Formación Litúrgica en la Escuela de Benedicto XVI (VII)

4. La praxis celebrativa


En el campo de la praxis de la celebración litúrgica consideramos dos cuestiones fundamentales: la adecuada relación entre contenido y forma, la fe y su expresión ritual, la doctrina y el signo, y el tema fundamental de la inteligencia de la participación activa, sin olvidar que, como ya recordó la Constitución Sacrosanctum Concilium, los frutos de la reforma dependerán directamente de los pastores de almas[1], sabiendo que se trata no sólo de entender la Liturgia sino también de celebrarla bien o virtuosamente. “De nada serviría la reforma litúrgica si no aumentaran en la Iglesia los verdaderos adoradores del Padre en espíritu y verdad, conscientes de su dignidad de miembros del Cristo, que está presente de modo eminente en la comunidad del culto y ofrece con nosotros su sacrificio a Dios”[2].  

a)  El ars celebrandi o la verdad ritual 


El ars celebrandi, que presupone una sensibilidad y docilidad a la presencia del misterio en la celebración, relaciona la dimensión sagrada del rito litúrgico con el transcendental de la belleza, definida como quae visa placent[3], que es el esplendor de la verdad. Demos tiempo a la celebración, dando espacio a la belleza, la armonía en la justa proporción, para poder admirar la Liturgia y no caer en el puro activismo; la actitud del que admira es contraria a la actitud de quien quiere construir con sus fuerzas; el artista se mueve en lo que está más allá; el activista se mueve siempre en lo empírico. “La admiración constituye a nuestro parecer la fuente más profunda de la energía y de la calidad orales; ningún imperativo se la puede igualar (…) Dime lo que admiras y te diré quién eres”[4]. Es urgente mantener en nosotros y hacia los demás una mirada contemplativa, que se alimenta del silencio.   

Hablando del arte de la celebración hay que distinguir la euforia subjetiva y emocional del verdadero encuentro con Cristo en la fe, en orden a armonizar la obediencia las rúbricas y la forma atrayente de celebrar. Es decir, hay que distinguir entre el arte que alimenta el sentimiento y la imaginación y el arte que alimenta la verdad y el amor, que en Liturgia se llama la fe y la caridad. La celebración sensual procedía antiguamente de los ritos dionisíacos y ahora del secularismo de la sociedad contemporánea laicista y relativista. Un ejemplo ya antiguo fueran aquellas misas llamadas de jóvenes, que expresaban no la verdad del hombre, sino el pasatiempo frívolo de una triste época. “El arte religioso es un arte finalizado por el culto dado a Dios. El arte cristiano lleva al misterio del cuerpo glorioso de Cristo”[5].

Es necesario y urgente evitar la vulgaridad y la ramplonería en nuestras celebraciones, no sólo en las homilías, sino también en la dicción de los textos litúrgicos y en los gestos, en los cuales debe brillar siempre la dignidad y la mesura. El arte litúrgico es un contrapunto al arte contemporáneo que ha legado a exaltar lo feo y el mismo desorden; es un impulso para no caer en la vulgaridad o en la depresión. Sabemos que lo sencillo es accesible a todos, porque no es complicado, porque es auténtico, pero nunca ramplón, ni falso. “Un teólogo que no ame el arte, la poesía, la música o la naturaleza puede ser peligroso. Esta ceguera y esta sordera ante lo bello no son secundarias, pues se reflejarán necesariamente en su teología”[6].     

