Hay una crisis vocacional en la Iglesia. Y no es precisamente al presbiterado. A esa ya nos estamos "acostumbrando". La verdadera crisis, sin parangón en la historia de la Iglesia, es la crisis del acolitado. Una de las razones la encontramos en el clericalismo litúrgico moderno: pensar que el sacerdote se basta a sí mismo. Y eso lo ha pensado el celebrante de turno y también el pueblo.
Hay lugares donde la comunidad parroquial está en encefalograma plano. Hay tres síntomas de este tipo de comunidades:
- No hay un grupo estable de lectores (ad casum).
- No hay un grupo estable de cantores.
- No comulga casi nadie.
Pero la historia de la liturgia romana, sobre todo la no episcopal, es justo la contraria. El primer síntoma de que la parroquia estaba muerta era que no había acólitos ad casum (esto es, "monaguillos"). Cuando eso faltaba, era el acabose. De hecho, casi que se recomendaba no celebrar sin ministro. El problema es tan grave que hasta la Ordenación General del Misal Romano contempla la posibilidad de una misa con los solos concelebrantes
208. Si no está presente un diácono, los ministerios propios de éste serán desempeñados por algunos de los concelebrantes.
Si tampoco están presentes otros ministros, las partes propias de ellos pueden ser encomendadas a otros fieles idóneos; de lo contrario serán cumplidas por algunos concelebrantes.
Estas son algunas de las paradojas de la OGMR (hay muchas más, alguna ya ha salido): por un lado, te dice que se puede dar el caso de que no haya ni un ministro y una iglesia llena de sacerdotes. Por el otro, cambia parte de su texto para reafirmar que por lo menos debe haber un ministro en cada misa: cambia el título del apartado que sigue a la misa concelebrada: de "La misa celebrada sin participación del pueblo" a "Misa en la que sólo participa un solo ministro". Pero aún con todo, hay un número que ratifica lo que debe ser "normal":
254. No se celebre la Misa sin un ministro, o por lo menos algún fiel, a no ser por causa justa y razonable. En este caso se omiten los saludos, las moniciones y la bendición al final de la Misa.
Citemos una vez más la OGMR:
335. En la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, no todos los miembros desempeñan el mismo ministerio. Esta diversidad de ministerios se manifiesta exteriormente en la celebración de la Eucaristía por la diferencia de las vestiduras sagradas que, por lo tanto, deben sobresalir como un signo del servicio propio de cada ministro.
Aunque sepamos las normas, la falta de vocaciones "litúrgicas" sigue estando allí. Y que no quepa duda: cuando faltan ministros (lectores, acólitos, cantores) significa que la parroquia se convierte en un cementerio.
No quiero perder la oportunidad de llamar a una "revisión" de lo que tienen que ser ese ministerio supletorio del acolitado. Donde no se puede escoger -la inmensa mayoría de las parroquias- se acepta lo que hay, esto es, niños (y niñas donde el Ordinario lo autorice). Pero esta "práctica" tiene un efecto secundario terrible: considerar que los ministerios litúrgicos son algo pueril. ¿Los jóvenes se van de las parroquias después de la confirmación? Pues los ministerios litúrgicos son una propuesta seria. Pero para proponerlos tenemos que ser nosotros mismos serios: hacer el lavabo siempre, potenciar con los ministros el uso del incienso, los ciriales, la cruz, el "porta-libro" (que hoy es un mueble porque no hay ministros), etc.