La Fiesta de la Transfiguración del Señor en el Tradición Siro-Occidental

Hoy el Señor transfigurado renueva a Adán

En la Tradición Siro-Occidental la gran Fiesta de la Transfiguración del Señor subraya, con bellísimas imágenes, esta manifestación de la divinidad de Cristo por medio de su humanidad: “Señor Dios, haznos dignos de festejar con santidad, de salmodiar con pureza y de cantarte con cantos de gloria en la fiesta de la manifestación de la gloria de tu divinidad en el Monte Tabor. Tu gracia, en efecto, nos hace pasar del mal al bien, del pecado a la justicia”. La transfiguración manifiesta la divinidad de Cristo, teniendo en cuenta la capacidad de los discípulos.

En las Vísperas el “sedro” (composición litúrgica siríaca en prosa poética) describe lo sucedido en el Tabor: “Tú, Señor, has querido que el espíritu humano pueda acercarse a tu majestad y también has querido que resplandezca tu luz eterna, tu Hijo unigénito, y que rezplandezca en la creación para iluminar a los que estaban en tinieblas y en sombras de muerte. Y aparece en la tierra, en nuestra naturaleza humana, para restaurar en ella la majestuosa imagen de tu conocimiento”.

Con una larga serie de frases que comienzan con la palabra “hoy”, el "sedro" enumera los hechos salvíficos: “Hoy los ángeles descienden para honrar al Hijo unigénito que ha mudado su aspecto para manifestar al mundo la riqueza de su gloria. Hoy Pedro, Santiago y Juan se alegran porque han visto la gloria de su majestad y se han llenado de temor y temblor ante su visión. Hoy llega Elías el Tesbita y adora al Señor de los profetas que ha venido para dar veracidad a sus profecías. Hoy Moisés, cabeza de los profetas, se levanta de la tumba y viene para ver al Señor que se le apareció en la zarza que arde sin consumirse. Hoy los discípulos comprenden que el Hijo unigénito tiene poder sobre vivos y muertos, y también saben que él morirá pero vivirá, y con su muerte vivificará a pueblos y naciones”.

Los textos relacionan diferentes pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento como prefiguración de la Redención de Cristo: “Hoy llega el profeta Elías para interceder, ante tu Hijo amado, por la salvación de los hombres, y le suplica diciendo: Señor, si la subida de Isaac al sacrificio ha santificado el altar, ¿cómo no santificará a todos los hombres tu subida al Gólgota? Elévate, Señor, sobre el altar prefigurado por Melquisedec, porque tú eres el pan vivo y la ofrenda santa que aceptas holocaustos y sacrificios. Ven, Señor, a crucificar el pecado y a matar a la muerte, y que Adán sea bañado en tu vivificante sangre. Hoy el profeta Moisés suplica a tu Hijo amado diciéndole: Señor, desciende sobre Adán, tu hijo amado, y renueva la imagen de su gloria porque la semejanza con tu majestad había sido cancelada. Adán te aguarda y gime diciendo que tú debes venir a darle gloria de nuevo, a él y a todos los que con él yacen en la prisión”. También Efrén relaciona el Tabor con el Gólgota: “Cuando Simón subió al Tabor – cosa que no conocían, afortunadamente, los que lo crucificaron – buscó persuadir al Señor diciéndole: Señor, qué bien se está aquí arriba ¡sin nadie que nos pueda molestar! Qué bello es estar con los justos en la tienda de la bienaventuranza. Y es un descanso el estar con Moisés y Elías, y no en el templo, lleno de odio y de amargura”.

Efrén, elogiando a Pedro, lo coloca junto a Santiago y Juan: “¡Dichoso tú, Simón, que has sido la cabeza y la lengua del cuerpo de tus hermanos! Los Discípulos constituyen este cuerpo y los hijos de Zebedeo sus ojos. Dichosos los que pidieron los tronos a su Maestro después de haber contemplado su trono. Por medio de Simón se oyó la revelación que venía de Dios y que se convierte en piedra inmóvil”. Efrén toma de nuevo la imagen del cuerpo de los apóstoles, con Pedro como cabeza, relacionando el Tabor y el Gólgota: “El olor del reino llenaba a Simón, y éste le era dulce. Vio la gloria del Señor y no su ignominia, y se alegró de la presencia de Moisés y de Elías y de la ausencia de Caifás y de Herodes. Simón, a pesar de su ignorancia, habló con mucha sabiduría y reconoció a Moisés y Elías. El Espíritu, manifestándose por boca de Simón, dijo cosas que él mismo antes ignoraba. La Luz del Espíritu y la libertad humana actuaron juntas”.

Finalmente, presenta Efrén la Transfiguración del Señor como prefiguración de su Resurrección: “Transformó su rostro en la montaña, antes de morir, a fin de que los discípulos no dudasen de la transformación de su rostro tras su muerte, y creyesen que aquél que ha mudado las vestiduras que le cubrían, resucitará también los cuerpos, ya que él estaba revestido de un cuerpo”.

(Publicado por Manuel Nin en l'Osservatore Romano el 6 de Agosto de 2011; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)