 37-38).
Si ahora consideramos los otros signos sacramentales, el aceite, el pan y el vino, tres elementos propios de la cultura mediterránea, se alza nuestra voz de acción de gracias a Dios: “vino que le alegra el corazón, aceite que da brillo a su rostro y el pan que le da fuerzas” (Sal 104, 15). Pero estos signos en el ámbito sacramental adquieren una nueva fuerza y brillo, en su referencia a Cristo, fuente de la gracia, sobre todo, el agua y sangre que brotaron del costado abierto de Cristo crucificado (cf. Jn 19, 34). Pero si son elementos culturales de una zona, ¿por qué usarlos como signos sacramentales universales? La respuesta es que en la interacción de cultura e historia prevalece siempre la historia, principalmente cuando estamos hablando de la historia de la salvación, realizada por el mismo Dios. De hecho, la Encarnación de Cristo no es un acontecimiento sometido a la libre elección humana, sino que es algo necesario para nuestra salvación; pero no estoy hablando de imposición, sino de liberación propia de quien exclama lleno de gozo, de verdad y libertad: ¡Es el Señor! (Jn 21, 7).
Padre Pedro Fernández, op
(1) Cf. R. GUARDINI, Von Heilige Zeichen. Matthias Grünewald. Mainz 1927; E. KAPELLARI, Heilige Zeichen in Liturgie und Alltag. Styria. Wien-Graz-Klagenfurt 19975.