Alzaos portones que entra la Madre del Rey
De Santiago de Sarug – monje sirio (451-521) que vivió en Mesopotamia y, más tarde, fue obispo de Sarug, ciudad cercana a Edesa – se conservan muchas homilías; seis de ellas están dedicadas a la Madre de Dios y una a su muerte y sepultura. El texto invoca primero a Cristo: "Oh Hijo, que por tu amor has abandonado la altura, te has humillado y has descendido a la tierra, te has revestido de un cuerpo y por medio de la Hija de David te has hecho hombre, oh Hijo unigénito que de la nada has creado a Adán y le has dado el Espíritu de la vida". Pero se invoca al Hijo para poder, después, loar a la Madre: "Tú que nos has visitado y has querido cumplir toda la economía de salvación, concédeme cantar la sepultura de Aquella que ha sido fiel".
Santiago de Sarug, inmediatamente, asocia a María a la muerte de Cristo: "Abundantes dolores sufrió tu Madre por ti cuando fuiste crucificado, sus ojos derramaron lágrimas cuando te vio suspendido en la Cruz, traspasado por la lanza, y cuando te sepultaron". María recorre el camino como todos los santos y justos: "Y también la Madre llegó a su fin para emigrar del mundo lleno de bienes. Llegó la hora de caminar por la senda de todas las generaciones que han partido y han llegado a la meta".
La homilía enumera a cuantos han muerto, desde Adán a los profetas: "Por esa senda caminó Adán, el primero de todas las generaciones, y el bueno de Set; y también Abraham e Isaac, buenos operarios, y Jacob justo y humilde; y Daniel, el hombre del deseo y Ezequiel por las admirables profecias, e Isaías, el hombre de la palabra de la verdad". Santiago describe, además, la economía de Cristo, que "descendió y habitó en el seno puro de la Virgen", y sus momentos fundamentales: encarnación y nacimiento de María, bautismo, milagros, elección de los Doce, hasta la pasión, muerte y resurrección.
La muerte llega también para María, que participa en la Pasión del Hijo, como subrayan otros autores orientales: "También a la Madre de Jesucristo, Hijo de Dios, le llegó la muerte a fin de que gustase su cáliz". Son nombrados, entonces, los que se reúnen para celebrar la muerte de María, celebración que también en la iconografía de la fiesta tiene carácter litúrgico: ángeles, justos y patriarcas, sacerdotes y levitas, profetas y, finalmente, los apóstoles, los verdaderos celebrantes de esta Liturgia que une el cielo con la tierra: "También el coro de los doce apóstoles elegidos, que sepultaron el cuerpo de la Virgen siempre bendita".
Santiago presenta un paralelismo entre la sepultura de Cristo y la de María: "El cuerpo del Hijo lo sepultó Nicodemo el justo, y el cuerpo de la Virgen lo sepultó Juan el elegido, el hijo del trueno. En una cavidad de piedra, en un sepulcro nuevo, introdujeron y colocaron al Hijo de la Bendita. Y también la Madre del Hijo de Dios en la cavidad, en el sepulcro rocoso, fue introducida y depuesta". La sepultura de María es parangonada con la de Moisés: "El Señor descendió para sepultar a su siervo Moisés; del mismo modo, junto a los ángeles, Él sepultó a la Madre según el cuerpo. Moisés el profeta fue sepultado por Dios en el cumbre del monte; también Dios, junto con los ángeles, sepultó a María en el monte de los olivos".
Y en una Liturgia, entre el cielo y la tierra, se reúne la creación maravillada: "Cuando el Maestro sepultó a su madre, se reunió todo el coro de los apóstoles, y con ellos los serafines de fuego, y los terribles querubines asociados a su trono, y Gabriel y Miguel con sus huestes; todos los pájaros y animales cantaron la gloria, todos los árboles con sus frutos destilaron perfumes, las aguas y los peces conocieron este día".
Finalmente contempla el autor la muerte y la glorificación de María en el día que se celebra como anuncio de salvación para todas las gentes: "Hoy Adán y Eva gozan porque su Hija habita con ellos. Hoy los justos Noé y Abraham gozan porque su Hija los ha visitado. Hoy goza Jacob porque la Hija que germinó de su raíz lo ha llamado a la vida. Hoy gozan Ezequiel y Isaías porque Aquella que profetizaron les visita en el lugar de los muertos". Santiago concluye la homilía aplicando a María el salmo 23: "Y los serafines de fuego con gran voz dicen: Levantad, oh puertas, vuestros dinteles, porque quiere entrar la Madre del Rey. Hoy el nombre del Rey Mesías, que en el Gólgota fue crucificado, concede e infunde vida y misericordia a quien lo invoca".
