Homilía de la Sepultura del Divino Cuerpo del Señor (VII)

Introducción
 
La lectura cristológica de muchos pasos del Antiguo Testamento y de parábolas que Jesús de Nazaret predicó históricamente marca el trazado de esta perícopa. Sobre todo en una doble línea: dogmática y tipológica. Dogmática conforme al Concilio ecuménico de Calcedonia que confiesa cómo Cristo es una sola Hipóstasis (Persona) en dos substancias (o naturalezas). Tipológica espiritual porque Pseudo-Epifanio cifra la riqueza de José de Arimatea no en los bienes materiales, sino en que ha sido hecho digno de entrar en contacto físico con Dios encarnado. Notemos la riqueza léxica con que el predicador describe la naturaleza humana del Salvador. Dejémonos envolver por ese clima de piedad bíblica y eclesial, ocupando cuasi-sacramentalmente el lugar de José de Arimatea que, sin desbancar el protagonismo de Jesucristo muerto, actúa en el orden de la salvación, «agraciado» del que es la Gracia en persona.
 
Debemos confesar que en el clímax de esta perícopa nos hemos quedado sin hallar una forma adecuada para transmitir la expresión griega que en latín díría: O Mysteria mysteriorum abscondita! Es un semitismo que indica el grado superlativo: el misterio mayor de todos, el sumo misterio: Cristo, Sol de justicia, Dios encarnado, muerto y sepultado, sosteniendo el Diálogo de la salvación con la humanidad que había pecado.
 
Al final, aparece también Nicodemo para completar el cuadro joánico de los personajes que actúan en la noche, es decir, en su pecado, esperando que Cristo ilumine con la redención la situación deplorable de la humanidad bajo el yugo del pecado.
 
Prosigue el Sermón atribuido a San Epifanio de Chipre sobre el Grande y Santo Sábado (sección IV).
 
Escuchemos las sagradas Palabras: cómo y cuándo y debido a quiénes Cristo, [que es] la Vida, es colocado en el sepulcro.
 
Habiéndose hecho ya tarde –dice– vino un hombre rico, cuyo nombre [era] José. Éste se atrevió a entrar a Pilato, y pidió de él el cuerpo de Jesús. Entró un mortal a [otro] mortal, pidiendo tomar al Dios de los mortales. Pide el [que es] lodo al [otro que también es] de lodo tomar al que modela a todos (cf. Is 39,16); el [que es] heno acoge al que es Fuego celestial de parte de [uno que es] heno; la gota de lamento acoge al Océano de parte de [quien es también] una gota (cf. Mt 6,30; Sir 18,10).
 
¿Quién  ha visto u oído jamás que un hombre diese cual regalo agraciase al Hacedor de los hombres a [otro] hombre? El impío declara ofrecer como don a[l que es] meta y norma de las leyes. El juez juzgado deja en el sepulcro al Juez de los jueces.
 
Habiéndose hecho tarde, vino un hombre rico, cuyo nombre era José. Realmente rico, conduce a buen recaudo a la hipóstasis compuesta del Señor. Verdaderamente [era] rico porque tomo de Pilato la doble substancia de Cristo. Y efectivamente era rico porque fue hecho digno de serle entregada la Perla preciosa. Realmente rico, elevó la Bolsa repleta del tesoro de la divinidad. En efecto, ¿cómo no [será] rico quien ha adquirido la Vida y Salvación del mundo? ¿Cómo no [será] rico José, que ha acogido al Don que nutre a todos y reina sobre todo?
 
Habiéndose hecho tarde, respecto a lo demás, se había ya puesto en el Hades el Sol de justicia. Por esto [vino] un hombre rico, cuyo nombre [era] José de Arimatea, que por miedo a los judíos había tenido miedo. Vino también Nicodemo, que había ido a Jesús de noche. ¡Oh máximos misterios escondidos! Dos discípulos escondidos vienen a esconder en el sepulcro, en el hades, a Jesús, Misterio del Dios escondido en la carne. Y se enseñan, a través del propio esconderse, sobreexcediendo uno al otro en su disposición [amorosa] para con Dios.
 
En efecto, Nicodemo es magnánimo con la mirra y el áloe; José es un digno siervo con su atrevimiento y valentía ante Pilato. Desechando éste todo miedo, se atrevió a ir a Pilato, pidiendo el cuerpo de Jesús. Y una vez entrado, realizó su cometido de un modo entero y totalmente sabio, a fin de realizar el propósito deseado. Por ello, no obró ante Pilato con jactancia alguna ni con palabras altivas. Así evitaba que se airase e hiciese caer la ira sobre su petición. Tampoco le dice: «Dame el cuerpo de Jesús, que ha hecho oscurecer al sol con gran rapidez y ha hecho estallar las piedras y ha sacudido a la tierra y ha abierto los sepulcros y ha roto el cortinaje del templo».

Marcos Aceituno Donoso