Textos de "El año litúrgico" de Mons. Julián López Martín (Madrid, 1984, 258-260).
SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS
Esta solemnidad tiene sus orígenes en la dedicación al culto cristiano del Panteón de Roma, el año 610, en honor de la Santísima Virgen y de todos los mártires. También las Iglesias orientales tenían una conmemoración conjunta de los santos. La fijación del 1 de noviembre se produce en el siglo IX, extendiéndose por todo el Imperio francogermánico bajo el pontificado de Gregorio IV (827-844).
La característica más peculiar de esta fiesta es la de celebrar en un solo día la memoria de esa "muchedumbre innumerable, que nadie puede contar" (Ap, 7,2-4.9-14: 1ª lect), de los seguidores de Jesús que ya han alcanzado la meta de la felicidad eterna. Esa "multitud de intercesores" (oración colecta), que ahora son "semejantes a Dios y le ven tal cual es" (1Jn 3,1-3: 2ª lect), hicieron realidad en esta vida el espíritu de las bienaventuranzas, es decir, fueron pobres, mansos, limpios de corazón, pacíficos, misericordiosos, lloraron sus pecados y tuvieron hambre y sed de la salvación (Mt 5,1-12: evang).
La liturgia sabe que, al celebrar el recuerdo de todos estos hombres y mujeres, anónimos la inmensa mayoría, está celebrando también el misterio de nuestra comunión con ellos y, en definitiva, la grandeza de una común vocación a la santidad que en ellos ya ha dado fruto, y en nosotros también lo puede dar si somos fieles y perseveramos. Sólo Dios es "el solo Santo entre todos los santos" (oración poscomunión) y de él viene toda santificación.
La Iglesia terrena se alegra en esta fiesta en honor de la Iglesia del cielo (cf. introito), pero obtiene también en ella la fuerza para seguir peregrinando hasta entrar en la Jerusalén celeste:
"Porque hoy nos concedes celebrar la gloria
de todos los santos, nuestros hermanos,
asamblea de la Jerusalén celeste,
que eternamente te alaba.
Hacia ella, aunque peregrinos en país extraño,
nos encaminamos alegres,
guiados por la fe
y animados por la gloria de los santos;
en ellos encontramos ejemplo
y ayuda para nuestra debilidad" (prefacio)
El camino que recorrieron los santos lo podemos recorrer todos los bautizados, es decir, todos los que hemos sido hechos hijos de Dios "y aún no se ha manifestado lo que somos" (1Jn 3,2: 2ª lect).
LA CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
La piedad popular ha unido el culto a los santos y recuerdo de los difuntos, sin duda ante la proximidad de una y otra conmemoración litúrgica. Lo cierto es que en la solemnidad de 1 de noviembre y en la conmemoración del día 2 late una misma fe eclesial, iluminada por la esperanza de la vida eterna.
La actual Conmemoración de Todos los Difuntos se remonta a una disposición del santo abad Odilón de Cluny, que en el año 998 dispuso que en todos los monasterios de su jurisdicción "se recordara a las almas del purgatorio para aliviarlas de sus penas y alcanzarles de Dios purificación e indulgencia", según cuenta su biógrafo. Escogió precisamente el 2 de noviembre por su proximidad con la solemnidad de Todos los Santos.
Bajo el influjo de Cluny, la conmemoración se extendió pronto por toda Europa. La liturgia romana la introduce en el siglo XIV. De España se sabe que existió una celebración análoga dentro de la liturgia hispánica, pues San Isidoro de Sevilla (+636) manda en la Regla de los monjes que el día después de Pentecostés "se celebre el santo sacrificio por los espíritus de los difuntos, a fin de que, participando de la vida bienaventurada, reciban más puros sus cuerpos el día de la resurrección". Precisamente en España nació la costumbre, confirmada por el papa Benedicto XIV en 1748, de celebrar tres misas el día 2 de noviembre. En 1915, el papa Benedicto XV extendió este privilegio a toda la Iglesia, con el fin expreso de que una de las tres misas sirviese perpetuamente para compensar los legados de misas que por incuria de los hombres se hubiesen perdido o dejado de cumplirse.
Hoy el Misal romano conserva los tres formularios de misas del día 2 de noviembre, y tan sólo dice que "pueden elegirse a gusto del celebrante". Los formularios de estas misas han sido renovados prácticamente en su totalidad; las colectas son nuevas, y recogen la fe de la Iglesia en la vida eterna a partir del misterio pascual, el gran ausente de la mayoría de las oraciones por los difuntos del viejo Misal de San Pío V.
En cuanto a las lecturas, es preciso elegirlas de entre las que se proponen para las misas de difuntos. Asimismo es necesario escoger entre varios prefacios propuestos en el Ordinario de la misa.