Adán moldeado de nuevo en el Jordán
La Epifanía es la Fiesta litúrgica que celebra la “Manifestación del Verbo de Dios encarnado”, en un contexto trinitario y cristológico, Fiesta que está presente en todas las tradiciones cristianas de oriente. Los textos litúrgicos del 6 de Enero resumen los principales misterios de la fe cristiana: la profesión de fe trinitaria, la encarnación del Verbo de Dios, la redención recibida en el bautismo, visto también como una nueva creación. Los grandes himnógrafos cristianos orientales han dedicado muchos textos poéticos a la contemplación de esta celebración: Efrén (siglo IV), Román el Cantor (siglo VI), Sofronio de Jerusalén (siglo VII), Germán de Constantinopla (siglo VIII), Andrés de Creta (siglo VIII), Juan Damasceno (siglo VIII), José el Himnógrafo (siglo X). Son textos donde se pone en evidencia el estupor y maravilla del Bautista y de toda la creación ante la manifestación humilde del Verbo de Dios encarnado que va a recibir el bautismo de manos de Juan.
El icono de la fiesta nos presenta en el centro de la imagen la figura de Cristo, sumergido por Juan en el río Jordán. Éste, representado con tonos oscuros, recibe a Aquél que es la luz del mundo y que se manifiesta como tal. A un lado del icono encontramos a Juan Bautista que bautiza a Cristo imponiéndole la mano derecha sobre su cabeza.
Al otro lado del icono encontramos figuras angélicas inclinadas ante Cristo en actitud de adoración y prontos a acogerlo en cuanto salga del agua. En la parte superior encontramos, en algunas ocasiones, la mano del Padre que está bendiciendo y de la cual parte el Espíritu Santo, en forma de paloma, que desciende sobre Cristo, o un rayo de luz que se posa sobre la cabeza de Cristo.
A pesar de la sobriedad, el icono destaca cómo en el bautismo de Cristo se hace presente toda la creación, cielo y tierra, ángeles y hombres: “Hoy la creación es iluminada, hoy todas las cosas están llenas de júbilo, los seres celestes y terrestres. Ángeles y hombres se unen, porque donde está presente el Rey, allí también está su séquito”.
Los textos del oficio de la fiesta en la tradición bizantina se convierten en un verdadero comentario de la representación iconográfica y viceversa. El bautismo de Cristo es visto como una nueva creación de Adán; el Señor mismo recrea la imagen arruinada por el pecado: “En las aguas del Jordán el Rey de los siglos, el Señor, moldea de nuevo a Adán que se había corrompido, destruye las cabezas de los dragones allí anidados (…) Jesús, autor de la vida, ha venido a destruir la condena de Adán, el primer creado: él, que no tiene necesidad de purificación, en cuanto Dios, en el Jordán se purifica en favor del hombre caído, y matando allí la enemistad, otorga la paz que sobrepasa toda inteligencia”.
El bautismo de Cristo y de los cristianos es presentado también como un nuevo nacimiento en la Iglesia: “Un tiempo estéril, amargamente privada de prole, alégrate hoy, oh Iglesia de Cristo: porque del agua y del Espíritu han sido engendrados hijos que con fe aclaman: No hay santo como nuestro Dios, y no hay otro justo fuera de ti, Señor”.
Finalmente, el bautismo es manifestación, epifanía de la divinidad; y por esta razón en el icono el puesto central es el de Cristo encarnado y bautizado, puente entre el cielo y la tierra: “Ha escuchado tu voz, Señor, aquél que has llamado "voz que grita en el desierto", cuando tú has tronado sobre las grandes aguas, para dar testimonio de tu Hijo; y, todo poseído por el Espíritu Santo allí presente, ha gritado: "Tú eres el Cristo, sabiduría y potenza de Dios".
El bautismo de Cristo es también iluminación para todo el mundo. En el icono encontramos, deliberadamente, el contraste entre la oscuridad del Jordán, representado incluso con el Leviatán y los diversos monstruos marinos, y la iluminación del mundo entero y de los que están en él; la figura central de Cristo en el icono es la fuente de la luz para el mundo: “El Señor, que lava la inmundicia de los hombres, purificándose en el Jordán por ellos, a los que se había asimilado sin dejar de ser lo que era, ilumina a los que están en las tinieblas”. El bautismo como iluminación lo encontramos también cantado admirablemente en uno de los troparios del Matutino, atribuido a Román el Cantor (siglo VI); en él, a partir del texto de Isaías, 8-9, el himnógrafo canta todo el misterio de la redención obrada por Cristo: “Para la Galilea de los gentiles, para la región de Zabulón y para la tierra de Neftalí, como dijo el profeta, una gran luz ha brillado, Cristo: para los que estaban en las tinieblas ha aparecido en Belén cual fúlgido y fulgurante esplendor; o más bien, naciendo de María, el Señor, el sol de justicia, sobre toda la tierra hace brillar sus rayos. Venid hijos de Adán que estabais desnudos, venid todos, revistámonos de él para ser calentados; sí, como reparo por los desnudos, como luz para los que viven en tinieblas, tú has venido, has aparecido oh luz inaccesible”.