(Publicado por Manuel Nin en l’Osservatore Romano el 14 de Agosto de 2011; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)
De Santiago de Sarug – monje sirio (451-521) que vivió en Mesopotamia y, más tarde, fue obispo de Sarug, ciudad cercana a Edesa – se conservan muchas homilías; seis de ellas están dedicadas a la Madre de Dios y una a su muerte y sepultura. El texto invoca primero a Cristo: "Oh Hijo, que por tu amor has abandonado la altura, te has humillado y has descendido a la tierra, te has revestido de un cuerpo y por medio de la Hija de David te has hecho hombre, oh Hijo unigénito que de la nada has creado a Adán y le has dado el Espíritu de la vida". Pero se invoca al Hijo para poder, después, loar a la Madre: "Tú que nos has visitado y has querido cumplir toda la economía de salvación, concédeme cantar la sepultura de Aquella que ha sido fiel".
Santiago de Sarug, inmediatamente, asocia a María a la muerte de Cristo: "Abundantes dolores sufrió tu Madre por ti cuando fuiste crucificado, sus ojos derramaron lágrimas cuando te vio suspendido en la Cruz, traspasado por la lanza, y cuando te sepultaron". María recorre el camino como todos los santos y justos: "Y también la Madre llegó a su fin para emigrar del mundo lleno de bienes. Llegó la hora de caminar por la senda de todas las generaciones que han partido y han llegado a la meta".
La homilía enumera a cuantos han muerto, desde Adán a los profetas: "Por esa senda caminó Adán, el primero de todas las generaciones, y el bueno de Set; y también Abraham e Isaac, buenos operarios, y Jacob justo y humilde; y Daniel, el hombre del deseo y Ezequiel por las admirables profecias, e Isaías, el hombre de la palabra de la verdad". Santiago describe, además, la economía de Cristo, que "descendió y habitó en el seno puro de la Virgen", y sus momentos fundamentales: encarnación y nacimiento de María, bautismo, milagros, elección de los Doce, hasta la pasión, muerte y resurrección.
La muerte llega también para María, que participa en la Pasión del Hijo, como subrayan otros autores orientales: "También a la Madre de Jesucristo, Hijo de Dios, le llegó la muerte a fin de que gustase su cáliz". Son nombrados, entonces, los que se reúnen para celebrar la muerte de María, celebración que también en la iconografía de la fiesta tiene carácter litúrgico: ángeles, justos y patriarcas, sacerdotes y levitas, profetas y, finalmente, los apóstoles, los verdaderos celebrantes de esta Liturgia que une el cielo con la tierra: "También el coro de los doce apóstoles elegidos, que sepultaron el cuerpo de la Virgen siempre bendita".
Santiago presenta un paralelismo entre la sepultura de Cristo y la de María: "El cuerpo del Hijo lo sepultó Nicodemo el justo, y el cuerpo de la Virgen lo sepultó Juan el elegido, el hijo del trueno. En una cavidad de piedra, en un sepulcro nuevo, introdujeron y colocaron al Hijo de la Bendita. Y también la Madre del Hijo de Dios en la cavidad, en el sepulcro rocoso, fue introducida y depuesta". La sepultura de María es parangonada con la de Moisés: "El Señor descendió para sepultar a su siervo Moisés; del mismo modo, junto a los ángeles, Él sepultó a la Madre según el cuerpo. Moisés el profeta fue sepultado por Dios en el cumbre del monte; también Dios, junto con los ángeles, sepultó a María en el monte de los olivos".
Y en una Liturgia, entre el cielo y la tierra, se reúne la creación maravillada: "Cuando el Maestro sepultó a su madre, se reunió todo el coro de los apóstoles, y con ellos los serafines de fuego, y los terribles querubines asociados a su trono, y Gabriel y Miguel con sus huestes; todos los pájaros y animales cantaron la gloria, todos los árboles con sus frutos destilaron perfumes, las aguas y los peces conocieron este día".
Finalmente contempla el autor la muerte y la glorificación de María en el día que se celebra como anuncio de salvación para todas las gentes: "Hoy Adán y Eva gozan porque su Hija habita con ellos. Hoy los justos Noé y Abraham gozan porque su Hija los ha visitado. Hoy goza Jacob porque la Hija que germinó de su raíz lo ha llamado a la vida. Hoy gozan Ezequiel y Isaías porque Aquella que profetizaron les visita en el lugar de los muertos". Santiago concluye la homilía aplicando a María el salmo 23: "Y los serafines de fuego con gran voz dicen: Levantad, oh puertas, vuestros dinteles, porque quiere entrar la Madre del Rey. Hoy el nombre del Rey Mesías, que en el Gólgota fue crucificado, concede e infunde vida y misericordia a quien lo invoca".
(Publicado por Manuel Nin en l’Osservatore Romano el 14 de Agosto de 2011; traducción del original italiano: Salvador Aguilera López)