Una fuerte tormenta y sus manifestaciones siempre han supuesto de una parte un ámbito misterioso, recuérdese
las teofanías (manifestaciones divinas), y de otra parte el miedo que suscita tales fenómenos naturales. Para los campesinos
de la antigüedad
eran
castigo de los dioses, se pensaba que era el desahogo de las iras de Júpiter,
Eolo
o
Neptuno. El cristianismo
rechazó
de plano dichas creencias dando una explicación
más
natural, aunque no descartó
la intervención de los demonios en estos fenómenos. De manera que para combatir
la actividad demoníaca en los
elementos
la iglesia elaboró rituales para
combatirles con las armas espirituales que posee.
En
época
medieval se alimentó la creencia de que por acción demoníaca los magos y hechiceros
provocaban
mediante sortilegios tempestades. La Iglesia
nunca aceptó tal creencia.
El rito
venía
llamado
de
diversas maneras: "conjuro contra
el
granizo", "bendición contra
las tempestades", "bendición contra
las aéreas potestades". El rito
se
iniciaba en la puerta de la iglesia, preferentemente el sacerdote
encendía
el cirio
pascual o una candela bendecida el día de la Presentación del Señor. Ponía el misal
abierto
por la plegaria eucarística en la parte
de la consagración, cruzando una estola
encima
del
misal. Se tocaban
las campanas al vuelo
e incluso había
toques especiales, su sonido era sacramental pues estaban consagradas. El sacerdote rezaba o cantaba las letanías
de los santos, invocando especialmente a los protectores contra las tormentas, San Remigio,
San Cipriano, San Juan y San Pablo,
San Quintín; Santa
Colomba ,
Santa
Bárbara y Santa Brígida. Seguían inmediatamente los
conjuros, una especie de exorcismo contra los demonios aéreos. El sacerdote
con el crucifijo en la mano o con un "lignum crucis" (reliquia de la cruz) trazaba hacia las nubes el signo
de la
cruz y asperjaba con agua bendita, recitando la antífona
"aquí está la cruz del Señor,
huid adversarios". El rito
terminaba con el Credo y el Padre Nuestro y en dirección
a los cuatro puntos cardinales se proclamaba el inicio de cada uno
de los evangelios. Para dichos ritos se llegó a
construir en algunos pueblos los llamados
"esconjuraderos", un templete
o capillita cercana al pueblo o en la zona más alta del pueblo desde donde el sacerdote combatía las tormentas exorcizándolas. Los "esconjuraderos" eran cuadrados con cuatro arcos que
miraban a los cuatro puntos cardinales pues desde ellos se proclamaba el evangelio.
Manuel Flaker.