Diversos troparios se centran en la figura de Juan Bautista. En la iconografía de la fiesta lo encontramos representado siempre en la parte izquierda, en actitud de imponer la mano sobre la cabeza de Cristo, como si invocara sobre él al Espíritu Santo. Los textos litúrgicos dan siempre a Juan títulos relacionados con Cristo mismo y su misión: “La voz del Verbo, la lámpara de la luz, la estrella que precede a la aurora, el precursor del sol, grita en el desierto a todos los pueblos: "Convertíos, y comenzad a purificaros: he aquí que ha venido el Cristo para rescatar al mundo de la corrupción"”.
Justo debajo de la figura de Juan el icono de la Epifanía representa también - haciendo referencia al texto de Mateo 3, 10 - el hacha colocada en la raíz del árbol, en la profecía hecha por el Bautista. Con Cristo y Juan los troparios presentan la relación que hay entre Creador y creatura: "Las aguas del río Jordán te han acogido a ti, la fuente, y el Paráclito ha descendido en forma de paloma; inclina la cabeza el que ha inclinado los cielos; grita la arcilla a Aquél que lo ha plasmado, y exclama: "¿Por qué me mandas esto que me sobrepasa? Soy yo el que necesita de tu bautismo. Oh Cristo sin pecado, Dios nuestro, gloria a ti"".
En el icono vemos también la presencia de los ángeles a la derecha de la imagen. Éstos están en actitud de adoración hacia Aquél que es bautizado, hacia Aquél que se manifiesta como Dios y Señor: "Como en el cielo, estaban con temor y estupor en el Jordán las potencias angélicas, considerando tan gran abajamiento el de Dios: porque Aquél que tiene en su poder las aguas que están sobre los cielos, estaba, revestido de un cuerpo, entre las aguas, el Dios de nuestros padres".
Icono de la epifanía trinitaria, icono de la manifestación de la verdadera encarnación del Verbo de Dios, icono de la restauración de la bella imagen del hombre en Cristo Señor bautizado en el Jordán.
(Publicado por Manuel Nin en l’Osservatore Romano el 6 de Enero de 2012; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)
La Epifanía es la Fiesta litúrgica que celebra la “Manifestación del Verbo de Dios encarnado”, en un contexto trinitario y cristológico, Fiesta que está presente en todas las tradiciones cristianas de oriente. Los textos litúrgicos del 6 de Enero resumen los principales misterios de la fe cristiana: la profesión de fe trinitaria, la encarnación del Verbo de Dios, la redención recibida en el bautismo, visto también como una nueva creación. Los grandes himnógrafos cristianos orientales han dedicado muchos textos poéticos a la contemplación de esta celebración: Efrén (siglo IV), Román el Cantor (siglo VI), Sofronio de Jerusalén (siglo VII), Germán de Constantinopla (siglo VIII), Andrés de Creta (siglo VIII), Juan Damasceno (siglo VIII), José el Himnógrafo (siglo X). Son textos donde se pone en evidencia el estupor y maravilla del Bautista y de toda la creación ante la manifestación humilde del Verbo de Dios encarnado que va a recibir el bautismo de manos de Juan.
El icono de la fiesta nos presenta en el centro de la imagen la figura de Cristo, sumergido por Juan en el río Jordán. Éste, representado con tonos oscuros, recibe a Aquél que es la luz del mundo y que se manifiesta como tal. A un lado del icono encontramos a Juan Bautista que bautiza a Cristo imponiéndole la mano derecha sobre su cabeza.
Al otro lado del icono encontramos figuras angélicas inclinadas ante Cristo en actitud de adoración y prontos a acogerlo en cuanto salga del agua. En la parte superior encontramos, en algunas ocasiones, la mano del Padre que está bendiciendo y de la cual parte el Espíritu Santo, en forma de paloma, que desciende sobre Cristo, o un rayo de luz que se posa sobre la cabeza de Cristo.
A pesar de la sobriedad, el icono destaca cómo en el bautismo de Cristo se hace presente toda la creación, cielo y tierra, ángeles y hombres: “Hoy la creación es iluminada, hoy todas las cosas están llenas de júbilo, los seres celestes y terrestres. Ángeles y hombres se unen, porque donde está presente el Rey, allí también está su séquito”.
