Algunas cuestiones sobre el Calendario (II)

La fiesta del Bautismo del Señor

La celebración del Bautismo del Señor, que recuerda un acontecimiento de la vida de Jesús, con su manifestación al inicio de la actividad apostólica y el anuncio del don del Espíritu, vinculado al bautismo, ha estado presente en la liturgia antigua de formas diversas. Muchos ritos orientales lo celebran en la solemnidad de Epifanía (la liturgia romana también recuerda este misterio en el día de Epifanía, como se aprecia con claridad en la Liturgia de las Horas).

Además, en la liturgia romana se celebraba especialmente el Bautismo del Señor en el último día de la octava de Epifanía. El año 1955, se establece la fiesta del Bautismo del Señor el día 13 de enero (los textos se debían tomar del día final de la octava de Epifanía); si este día caía en domingo, prevalecía la fiesta de la Sagrada Familia y se omitía todo lo referente al Bautismo del Señor[1]. En las Normas universales sobre el año litúrgico y el calendario se establece (n. 7 y n. 38) que la celebración de la fiesta del Bautismo del Señor tiene lugar el domingo sucesivo a la solemnidad de Epifanía; esta celebración marca el final del tiempo de Navidad y da paso al tiempo Ordinario. Sin embargo, en los lugares donde Epifanía no es de precepto, se traslada al domingo que concurre entre los días 2 y 8 de enero (cf. Normas, n. 37 y n. 7); en este caso, si el domingo fuera los días 7 u 8 de enero, la fiesta del Bautismo pasa a celebrarse el lunes sucesivo, esto es, al día siguiente[2].

Es claro que estamos ante una fiesta del Señor que, además, normalmente se celebra en domingo, por lo que le corresponde tener primeras vísperas. No obstante, como sucedía en la fiesta de la Sagrada Familia, si no se celebra en domingo (en este caso sería cuando se celebra el lunes sucesivo a la Epifanía, celebrada esta última en el domingo 7 u 8 de enero) deja de tener primeras vísperas, lógicamente.

La Liturgia de las Horas, para esta fiesta, presenta todos los elementos propios.

La Vigilia de la Ascensión
           
La solemnidad de la Ascensión, dentro del tiempo de Pascua, celebra un acontecimiento de la vida del Señor, vinculado a la Resurrección y a Pentecostés. Siguiendo lo que se indica en el Evangelio, la Iglesia lo celebra a los cuarenta días de la Resurrección.

Ya desde el siglo VII, en occidente, consta la celebración de una vigilia, en el sentido de un día de preparación a la fiesta. Así se mantiene en la liturgia romana hasta la reforma del calendario, posterior al Concilio Vaticano II, en que se subraya la unidad del tiempo pascual y se intensifica, mediante una cuidadosa selección de las oraciones y lecturas, el sentido de estos días; quizá por eso se optó por suprimir la vigilia o día de preparación con textos litúrgicos especiales. A esta situación se refiere la respuesta que estamos comentando.

Por lo tanto, el año 1969 se suprime la celebración para el día precedente a la Ascensión y se opta por tomar las oraciones para la Misa del domingo precedente, puesto que en el Misal de 1962 (como en las ediciones anteriores del llamado Misal de San Pío V) sólo había textos propios para los domingos de Pascua, además, claro está, de Ascensión (con su vigilia) y Pentecostés (con el sábado precedente y la octava sucesiva). Se trataba de una solución provisional hasta que se publicara el Misal de 1970, en que se ofrecen textos propios para todos los días del tiempo pascual.

Sin embargo, con motivo de las últimas ediciones del Misal Romano (edición del 2002 y reimpresión corregida del 2008) se ha vuelto a introducir un texto litúrgico propio para la «vigilia de la Ascensión», entendiendo que es el formulario que debe usarse en las misas que se celebran la víspera (el día antes, por la tarde) de la Ascensión. El motivo parece haber sido unificar con las otras solemnidades del Señor que aparecen en el ciclo temporal del Año Litúrgico, de manera que todas tengan un doble formulario: para la Misa vespertina y para la Misa del día (lo mismo sucede con la solemnidad de Epifanía, que también ha sido dotada últimamente de un formulario para la Misa de la Vigilia).

La presencia en el Misal de este formulario permite disponer de textos diversos en la víspera y en el día de la solemnidad y, en sí, constituye un enriquecimiento del contenido del libro litúrgico y de la celebración.

Por lo que se refiere a la Liturgia de las Horas, ya se disponía de textos propios para la celebración de las primeras vísperas de la Ascensión y no han sufrido ninguna modificación.

Conclusión

Las aclaraciones sobre el Calendario litúrgico y las diversas modificaciones que apreciamos en la liturgia, a lo largo de los años, antiguos y recientes, pone en evidencia que la liturgia es una realidad viva, en función de la celebración (que es la verdadera liturgia, no lo olvidemos, pues los textos y las normas no pretenden otra cosa que ayudar y hacer posible una celebración adecuada, fiel al sentir de la Iglesia, que glorifique a Dios y produzca la santificación de los hombres).

En la liturgia estamos utilizando siempre la inmensa riqueza de textos antiguos, elaborados por los Padres de la Iglesia, manejados por generaciones de cristianos, y nuevas composiciones que se adaptan al genio de los cristianos de hoy. Es sacar de lo nuevo y de lo viejo, para el servicio de Dios y la edificación de la Iglesia.

Lo importante es que comprendamos lo que se realiza, lo asumamos como propio y nos sirva para crecer en el amor a Dios y a los hermanos.

Esto se expresa también en el número 102 de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, que puede poner el broche final a nuestra reflexión: «La santa madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo en días determinados a través del año la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó “del Señor”, conmemora su Resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa Pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año desarrolla todo el misterio de cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor. Conmemorando así los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación».
Juan Manuel Sierra

[Rev. "Liturgia y Espiritualidad" 4 (2011)]



[1] Cf. Sacra Congregatio Rituum, «Decretum generale de rubricis ad simpliciorem formam redigendis Cum nostra haec aetate» de 23 de marzo de 1955, Acta Apostolicae Sedis 47 (1955) 218-224; esto en el n. 16, p.221.
[2] Así lo recoge la rúbrica que encabeza esta celebración en el Misal Romano, en las últimas ediciones. La aclaración de cómo se procedía en este caso, se hizo en el año 1977: Notitiae 13 (1977) 477.