La tradición bizantina celebra como primera gran fiesta del año
litúrgico el Nacimiento de la Madre de Dios, que tiene un día de pre-fiesta y
cuatro de octava, solamente cuatro debido a la cercanía con la segunda de las grandes
fiestas, la Exaltación de la santa Cruz el día catorce del mismo mes.
El icono de la fiesta es muy similar al del nacimiento del Bautista y
el de Cristo. Ana, tumbada, en el centro de la escena iconográfica, acompañada
por tres mujeres, mira hacia Joaquín o, en otros iconos, hacia la recién nacida
que está siendo lavada y arreglada por las mujeres. En un lado del icono
encontramos a Joaquín que mira a la niña y a su mujer. El amor esponsal de los
dos ancianos lo subraya el icono por sus rostros tiernos y serenos. Dos mujeres
lavan a María, representada ella también en el icono envuelta en pañales, como
Cristo mismo en el icono de Navidad, y como encontramos también el alma de
María acogida en el cielo por Cristo mismo en el icono de la Dormición de la
Madre de Dios. Es como si el ciclo litúrgico, en ésta su primer gran fiesta,
quisiese recordarnos por medio del icono el misterio del nacimiento de la Madre
de Dios y su glorificación al cielo.
El Oficio bizantino, sobretodo en los textos de las Vísperas de la
fiesta, tiene como tema de fondo el gozo que el Nacimiento de María trae al mundo
entero, gozo por su nacimiento, pero también porque este nacimiento preanuncia
otro, es decir el de Aquél que por ella se encarna por obra del Espíritu Santo:
“Con tu Nacimiento, oh Inmaculada, han descendido al mundo los rayos espirituales
del gozo universal, que a todos preanuncian el sol de la gloria, Cristo Dios…
porque tú eres la que nos procura la alegría presente, eres tú la causa de la
gloria futura, tú el gozo de la divina bienaventuranza”. Retomando el saludo
angélico del evangelio de Lucas y tomando como modelo el himno Akathistos,
María misma, toda la Iglesia es invitada al gozo: “Alégrate, recapitulación de
los mortales; alégrate, templo del Señor; alégrate, monte santo; alégrate, mesa
divina; alégrate, candelabro todo luminoso; alégrate, orgullo de los verdaderos creyentes;
alégrate, María, Madre del Cristo Dios; alégrate, toda Inmaculada; alégrate,
trono de fuego; alégrate, morada; alégrate, zarza incombustible; alégrate,
esperanza de todos”.
Las Vísperas de la fiesta traen tres lecturas bíblicas del Antiguo
Testamento: Gn 28, 10-17 (el sueño de Jacob junto al pozo de Carrán con la
manifestación de la escala que une el cielo y la tierra); Ez 43, 27-44, 4 (la
puerta del templo cerrada y que mira hacia oriente); finalmente, Prov 9, 1-11 (la
Sabiduria que se construye una casa). Sobre todo será el texto de Ezequiel el
que será retomado en varias ocasiones por los troparios, releído en clave
cristológica y mariológico: “Éste es el día del Señor, exultad, pueblos: porque
he aquí que la puerta que mira hacia oriente ha sido engendrada, y espera la
Entrada del Sumo Sacerdote… Hoy divinamente resplandece María, única puerta del
Hijo de Dios, que atravesándola la ha conservado cerrada… Hoy las puertas
estériles se abren y de ellas sale la divina puerta virginal”. La tradición de
los Padres de la Iglesia y las liturgias cristianas de Oriente y Occidente han
visto en la puerta cerrada del templo el tipo de María en su Virginidad, y
también de la Encarnación del Verbo de Dios por medio de Ella. “El profeta ha
llamado a la santa Virgen puerta invalicabile, custodiada por el único Dios
nuestro: por ella ha pasado el Señor, de ella procede el Altísimo y la deja
sellada… Monte, puerta celeste y escala espiritual te ha profetizado
divinamente el sacro coro, también te llaman puerta por la cual ha pasado el
Señor de los prodigios, el Dios de nuestros padres…”.