En este campo es preciso de nuevo distinguir con precisión la música profana, la música religiosa o polifónica y la música litúrgica o sacra, que no es espectáculo en la liturgia, sino liturgia, porque nace y expresa el misterio hecho palabra, cuerpo, silencio. ¿Quién no advierte la capacidad formativa del canto gregoriano en latín?[7]. ¿Cómo no sentir nostalgia de cantos gregorianos, como el Regina coeli de Pascua, el Spiritus Domini de Pentecostés, el Cibavit del Corpus Domini, etc, sobre todo cuando se soporta la degradación litúrgica de esas misas internacionales con lecturas y cantos en diversas lenguas? Las sociedades plurales como las nuestras invitan a celebrar la Misa en latín con melodías gregorianas al menos los Domingos en las Catedrales y Parroquias. “Nada eleva el alma, le da alas, le aleja de la tierra, le libera de los lazos del cuerpo y le invita a meditar, a pensar adecuadamente las cosas de este mundo, como la armonía del canto que expresa la  divina melodía con mesura”[8]. “El problema de la música religiosa no es sólo una cuestión musical, sino también una cuestión de vida o muerte para la Iglesia”[9]. Hay que llenar el alma y el corazón de cosas bellas, buenas y verdaderas, que sean su plenitud, por ejemplo, quien no se siente reconfortado contemplado maravillas arquitectónicas como el Monasterio del Escorial, la Catedral de León o la Basílica de San Pedro del Vaticano.

Expresar adecuadamente la fe en el rito, mostrando el sentido sagrado de la Liturgia, que es el don recibido en orden a nuestra salvación, nos permite mantenernos en la verdad de la liturgia, librándonos del peligro de la superficial adaptación al tiempo, banal autorrealización de  uno mismo y de la comunidad, como si la Liturgia fuera propiedad nuestra. En pocas palabras, éste es el significado de la objetividad del rito litúrgico, en el cual se advierte una íntima relación entre fe, razón y misterio, o entre fe, liturgia y devoción[10].  En este contexto, la última Plenaria de la Congregación para la Disciplina de los Sacramentos y el Culto Divino, al considerar la adoración eucarística,  ha conectado con el redescubrimiento de la belleza de la fe y de lo sagrado, invitando a acentuar la sacralidad del rito, la presencia de la lengua latina, el mejoramiento de la Ordenación General del Misal Romano, la forma legítima de recibir la comunión, considerando como indulto la recepción de la comunión en boca y de pie, y la orientación de la plegaria ad orientem, al menos, el canon.

Los ábsides decorados de las antiguas basílicas cristianas con las estupendas representaciones del Salvador y de la Iglesia muestran el valor de la orientación de la asamblea celebrativa. Teológicamente no se celebra cara al pueblo; se celebra siempre contemplando a Cristo, peregrinando hacia el cielo. “En vez de realizar nuevas transformaciones, basta colocar el Crucifijo en el centro del altar, de modo que pueda ser contemplado por el sacerdote y por los fieles, y puedan dejarse guiar hacia el Señor”[11].     

La adoración a Dios es lo propio del acto litúrgico, en cuanto el modo más expresivo de reconocer la divinidad de Cristo en el misterio del Verbo Encarnado, continuado en las celebraciones litúrgicas. La decisión de Benedicto XVI de dar la comunión a los fieles en la boca y arrodillados, a partir del Corpus Christi de 2008, manifiesta la relación intrínseca entre liturgia, sobre todo la Misa, y la adoración[12]. En este contexto, se advierte la pedagogía del Papa, quien, sabiendo que con normas se consigue poco, celebra de tal modo que se vayan creando lugares que sean modélicos a la hora de aprender a celebrar adecuadamente la liturgia.

La cualidad principal del buen celebrante es la capacidad de observación, que permite elegir bien, distinguiendo lo esencial de lo accidental, a la hora de disponer, componer, ordenar. Para poder celebrar con verdadero espíritu litúrgico es preciso estar más atento que un pintor, utilizando la brocha, o que un escultor, en el uso del cincel, lo cual exige evitar los juicios apasionados tanto de los tradicionalistas, como de los progresistas; la llamada a la paz litúrgica fue hecha ya por Pablo VI en el discurso al Consistorio, el 27 de junio de 1977[13]. El mismo Papa había lamentado anteriormente los abusos litúrgicos en la Audiencia General del 22 de agosto de 1973.

