«El Primado de Dios en la Liturgia» de la mano de Joseph Ratzinger (III)


II. TIEMPO Y ESPACIO EN LA LITURGIA

1. Cuestiones preliminares. Si la liturgia es una realidad cósmica e histórica es normal que se hable del espacio y del tiempo litúrgicos. Además, la liturgia nos ofrece una realidad que entra en nuestra vida como el ya pero todavía no, o como la imagen de la realidad que vendrá. Es una liturgia en camino hacia la liturgia celestial, es decir, es un tiempo intermedio entre la sombra del antes y la realidad del final. Pero hay ya algo presente, la realidad fundamental del culto actual, que es el misterio de Jesucristo, cuyo ápice salvador fue su muerte y resurrección. Sin este misterio la liturgia sería entretenimiento y fraude. La salvación es posible, porque este misterio sucedido una sola vez (semel=ephapax) es, en cuanto ofrenda al Padre, una realidad permanente (semper)[1].

Por eso, nosotros somos coetáneos hoy, al final de los tiempos, del misterio acontecido en la plenitud de los tiempos. No estamos ya ante el sacrificio tipológico de un cordero, sino que celebramos el sacrificio real del verdadero Cordero de Dios, Jesucristo, de manera que estamos no ante un mero rito exterior, sino ante la logiké latreia. Con otras palabras,  no celebramos sólo la memoria del sacrificio de Cristo, sino que nos injertamos en su realidad mediante la fe llegando a ser una sola cosa con Él. Es decir, el culto tiene sus consecuencias morales. En fin, la liturgia tiene sentido para nosotros, porque hace presente el sacrificio real de Cristo y nos abre el camino a una transformación moral personal en el espacio y en el tiempo. Y todo sucede en símbolos sacramentales, pues la teología litúrgica es siempre simbólica o, mejor dicho, sacramental.

2. El significado del edificio sagrado. Es evidente que se necesita un espacio para la asamblea que celebra el culto; incluso, en la religión revelada no se habla tanto de la casa de Dios, sino de la casa donde Dios se reúne con su pueblo. El templo de Jerusalén, con el Santo de los Santos vacío, pues el Arca de la Alianza había desaparecido en el exilio, y la sinagoga con el cofre de la Torá, iluminado con el candelabro de los siete brazos, signos de la shekhinah o presencia de Dios, se explican como espacios del Qahal Yahvé o de la Ekklesia de Dios. La orientación de la sinagoga hacia Jerusalén muestra la comunión entre el sacrificio y la palabra y las grandes oraciones de la sinagoga, la qedushà y la avodà, nos recuerdan la ofrenda del incienso y del holocausto en el templo, mañana y tarde.
 
La sinagoga asumió el espacio basilical, como el más adecuado para su asamblea; pero la basílica cristiana presenta algunas diferencias con respecto a la basílica sinagogal. Primero, la basílica cristiana no mira a Jerusalén, sino al oriente, donde nace el sol, símbolo de Cristo, luz del mundo. Y mirar al oriente, que es también mirar a la Cruz, al traspasado, sol de salvación, se consideraba ya en la Iglesia primitiva una tradición apostólica. Segundo, en el ábside, hacia el oriente, se coloca el altar, lugar del sacrificio, que es el elemento clave en el nuevo edificio sagrado cristiano. Tercero, el lugar de la palabra (el bema sinagogal) se conserva, mas con la novedad de los Evangelios, pues de mí escribió Moisés (Jn 5, 46). La cátedra de Moisés ahora es la sede episcopal. Cuarto, la asamblea cultual está formada no sólo por hombres, como en Israel, sino también por las mujeres, aunque tengan un puesto separado de los hombres. Dios habla y el pueblo escucha; el Hijo de Dios se ofrece en sacrificio y el pueblo participa ofreciéndose con Él al Padre.  

3. La orientación de la plegaria en la liturgia.  Todas las sinagogas estaban orientadas hacia Jerusalén y dentro de ella la cátedra de Moisés miraba al cofre de la Torá. La orientación hacia el templo mostraba la relación de la palabra con el sacrificio. Ahora, el conversi ad Dominum de la asamblea cristiana indica el momento de mirar todos hacia Señor, al altar, hacia oriente, para fijar la mirada en Jesús (Heb 12, 2). En la Iglesia bizantina se respetó la construcción de los templos en dirección a oriente; pero en Roma, la Iglesia de San Pedro, por razones topográficas, se orientó hacia occidente y si el sacerdote quería mirar a oriente tenía el pueblo ante sí.

Nunca hasta el siglo XVI se planteó la cuestión de si el sacerdote debía celebrar versus populum o no, pues hasta entonces lo único evidente, como ha demostrado Cyril Vogel, es que el sacerdote debía proclamar la plegaria eucarística versus orientem y así toda la asamblea se ponía en camino hacia el Señor, pues no era tiempo de dialogar, sino de adorar todos al Señor. Hoy no somos muy sensibles por la pregunta sobre la orientación de la asamblea, y que el sacerdote y el pueblo durante la celebración se miren  recíprocamente es una perspectiva moderna, ajena a la mentalidad primitiva de la Iglesia; a los primeros cristianos nunca se les hubiera ocurrido decir que el sacerdote celebraba de espaldas al pueblo o de cara a la pared. Sólo en este nuevo contexto moderno sucede que se quiera representar la eucaristía como un banquete, en el que el presidente, como ahora se dice, cobra un gran protagonismo, observando y siendo observado y la presencia de Dios en su pueblo pierde importancia, pues ahora lo central es la presencia de la asamblea, llegando a verse el culto como un encuentro social.

La renovación postconciliar de celebrar versus populum se intenta justificar con la orientación del templo Vaticano, afirmando además que favorece la participación activa. Pero se trata de un malentendido con respecto a la basílica romana de San Pedro, como hemos visto, y sobre todo en referencia a la última cena. “Por ninguna razón, en la antigüedad cristiana, hubiera sido posible formarse la idea que quien presidía el banquete debía tomar puesto versus populum. El carácter comunitario de un banquete se subrayaba más bien mediante la disposición contraria, mediante el hecho, a saber, que todos los comensales se encontraban en el mismo lado de la mesa”[2].

Pero ¿hacernos hoy preguntas como ésta no es mostrar una inoportuna y romántica nostalgia del pasado? No creo sea imposible para el hombre actual recuperar la plegaria litúrgica versus orientem. Además, afirmar que hoy no es necesario rezar mirando al oriente o hacia la cruz, porque en el hombre encontramos ya la imagen de Dios no es convincente, pues no es fácil ver en el hombre la imagen de Dios antes de haber celebrado con fe y amor la Eucaristía, recibida en adoración. Desde un punto de vista práctico, bastaría hoy día colocar la cruz sobre el altar, de modo que todos pudieran dirigir la vista hacia el sol que nos salva. Por otra parte, es extraño el planteamiento de esta cuestión, cuando lo problemático de gran parte de la ciencia litúrgica moderna consiste en el hecho que ella quiere reconocer como originario y normativo sólo lo que es antiguo, considerando defectuoso lo medieval y digno de ser olvidado casi todo lo surgido después del Trento. En fin, estoy a favor de la evolución orgánica de la liturgia, cuando de la semilla viva del pasado se gesta algo nuevo que sigue conservando lo esencial.  

Padre Pedro Fernández, op



[1] Cf. S. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, III, 73, 4.
[2] L. BOUYER,  Architecture et Liturgie. París 2009, pp. 49s. (0rig. 1967).