Dos troparios de los Vísperas resumen toda la teología de la fiesta. En
el primero la exultación de Ana, la no estéril, y su invitación al gozo, que la
presenta casi como tipo de la Iglesia misma que invita y convoca al gozo en esta
fiesta a todos los pueblos: “Estéril, sin prole, Ana bata hoy gozosa las
manos, se revisten de esplendor las cosas de la tierra, exulten los reyes,
alégrense los sacerdotes entre bendiciones, póngase en fiesta el mundo entero”.
La liturgia subraya cómo Ana engendra la salvación del género humano, María,
que el tropario llama “esposa del Padre”: “Porque he aquí que la reina, la
inmaculada esposa del Padre, ha brotado de la raíz de Jesé”. Del parto de Ana
surge el gozo: “No parirán más hijos con dolor las mujeres, porque ha florecido
el gozo, y la vida de los hombres habita en el mundo. No serán más rechazados
los dones de Joaquín, porque el lamento de Ana se ha cambiado en gozo y ella
dice: Alegraos conmigo, todos vosotros que sois del pueblo elegido de Israel:
porque he aquí que el Señor me ha dado el palacio viviente de su divina gloria,
por la común alegría, gozo y salvación de nuestras almas”. En el segundo de los
troparios, arriba citado, encontramos citados los diez títulos cristológicos
dados a la Madre de Dios; además hay, como conclusión del texto, una profesión
de fe en el misterio de la encarnación del Verbo de Dios: “Venid, fieles todos,
corramos hacia la Virgen, porque he aquí que nace Aquella que antes de ser
concebida en el seno ha sido predestinada para ser Madre de nuestro Dios; el
tesoro de la virginidad, la vara florecida de Aarón, que brota de la raíz de
Jesé, el anuncio de los profetas, el germen de los justos Joaquín y Ana nace, y
el mundo se renueva con éste. Ella es dada a luz y la Iglesia se reviste de su
propio decoro. El templo santo, el receptáculo de la Divinidad, el instrumento
virginal, el tálamo real en el cual ha sido llevado a cumplimiento el
extraordinario misterio de la inefable unión de las naturalezas que se unen en
Cristo: adorándole a Él, celebremos el inmaculado nacimiento de la Virgen”.
Diversos textos de la fiesta presentan el contraste entra la
esterilidad de Ana y el parto virginal y divina de María. El parto de Ana es
contemplado siempre en vistas a la misma María y sobre todo a Aquél que, a su
vez, María parirá: “Hoy es el preludio del gozo universal. Hoy comienza a soplar
los vientos que preanuncian la salvación. La esterilidad de nuestra
naturaleza se ha acabado, porque la estéril se convierte en madre de Aquélla
que permanece virgen después de haber dado a luz al Creador, de Aquélla por la
cual Aquél que es Dios por naturaleza asume lo que le es extraño y, con la
carne, para los perdidos, lleva a cabo la salvación… Hoy la estéril Ana da a luz a
la Madre-de-Dios, pre-elegida entre todas las generaciones para ser morada del
Rey universal y Creador, el Cristo Dios, dando así cumplimiento a la divina
economía”. Finalmente, otro de los troparios de Vísperas, a través de diversos
paralelismos de imágenes destaca el misterio de la divina humanidad del Verbo
de Dios encarnado: tronos espirituales en el cielo/ trono santo en la tierra;
Aquél que sostiene el cielo en las alturas/ se crea un cielo en la tierra; raíz
estéril / planta portadora de vida. ”Hoy Dios, que reposa sobre los tronos
espirituales, se ha preparado sobre la tierra un trono santo; Aquél que ha
consolidado los cielos con sabiduría, en su amor por los hombres se ha preparado
un cielo viviente; porque de una raíz estéril ha hecho germinar para nosotros,
como planta portadora de vida, a su Madre. Oh Dios de los prodigios, esperanza
de los desesperados, Señor, gloria a Tí”.
(Publicado por Manuel Nin en l’Osservatore Romano el 8 de Septiembre de
2012; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)