Los textos del oficio de la fiesta en la tradición bizantina se convierten en un verdadero comentario de la representación iconográfica y viceversa. El bautismo de Cristo es visto como una nueva creación de Adán; el Señor mismo recrea la imagen arruinada por el pecado: “En las aguas del Jordán el Rey de los siglos, el Señor, moldea de nuevo a Adán que se había corrompido, destruye las cabezas de los dragones allí anidados (…) Jesús, autor de la vida, ha venido a destruir la condena de Adán, el primer creado: él, que no tiene necesidad de purificación, en cuanto Dios, en el Jordán se purifica en favor del hombre caído, y matando allí la enemistad, otorga la paz que sobrepasa toda inteligencia”.
El bautismo de Cristo y de los cristianos es presentado también como un nuevo nacimiento en la Iglesia: “Un tiempo estéril, amargamente privada de prole, alégrate hoy, oh Iglesia de Cristo: porque del agua y del Espíritu han sido engendrados hijos que con fe aclaman: No hay santo como nuestro Dios, y no hay otro justo fuera de ti, Señor”.
Finalmente, el bautismo es manifestación, epifanía de la divinidad; y por esta razón en el icono el puesto central es el de Cristo encarnado y bautizado, puente entre el cielo y la tierra: “Ha escuchado tu voz, Señor, aquél que has llamado "voz que grita en el desierto", cuando tú has tronado sobre las grandes aguas, para dar testimonio de tu Hijo; y, todo poseído por el Espíritu Santo allí presente, ha gritado: "Tú eres el Cristo, sabiduría y potenza de Dios".
El bautismo de Cristo es también iluminación para todo el mundo. En el icono encontramos, deliberadamente, el contraste entre la oscuridad del Jordán, representado incluso con el Leviatán y los diversos monstruos marinos, y la iluminación del mundo entero y de los que están en él; la figura central de Cristo en el icono es la fuente de la luz para el mundo: “El Señor, que lava la inmundicia de los hombres, purificándose en el Jordán por ellos, a los que se había asimilado sin dejar de ser lo que era, ilumina a los que están en las tinieblas”. El bautismo como iluminación lo encontramos también cantado admirablemente en uno de los troparios del Matutino, atribuido a Román el Cantor (siglo VI); en él, a partir del texto de Isaías, 8-9, el himnógrafo canta todo el misterio de la redención obrada por Cristo: “Para la Galilea de los gentiles, para la región de Zabulón y para la tierra de Neftalí, como dijo el profeta, una gran luz ha brillado, Cristo: para los que estaban en las tinieblas ha aparecido en Belén cual fúlgido y fulgurante esplendor; o más bien, naciendo de María, el Señor, el sol de justicia, sobre toda la tierra hace brillar sus rayos. Venid hijos de Adán que estabais desnudos, venid todos, revistámonos de él para ser calentados; sí, como reparo por los desnudos, como luz para los que viven en tinieblas, tú has venido, has aparecido oh luz inaccesible”.
Diversos troparios se centran en la figura de Juan Bautista. En la iconografía de la fiesta lo encontramos representado siempre en la parte izquierda, en actitud de imponer la mano sobre la cabeza de Cristo, como si invocara sobre él al Espíritu Santo. Los textos litúrgicos dan siempre a Juan títulos relacionados con Cristo mismo y su misión: “La voz del Verbo, la lámpara de la luz, la estrella que precede a la aurora, el precursor del sol, grita en el desierto a todos los pueblos: "Convertíos, y comenzad a purificaros: he aquí que ha venido el Cristo para rescatar al mundo de la corrupción"”.
Justo debajo de la figura de Juan el icono de la Epifanía representa también - haciendo referencia al texto de Mateo 3, 10 - el hacha colocada en la raíz del árbol, en la profecía hecha por el Bautista. Con Cristo y Juan los troparios presentan la relación que hay entre Creador y creatura: "Las aguas del río Jordán te han acogido a ti, la fuente, y el Paráclito ha descendido en forma de paloma; inclina la cabeza el que ha inclinado los cielos; grita la arcilla a Aquél que lo ha plasmado, y exclama: "¿Por qué me mandas esto que me sobrepasa? Soy yo el que necesita de tu bautismo. Oh Cristo sin pecado, Dios nuestro, gloria a ti"".
En el icono vemos también la presencia de los ángeles a la derecha de la imagen. Éstos están en actitud de adoración hacia Aquél que es bautizado, hacia Aquél que se manifiesta como Dios y Señor: "Como en el cielo, estaban con temor y estupor en el Jordán las potencias angélicas, considerando tan gran abajamiento el de Dios: porque Aquél que tiene en su poder las aguas que están sobre los cielos, estaba, revestido de un cuerpo, entre las aguas, el Dios de nuestros padres".
Icono de la epifanía trinitaria, icono de la manifestación de la verdadera encarnación del Verbo de Dios, icono de la restauración de la bella imagen del hombre en Cristo Señor bautizado en el Jordán.
(Publicado por Manuel Nin en l’Osservatore Romano el 6 de Enero de 2012; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)