Los Padres
conciliares, el 4 de diciembre de 1963, exactamente 400 años después de la
clausura del concilio de Trento, aprobaron el primer documento del Concilio: la
constitución sobre la liturgia, Sacrosanctum concilium (SC), con 2.147 votos a favor, 4 en contra y 1 abstención.
Para ello Pablo VI utilizó una fórmula que abría camino a la idea de
colegialidad: «Una cum
patribus», es decir, en unión
con los padres conciliares. Es una de las grandes constituciones del Vaticano II.
Nunca antes, en la historia de la Iglesia, había recibido la liturgia un tratamiento
tan generoso por parte de ningún concilio.
La SC sería
impensable sin el Movimiento litúrgico que, con su experiencia acumulada de más
de medio siglo, le tenía preparados el terreno y los materiales: la naturaleza
auténtica de la liturgia, su importancia vital para la Iglesia, el deseo de
acercar a los fieles a estas «fuentes de la salvación». La «pastoral litúrgica»
había nacido antes. Quedó inaugurada en los pontificados de Pío X, Pío XII y
Juan XXIII. La SC formulaba unos principios teológicos que ponían las bases de
los trabajos venideros: la centralidad de la Palabra de Dios y la dimensión sacramental
de la Iglesia.
La constitución hace
afirmaciones de gran repercusión: «En la liturgia, Dios habla a su pueblo; Cristo
sigue anunciando el Evangelio» (SC 33). La liturgia, antes que ser obra del hombre
que rinde culto a Dios, es acción de Dios sobre el hombre, santificación del hombre
por la acción de Dios.
Después de
numerosas votaciones, la reforma litúrgica tomaba forma. La SC quedaba
estructurada por un proemio, siete capítulos y un apéndice. Los más importantes
eran los dos primeros, dedicados a «los principios generales de la reforma y el
fomento de la sagrada liturgia» (SC 5-46) y «el misterio eucarístico» (SC 47-58),
con un estilo bíblico-patrísticopastoral, tan apropiado para un documento conciliar
referido a la Liturgia.
Una vez promulgada
la SC, Pablo VI decidió que empezase su aplicación cuanto antes. La reforma fue
emprendida con un gran entusiasmo. La tarea de revisión, orientada por
distintos documentos, ha conocido tres fases: a) el paso del latín a las lenguas
modernas (1964 -1967); b) la publicación de los libros litúrgicos revisados «según
los decretos del Vaticano II» (1968 -1975); y c) la adaptación de los libros
litúrgicos a las circunstancias de las iglesias particulares.
En 1985, a los 20 años
del Concilio, la Iglesia hace balance acerca de la reforma: «La renovación litúrgica
es el fruto más visible de toda la obra conciliar. Aunque existieron algunas dificultades,
generalmente sido aceptada por los fieles con alegría y con fruto. La
innovación litúrgica no puede restringirse a las ceremonias, ritos, textos,
etc., y la participación activa… no consiste sólo en la participación externa, sino,
en primer lugar, la participación interna y espiritual, en la participación
viva y fructuosa del misterio pascual de Jesucristo (SC 11). Precisamente la
liturgia debe fomentar el sentido delo sagrado y hacerlo resplandecer. Debe estar
imbuida del espíritu de reverencia y de glorificación de Dios».
Y el mismo Sínodo del
85 indica algunas sugerencias: «Que los obispos no sólo corrijan los abusos, sino
que expliquen también a su pueblo claramente el fundamento teológico de la disciplina
sacramental y de la liturgia. Las catequesis, como ya lo fueron en el comienzo
de la Iglesia, deben ser de nuevo hoy el camino que introduzca a la vida litúrgica
(catequesis mistagógicas). Los futuros sacerdotes aprendan la vida litúrgica
por experiencia y conozcan bien la teología de la liturgia». A los 25 años después
de iniciada la reforma litúrgica más amplia de toda la historia, el Papa Juan
Pablo II la volvía a calificar «como el fruto más visible de la obra conciliar»
(Vicessimus
quintus annus, n. 12.)
Y ya en fecha muy
reciente, Benedicto XVI hacía balance de la liturgia emanada del Vaticano II:
«Que el documento sobre la liturgia fuese el primer resultado de la asamblea
conciliar, tal vez fue considerado por algunos una casualidad… lo que a primera
vista puede parecer una casualidad, resultó ser la mejor opción… comenzando así,
con el tema de la ‘liturgia’, el concilio puso de manifiesto muy claramente la
primacía de Dios, su principal prioridad. En primer lugar Dios: esto nos
explica la elección conciliar de partir de la liturgia. Donde la mirada de Dios
no es decisiva, todo lo demás pierde su orientación…» (Audiencia general, 26 septiembre 2012).
Publicado por D. Juan Carlos
Mateos González en la
Publicación
Semanal del Arzobispado de Toledo
«Padre Nuestro» del 27/28 de Octubre de
2012