Las «Aspiraciones al Ssmo. Redentor» o el «Anima Christi».

Actualmente en un apéndice al Missale Romanum, en su tercera edición típica (20 de abril de 2000), se recoge algunas oraciones para la acción de gracias después de la celebración litúrgica de la Eucaristía. Entre ellas destacan las Aspirationes ad Sanctissimum Redemptorem, que vulgarmente se conocen como Anima Christi.
 
Según el P. Gabriel M. Verd –de quien tomamos la mayor parte de la información– esta es una de las oraciones más populares dirigidas a la humanidad santísima del Redentor. Su origen y su expresión son típicamente medievales. Su vinculación a la Eucaristía viene ya casi desde sus orígenes históricos, que no son del todo definidos.
 
Este Post pretende ofrecer un punto más en continuidad con las directrices generales básicas de la sagrada Liturgia que ofrece el Concilio ecuménico Vaticano II, cuando dice que «la vida espiritual no solo se contiene en la participación de la única y sagrada Liturgia. En efecto, el cristiano –llamado a orar en común– debe también entrar en su habitación para orar al Padre, más aún, como dice el Apóstol, orar sin intermisión» (cf. Sacrosanctum Concilium 12; Mt 6,6; 1Ts 5,17).
 
En efecto, la acción de gracias después de la Eucaristía no forma parte stricto sensu de la Liturgia sacramental, pero le conviene mucho, dado que ayuda a desarrollar con un espíritu armónico toda su persona: desde el encuentro con Cristo hasta el encuentro cotidiano con el mundo actual.
 
Sirva, además, este post para rendir un pequeño tributo a esta oración cristiana vocal, que tanto bien ha hecho y seguirá haciendo a los miembros de la Iglesia universal, sobre todo a los del rito latino romano.
 
Texto
 
Anima Christi, sanctifica me
[Alma de Cristo, santifícame]
Corpus Christi, salva me
[Cuerpo de Cristo, sálvame]
Sanguis Christi, inebria me
[Sangre de Cristo, embriágame]
Aqua lateris Christi, lava me
[Agua del lado de Cristo, lávame]
Passio Christi, conforta me
[Pasión de Cristo, confórtame]
O bone Iesu, exaudi me
[Oh buen Jesús, escúchame]
Intra tua vulnera absconde me
[Dentro de tus heridas escóndeme]
Ne permittas me separari a te
[No permitas que me separe de ti]
Ab hoste maligno defende me
[Del Enemigo Maligno defiéndeme]
In hora mortis meae voca me
[En la hora de mi muerte, llámame]
Et iube me venire ad te, 
[Y mándame venir hacia ti]
ut cum Sanctis tuis laudem te
[para alabarte con tus Santos]
in saecula saeculorum. Amen. 
[por los siglos de los siglos. Amén]
 
Breves indicaciones críticas
 
a) Texto
 
En cuanto a texto, se ha mantenido invariado desde el siglo XVI. Se ha recogido en los misales occidentales hasta la tercera edición típica del Missale Romanum (1970-2002). Con todo ha conocido diversas variantes menores que han realzado uno u otro aspecto, si bien no son de consideración importante.
 
El documento más antiguo que contiene nuestra plegaria es del siglo XIV (1314-1320) y se halla en posesión del British Museum (ms. Harley 2253). Es más ya desde el mismo siglo XIV conocemos su difusión debido a que rápidamente hallamos traducciones coetáneas, e incluso testigos que la rezaban con asiduidad (en España, p.ej., la hallamos con algunos retoques en Sevilla el año 1364).
 
Esta plegaria está vinculada de modo especial a dos personas de manera singular. La primera es el papa Juan XXII (1316-1334). Éste la enriqueció con muchas indulgencias haciendo que su devoción se extendiese sobremanera (confundiéndole con su autor, que permanece anónimo a días de hoy). El segundo es un santo de la Edad de Oro español: san Ignacio de Loyola (1491-1556) que incluyéndola en sus Exercicios spirituales (1548) la consagró de modo indeleble.
 
b) Contenido y Espiritualidad
 
Los ejes fundamentales de la piedad en esta oración son dos. El primero se vino a forjar en las escuelas de espiritualidad de san Bernardo de Claraval (1090-1153) y san Francisco de Asís (1181-1226), es decir: una grandísima devoción a la naturaleza humana de Cristo paciente. Y remarcamos las tres características: devoción intensa, naturaleza humana del Verbo encarnado y sus sufrimientos.
 
Y la otra nota peculiar de esta oración es la estrecha vinculación a la Eucaristía. Sin poderlo afirmar de modo definitivo, muy probablemente nace en contextos eucarísticos para guiar a los fieles de la Edad Media a participar del sacrificio eucarístico de Cristo de manera piadosa, activa y atenta, sin desviar demasiado su atención de la celebración. De ahí la enumeración de la humanidad de Jesucristo en clave eucarística. Cabe recordar cómo Urbano IV extiende la solemnidad del Corpus Domini a toda la Iglesia en 1264 con la bula Transiturus de hoc mundo, para fortalecer la fe católica en la presencia real de Jesús vivo en las especies eucarísticas.
 
c) Conclusión
 
En la línea de una adecuada inteligencia y vivencia de la celebración sagrada, los textos rituales actuales nos proponen aquello que afirma Jesús en el Evangelio, tomar lo antiguo y lo nuevo para la gloria de Dios y la evangelización de nuestro siglo XXI (cf. Mt 13,52).
 
Para nosotros, opino que puede reportarnos el uso de esta oración cuatro gracias, que simplemente enumero:
 
a) Recuperar el aspecto sacrificial de la Eucaristía, es decir, que se reproduce el don salvador de Jesucristo con su muerte y resurrección en el Triduo Pascual, en plena sintonía con lo que el beato Juan Pablo II nos afirmó en Ecclesia de Eucharistia (2003).
 
b) Recordar que la fe en Jesucristo no sólo es una mera identificación externa con  su psicología o actividad externa, sino que nos conformará con Cristo al modo sobrenatural y espiritualmente maduro, como afirma san Pablo a los Filipenses: sentire cum Christo (cf. 2,5-11).; realidad que el siervo de Dios Pablo VI no se cansó nunca de recordar.
 
c) Finalmente, invocar los contenidos básicos de la fe en Jesucristo es la esencia de esta oración, puesto que hacemos de la predicación cristiana no sólo palabra humana, sino que reconocemos que el mysterium Christi es antes de nada don recibido de lo alto, y que viene a afectar nuestra existencia en clave plenamente salvadora: participar eternamente de la santa e indivisa Trinidad.
 
La oración cristiana, en definitiva, nos conduce a Cristo, porque de Cristo viene, o por mejor decir: es un don que proviene del Padre eterno por medio de Jesucristo en la acción del Espíritu Santo. Y esta plegaria es un pequeño pero brillante ejemplo.
 
Bibliografía
 
Ruiz-Gálvez Priego, E., «Sine Labe. El inmaculismo en la España de los siglos XV a XVII. La proyección social de un imaginario religioso», Revista de Dialectología y Tradiciones Populares 63 (2008) 197-241.
 
Schepens, P., «Pour l’histoire de la prière ANIMA CHRISTI», Nouvelle Révue de Théologie 1935, 699-710.
 
Verd, G.M., «Anima Christi», Diccionario de Espiritualidad ignaciana, Bilbao 2007, 163-170.

Marcos Aceituno Donoso