Pero, ¿cómo nos libraremos de la dictadura de tener que entenderlo todo, en el sentido de tener que expresar todo en una lengua hablada por la asamblea, que ha contribuido indirectamente a pensar que en la Liturgia ahora se entiende todo, como si hubiera dejado de ser un misterio y fuera sólo un momento de encuentro social, un teatro, que convierte a los actores en autores, a quienes se les recibe, mirando hacia ellos, y se les despide con aplausos? Y no me refiero a los lugares donde la lengua en la Liturgia se manosea como exaltación nacionalista por ser demasiado triste. Estoy usando un  lenguaje políticamente no correcto, pero me siento con libertad y veo que en el fondo todos entienden lo que estoy señalando, aunque no todos lo compartan. ¿Qué quieren que les diga? Me siento identificado con estas palabras de Santo Tomás de Aquino, asumiendo con el Doctor Angélico que, cuando uno habla, es para que le entiendan: “Incluso aunque algunos de los presentes no comprendan lo que se canta, saben bien que la alabanza divina es la razón del canto y eso basta para alimentar su devoción”[14]. “Después del Concilio se manifiesta en ciertos lugares un fanatismo por la lengua vulgar, que en una sociedad multicultural resulta verdaderamente extraño, como en una sociedad cambiable es ilógica la hipostización de la comunidad”[15].    

En el campo de los nuevos libros litúrgicos están los leccionarios, que provocan y orientan las homilías, cuyo estado explican la actual ignorancia del pueblo. Sobre las homilías se ofrecen dos preguntas: una sobre los contenidos; otra sobre la forma. “En este modo de predicar hay un optimismo fácil y muy artificial, el cual presupone que todo es bueno y que todos nosotros somos buenos. No  es ésta la realidad del hombre de hoy. Si fuera así, no tendríamos droga, ni suicidios (…) Cómo sería agradable hablar sólo de cosas buenas y bellas. Mas los hombres vienen a nosotros porque sufren y necesitan una respuesta verdadera a sus pena profunda (…) Necesitamos tener una fuerza nueva, estar convencidos que tenemos en nuestras manos los medios para curar a los hombres, que es nuestro deber entregarles esta palabra de salvación y que ella es verdaderamente muy necesaria para el hombre. Se necesita un nuevo impulso misionero. No se ama hoy hablar de conversión, pero ésta es la realidad (…) Con la certeza de que, si nos movemos en el Señor, podremos enfrentar los problemas del nuevo milenio”[16].      


[1] Cf. CONCILIO VATICANO II, Constitutio Sacrosanctum Concilium, nn. 14, 19: AAS 56 (1964) 104. 105.
[2] PABLO VI, Discurso al Colegio Cardenalicio, 22-VI-1973: AAS 65 (1973) 382.
[3] S. TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae, I, 5, 4 ad 1m.
[4] S. Th. PINCKAERS, À l´école de l´admiration. Saint Paul. Versalles 2001, p. 5.
[5] M.-D. PHILIPPE, Philosophie de l´art. Ed. Universitaires. París 1994, p. 51.
[6] J. RATZINGER- V. MESSORI, Entretien sur la foi. Fayard. París 1985, p. 155.
[7] CF. Fr. PIERRE-EMMANUEL, “De la musique liturgique. Étude de la réflexion théologique de J. Ratzinger sur la musique liturgique”. Aletheia 35 (2009) 183-191.
[8] S. JUAN CRISÓSTOMO, Expositio in psalmum 41, 1: PG 55, 156.
[9] J. RATZINGER, Croire et célébrer. Parole et Silence. París 2008, p. 72.
[10] Cf. M. GAGLIARDI, Liturgia, fonte di vita. Fede e Cultura. Verona 2009.
[11] BENEDICTO XVI, Prefacio a las obras completas, vol. I.
[12] Cf. BENEDICTO XVI, Adhortatio apostolica Sacramentum caritatis (22-II-2007), n. 66: AAS 99 (2007) 155-156.
[13] “Sin embargo se advirtieron con dolor usos corrompidos y libertad excesiva  en la ejecución de las normas litúrgicas, aunque la mayor parte de los sacerdotes y fieles manifestaron en esto un juicio sano y adecuado”. PABLO VI, Consistorium secretum (27-VI-1977): AAS 69 (1977) 373.  
[14] S. TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae, II-II, 91, 2 ad 5m.
[15] J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, p. 165.
[16] J. RATZINGER- BENEDETTO XVI, Davanti al protagonista. Alle radici della liturgia. Cantagalli. Sena 2009, pp. 59. 60. 61.

Padre Pedro Fernández, OP