"Pentecostés" en la Iconografía e Himnografía de la Tradición Bizantina

Hoy Cristo ilumina a los pescadores con el Espíritu y los convoca a la unidad

La fiesta de Pentecostés como fiesta litúrgica se celebra en todas las liturgias cristianas el quincuagésimo día después de la Pascua, y es una de las Fiestas más antiguas del calendario cristiano. Ya en el siglo III hablan de ella Tertuliano y Orígenes, incluso la presentan como una fiesta que se celebra anualmente; además, ya en el siglo IV entra a formar parte del patrimonio teológico-litúrgico de diversas Iglesias; Egeria nos indica su celebración en Jerusalén en la segunda mitad del siglo IV.

El icono de Pentecostés normalmente trae a los apóstoles formando dos grupos, con Pedro y Pablo presidiendo cada uno de éstos. Se trata sobre todo de un icono litúrgico; los apóstoles están reunidos al igual que para una celebración litúrgica, o una concelebración, en torno al trono vacío, preparado para Cristo. La presencia de Pedro y Pablo en el icono subrayan la presencia de toda la Iglesia en espera del Espíritu Santo y, a al mismo tiempo, por éste mismo reunida. El icono destaca cómo la Iglesia nace en una situación de profunda comunión entre los apóstoles, en un contexto en el que debería brotar también la comunión para toda la Iglesia, para todo el mundo.

Los troparios del Oficio bizantino de Pentecostés tienen un carácter marcadamente trinitario, y se convierten casi en un canto litúrgico del símbolo de fe niceno-constantinopolitano. Uno de ellos es en su primera parte toda una profesión de fe trinitaria; la segunda parte es una paráfrasis del Trisagion: “Santo Dios, Santo Fuerte, Santo Inmortal”, leído en clave claramente trinitaria: “Venid, pueblos, adoremos la Deidad hispostática: al Hijo en el Padre con el santo Espíritu. El Padre, de hecho, ha engendrado intemporalmente al Hijo; un solo poder, una sola sustancia, una sola dignidad que todos nosotros adoramos diciendo: Santo Dios, que todo lo has creado por medio del Hijo, con la sinergia del santo Espíritu; Santo fuerte, por el cual hemos conocido al Padre y por el cual el Espíritu santo ha venido al mundo; Santo inmortal, oh Espíritu Paráclito, que del Padre procedes y en el Hijo reposas. Tríada santa, gloria a Ti”. Mientras la Iglesias de tradición siríaca y otra Iglesias anticalcedonianas leen el Trisagion en clave cristológica, este tropario manifiesta evidentemente la lectura trinitaria que hacen de él las Iglesias de tradición bizantina.

Diversos textos litúrgicos hacen un paralelismo entre Babel y Pentecostés; uno es lugar de confusión y división y el otro, lugar de concordia y alabanza: “Un tiempo fueron confundidas las lenguas por la audacia que empujo a construir la torre, pero ahora son colmados de sabiduría por la gloria de la ciencia divina. Allí, Dios condenó a los impíos por sus culpas, aquí Cristo ilumina a los pescadores con el Espíritu. Entonces se produjo como castigo la imposibilidad de hablar, ahora se inaugura la concorde sinfonía de las voces por la salvación de nuestras almas... Cuando descendió a confundir las lenguas, el Altísimo dividió a las gentes; cuando distribuyó las lenguas de fuego, convocó a todos en la unidad. Y nosotros glorificamos a una sola voz al Espíritu todo santo”.

Dos de los troparios del Oficio de Vísperas son un comentario al icono de la fiesta: el poder del Espíritu Santo infunde en los apóstoles el don de las lenguas: “Porque las gentes ignoraban, oh Señor, el poder del Espíritu santísimo infundido sobre tus apóstoles, atribuían a la embriaguez el alternarse de las diversas lenguas. Pero nosotros, que por ellos hemos sido confirmados, incesantemente decimos así: Tu santo Espíritu no apartes de nosotros, oh amigo de los hombres, te lo rogamos... Señor, la efusión de tu santo Espíritu, que ha colmado a tus apóstoles, los ha hecho capaces de hablar en lenguas extranjeras: el prodigio parecía embriaguez para los incrédulos, pero, para los creyentes, era portador de salvación. Haznos dignos también a nosotros de la iluminación de tu Espíritu, oh amigo de los hombres, te lo rogamos”.

En los textos litúrgicos de la fiesta, encontramos además dos troparios que han entrado en la celebración cotidiana de la liturgia bizantina. El primero es el tropario: “Rey celeste, Paráclito, Espíritu de la verdad, tú que estás en todo lugar y todo lo llenas, tesoro de los bienes y dador de vida, ven y habita entre nosotros, purifícanos de toda mancha y salva, oh bondadoso, nuestras almas”; este texto se ha convertido en la invocación inicial del Espíritu Santo que inicia todas las celebraciones litúrgicas bizantinas a lo largo del año litúrgico, excepto en el periodo pascual. El segundo tropario: “Hemos visto la luz verdadera, hemos recibido el Espíritu celeste, hemos encontrado la fe verdadera, adorando a la indivisible Trinidad: ella, en efecto, nos ha salvado”; es el texto que se canta inmediatamente después de haber recibido la comunión de los santos Dones del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Los Dones santificados por el Espíritu Santo se convierten para aquellos que los reciben en verídica luz, fe verdadera y alabanza a la santa Trinidad.

“Bendito eres Tú, Cristo Dios nuestro: Tú has hecho sapientísimos a los pescadores, enviándoles el Espíritu santo, y a través de ellos has recogido en la red al universo entero. Amigo de los hombres, gloria a Ti”. Este tropario da sentido a toda la fiesta de Pentecostés en la tradición bizantina y a su icono: gracias al don del Espíritu Santo los discípulos llevan al mundo la buena nueva: el Padre, por medio del Hijo manda al Espíritu Santo a la Iglesia, a cada uno de sus discípulos.

Si el Pentecostés cristiano - el don del Espíritu a la Iglesia - comienza el día que nos viene descrito en los Hechos de los Apóstoles, éste no permanece cerrado, sino que continúa haciéndose presente - el Espíritu Santo - cada día en la vida de la comunidad y en la vida de cada uno de los fieles que lo invocan con fe. La epíclesis eucarística que se hace cada día sobre los Santos Dones es una invocación del Espíritu Santo sobre los Dones y sobre los fieles: “Además te ofrecemos este culto espiritual e incruento, y a Ti te invocamos, rogamos y suplicamos: manda tu Espíritu Santo sobre nosotros y sobre estos dones a Ti ofrecidos... Para que se conviertan, para aquellos que los tomamos, en purificación del alma, remisión de los pecados, comunión con tu Espíritu Santo, plenitud del reino, confianza en Ti... ”

(Publicado por Manuel Nin el l’Osservatore Romano el 27 de Mayo de 2012; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)